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GONZALO SANTONJA
Sábado, 26 de marzo 2011, 01:30
Regreso de Bolivia como siempre: deslumbrado. Hasta ahora me había movido entre El Alto y La Paz, donde falta el aire y la belleza cruje, por las orillas del lago Titicaca, el mar misterioso de los incas, y por los parajes en tinieblas de los Andes, reino del asombro y del espanto, con mañanas vírgenes, tardes de plomo y noches de pedernal. Luces, penumbras y oscuridades con el viento, siempre el viento, heraldo de la miseria, batiendo la vida en las letanías del desamparo. Siluetas silentes las de las aldeas, con las esquinas cuajadas de ojos en acecho, bocas selladas y gestos impenetrables. Se palpa la desconfianza, vibra el resentimiento, pesan los miedos. Es el vértigo de la dureza desnuda, la atracción de lo excesivo. Por esas regiones duelen los contrastes y abruma la condición de hombre.
Ahora, sin embargo, me he introducido en el territorio de los cambas por Santa Cruz de la Sierra, ciudad hasta los tuétanos española que en medio siglo ha pasado de cuarenta y siete mil habitantes a cerca de dos millones, orgullosa de su historia y bien plantada sobre sus raíces, y a través del milagro de los antiguos enclaves de las misiones jesuitas de Chiquitos: aquel edén que la ceguera del llamado siglo de las luces se llevó por delante para quebranto de una lograda utopía religiosa y para infelicidad de los indios, supuestamente salvados del fanatismo por quienes en realidad los hundían en la miseria. Algún día se escribirá la triste historia de tal desastre, una calamidad para el patrimonio histórico-artístico y un calvario para la causa del ser humano. Pero esa tarea de restaurar la verdad no se dará en estos tiempos bolivianos de Evo Morales y su cofradía de cuates, tenazmente empeñados en tapar cualquier huella de la presencia española, como si todo empezase con su advenimiento al poder, adanismo que choca con las evidencias. Por esos parajes mágicos los contrastes se muestran mucho más atenuados y se respira mejor.
Aprobada en referéndum el 25 de enero y promulgada el 9 de febrero de 2009, la nueva Constitución boliviana, la décimo séptima de su historia, se abre con un preámbulo grandilocuente y enfático («con la fortaleza de nuestra Pachamama y gracias a Dios refundamos Bolivia») que declara el «Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario», términos que conjugados juntos se entienden fatal, y demoniza «los funestos tiempos de la colonia». Frente a tamaña rotundidad, Santa Cruz de la Sierra proclama lo contrario desde la estrofa inicial de su himno: «La España Grandiosa/ con hado benigno/ aquí plantó el signo/ de la redención». Músicas aparte, la condición de los indios no mejoró con la independencia.
Pasaran los años, el tiempo quitará y pondrá. Y ya veremos si Evo Morales deja tras sí unos rescoldos tan vivos como los de las Misiones españolas de los jesuitas, obra de integración y justicia social sin coca de por medio. De momento lo que va quedando es que él considera «enemigos públicos» a los periodistas críticos mientras algunos de sus gerifaltes policiacos de confianza se dedican al narcotráfico.
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