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Javier Semprún retoca su versión para quitarle frío a un espectáculo tenebroso

Su encuentro con el actor Antonio Resines en 'Celda 211' hizo posible este proyecto

A. C.

Miércoles, 19 de mayo 2010, 02:41

Para lograr que hace justo un año, el actor Javier Semprún estrenara en el Festival de Artes de Calle de Valladolid su versión de 'El cuervo', tuvieron que darse una serie de casualidades. Entre ellas, su propia coincidencia con el popular actor Antonio Resines en el rodaje de 'Celda 211', de Daniel Monzón. Se conocían desde hace más de 30 años y, cuando Semprún le contó su proyecto, la productora de Resines decidió colaborar.

A Semprún siempre le atrajo la idea de hacer un montaje de este texto desde que conociera la labor interpretativa que hizo Pino tratando de «desenrollarlo» para buscarle significado. «Es la mejor traducción de todas las que conozco, las demás están abocadas al fracaso», aseguró rotundo ayer durante la presentación del homenaje al poeta. El esfuerzo del autor solventó incluso el lastre, que parecía insalvable: el de su escasa duración. «El poema, leído por un recitador inglés, puede durar alrededor de 8 ó 10 minutos, y las traducciones al español no superarían nunca los 18 minutos, pero con la traducción de Francisco Pino hemos llevado el montaje hasta los 45 minutos», explicó ayer en la presentación.

Retoques

Desde su estreno el pasado año, con la sala Ambigú llena, Semprún ha introducido algunos cambios. La voz grabada del narrador (la suya propia) dará paso esta vez al actor declamando en directo porque «la voz en 'off' enfriaba mucho el espectáculo, que ahora ha ganado bastante en interés y calidad». En esta ocasión, teatro Corsario se ha valido de las nuevas tecnologías para acrecentar el ambiente opresivo del texto.

Si ya dijo Pino que 'El cuervo' era la sublimación del poema, el espectáculo resume todo el tenebrismo vital que se atribuye al Poe más triste y oscurantista. «Se trata de un hombre triste en una noche aciaga, dolorido por la muerte de su esposa, su amante, su amada, que recibe la visita de un cuervo que todavía le abruma más y le conduce a la locura». La obra acaba con un soniquete, un mantra del destino final, que se repite: «nunca más, nunca más».

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