El aplauso que no cesa
Raphael encandila a su público en su regreso a Valladolid, y con su primer concierto en la Plaza Mayor después de 52 años de carrera
VÍCTOR M. VELA
Domingo, 11 de septiembre 2011, 11:42
¡Qué tío! ¡Se las sabe todas! Sale al escenario a oscuras, con paso firme, mientras el público todavía está a lo suyo, despistado, terminando de colocarse. Los hay que miran de reojo el reloj, que piden un pitillo a la pareja, que desbloquean el móvil para volverlo a bloquear, que gritan 'Ra-pha-el, Ra-pha-el' sin saber que el artista, sigiloso, como un zorro (se las sabe todas), ya se ha colocado en el centro del escenario. Y entonces, se hace la luz. Un foco. Solo uno. Allí está él. Aquel. Huérfano en mitad del escenario. Y antes de que abra la boca, de que le arranque una nota a la noche, ya recibe el primer aplauso de la velada. Brutal. Tremendo. Intenso y largo como pocos. Raphael lo devuelve. Plas, plas. Abre los brazos. Vocaliza gracias. Gracias. Hace una reverencia. Vuelve a aplaudir. Abre de nuevo los brazos. Gracias. Gracias. Otra reverencia. Plas, plas. Después, lento, como si degustara cada uno de los piropos del público, como si quisiera alargar hasta la madrugada los vítores, después, muy despacito, se lleva una mano al bolsillo. Y llega el silencio. Saca un diapasón. Sopla una nota. Y de nuevo el silencio. La repite. Coge el tono al vuelo. Empieza a cantar 'Ahora'. Solo su voz en la Plaza Mayor. Su voz desnuda. Raphael a pelo. ¡Qué tío!
Y a medida que avanza la canción amanece en el escenario. Los músicos van tomando posiciones. Primero suena el piano. Muy pronto se suma la percusión y la trompeta. El violín. La guitarra. «Todo lo que en el mundo he amado es una cancion, un teatro y a ti». Ha comenzado el espectáculo. Raphael en estado puro. Con su sabio derroche de matices al cantar. Susurrando cuando el verso lo requiere, sacando vozarrón a pasear cuando llega el momento adecuado. Y las vocales viajando por la canción como si estuvieran en una montaña rusa. Saben cuándo se suben, pero nunca en qué momento llegará el 'looping'. Raphael las sube, las baja, les da vuelta y las pone del revés, las alñarga hasta la extenuación y luego, cuando menos te lo esperas, llega el final de la frase. Abrupto. Como si el punto y seguido fuera un precipicio. Fin del viaje. Y vuelta a empezar.
De estrofa a estribillo
Raphael en estado puro. Con su derroche exagerado de gestos. Sus paseíllos pintureros. El cuello que se eleva para camelarse los agudos. Los puños cerrados. La palmadita en el muslo. La vuelta excesiva al terminar la canción. La sonrisa eterna. El saludo a la concurrencia. Otra sonrisa. Otro paseíllo. Digan lo que digan. Y un aplauso. Y otro. Y otro más. No importa que la canción no haya terminado todavía. Cualquier momento es bueno para aplaudir. Basta un gesto, el comienzo de una estrofa, el final de un estribillo, el puente musical que Raphael aprovecha para desaparecer un momento del escenario. Para luego volver a salir acunado en aplausos. Porque todo es una perpetua ovación. Un bucle de palmas. El eterno aplauso. Interminable. Incansable. Un aplauso único. Como Raphael.
Los primeros fuegos artificiales ('La noche', 'Mi gran noche', 'Digan lo que digan') dieron lugar a un ramillete de tangos que incluía un dúo con Carlos Gardel (radio antiguo de por medio) para cantar 'Volver'. Y luego más éxitos -«mis joyitas, las llamo»- como 'Maravilloso corazón' o 'Yo sigo siendo aquel' antes de dar paso a un paréntesis de boleros. Y más éxitos. Y luego rancheras. Y al final, el tracazo final. 'Escándalo', 'Qué sabe nadie', 'Como yo te amo'. Y, con las manos rojas, nuevo aplauso. Otro más, como si no hubiéramos hecho en toda la noche otra cosa que aplaudir a Raphael. El único. ¡Qué tío!