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Antonio Encinas, de El Norte, moderador de la conferencia, y Ana Elúa, psicóloga y ponente de la Escuela de Padres de El Norte.

"En todo lo que hace un adolescente, siempre hay algo que quiere comunicar"

La psicóloga Ana Elúa anima a los asistentes a la Escuela de Padres de El Norte a ser flexibles, pero manteniendo los límites con los jóvenes

EL NORTE

Sábado, 20 de diciembre 2014, 12:18

Si un hijo adolescente deja sobre la mesilla una botella de ron, no es que se le haya olvidado allí. «Tras todo lo que hace un adolescente siempre hay algo que quiere comunicar», advierte Ana Elúa, psicóloga infanto juvenil del hospital Río Hortega. Pero ojo, porque tampoco quiere decir que haya que ir a hablar con él «en plan colegueo». Eso no funciona. «Nunca hay que olvidar que la relación es asimétrica. No son vuestros amigos, sino que sois sus padres, y estaréis siempre por encima».

Así que la conclusión de la conferencia de la Escuela de Padres de El Norte, patrocinada por Adeslas y Danone, fue que la adolescencia, en realidad, es una etapa de cambios que padecen los hijos y también los padres. Y los dos emprenden un aprendizaje muy complejo.Tanto, que a los padres les pilla, la mayor parte de las veces, en su propio proceso de cambio personal. Y doble, para más inri.

«Hay dos crisis de los padres de adolescentes. Una es la parental. Cuando uno se plantea tener un hijo, en ese bebé se ponen expectativas y deseos, y parece que se van cumpliendo hasta que llega la adolescencia. Y eso pone en jaque su propia imagen como padres. Hay que aceptar el cambio evolutivo de vuestro hijo. Desprenderse del papel de padres protectores, más como punto de apoyo al que puedan acudir, pero dejando espacio». ¿Cómo? Pues complicado, desde luego. «Podéis tender la mano y aceptar que él no vaya. Si se encierra en su habitación, hay que respetar ese espacio». Con algunos matices, claro, como si ese encierro voluntario le impide hacer todo lo demás, incluido comer.

Pero aún hay más. La segunda crisis paternal. «La crisis de la edad intermedia». O lo que es lo mismo, que el tiempo pasa y ahora el joven es el hijo. «Hay que aceptar el paso del tiempo y que nuestros hijos van creciendo, y ese momento suele coincidir con la vejez, enfermedad o muerte de los propios padres, y te coloca más cerca de la vejez que de la juventud. Eso cuesta aceptarlo, y hay padres que empiezan a comportarse de forma adolescente». Parece gracioso, pero es una fuente de nuevos conflictos y de difícil solución. «Parece que se entra en una rivalidad por ver quién es más joven, si el chaval o el padre, y eso dificulta los límites».

Porque sí, hay que respetar la autonomía del adolescente, pero al mismo tiempo siguen siendo necesarios los límites. Incluso, según Ana Elúa, a veces son los propios chicos quienes los reclaman, aunque sea de una manera peculiar. Dejando, por ejemplo, la botella de ron en la mesilla. «El otro cambio que angustia más a los padres es cambiar la relación con su hijo. Hay que tener en cuenta que se habla con un adulto, hay que pedirle su opinión, escucharle, negociar. Pero no entrar en el colegueo. El vínculo filial tiene que permanecer. Hay ciertos límites, aunque se pueda flexibilizar, que son inamovibles. Y no hay nada más angustioso para un adolescente que el hecho de que le digan que haga lo que quiera, porque necesitan ese punto de apoyo», asegura Elúa.

Límites que se fijan cuando son niños, y que deben seguir presentes cuando dejan de serlo.Aunque la psicóloga deja en el aire un matiz, casi un truco, para poder mantenerlos. Lo hace con el ejemplo de los estudios.«Si estamos todo el día machacando con los deberes, con los estudios, quizá no consigamos nada.Es mejor decirle tienes que estudiar, cuando lleguen las navidades y las notas, hablamos. Y es él quien toma la decisión, y sabe que si no lo hace, habrá una consecuencia». Porque tiene que haberla, claro. Una de las cosas que deben aprender es que incumplir ciertas normas acarrea unas consecuencias, como ocurre en todos los órdenes de la vida.

Hay que tener en cuenta, además, que la palabra del padre tendrá poca fuerza en esta época. «Tienen que ir ganando seguridad para ir buscándose relaciones fuera de la familia», aconseja Ana Elúa. Y ahí pueden aparecer elementos clave, también adultos, que hagan la labor que a los padres les resultará imposible. «Es importante que empiecen a ir buscando fuera esas relaciones, porque además van a hacerlo para desligarse de nosotros. Es bueno apoyarse en esas figuras adultas que a veces conectan con ellos, como un profesor de instituto o un orientador», recomienda.

Y en todo caso hay una parte a la que no se debe renunciar nunca, según la psicóloga. «Algo que no se puede negociar y no es moneda de cambio es el cariño, eso es incondicional y les tiene que quedar clarísimo», dice. Y eso incluye los momentos de arrepentimiento tras la discusión, el enfado, la bronca. «Cuando viene a pedir perdón, aunque sea a su manera, no puedes decir ahora no vengas a decirme nada», explica.

Apoyar sin atosigar, acompañar sin querer imponer, guiar pero dejando libertad, escuchar cuando hablan y respetar que no quieran hacerlo, conceder autonomía pero sabiendo que, a la vez, son dependientes de los padres.

Nadie dijo que fuera sencillo, claro, y tampoco lo dijo Ana Elúa ayer ante el abarrotado y expectante auditorio de la Facultad de Derecho. Y menos ahora, cuando la crisis, por un lado, y los cambios sociales los nuevos modelos de familia ya no son una excepción, sino una realidad cotidiana complican aún más el escenario.Y para acabar de arreglarlo, dos datos de postre. «Las niñas suelen ser dos años más maduras que los niños en la infancia, como media. Y suelen empezar con la adolescencia a los 11-12 años y los niños a los 13-14».

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"En todo lo que hace un adolescente, siempre hay algo que quiere comunicar"