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FRANCISCO CANTALAPIEDRA
Lunes, 1 de marzo 2010, 02:11
Vivir en comunidad es complicado, porque como te salga un vecino coñazo lo mejor es apuntarse a la Legión, pedirte Afganistán y poner tierra de por medio. No hablo de un tostón de esos que arrastran las sillas como si fuera la barredora del ayuntamiento; o que desmanganilla el ascensor intentando subir un piano de cola. Como diría mi abuela, en todas las casas cuecen habas, y en la mía a calderadas. Hablo más bien de ese tío plasta, incívico, chuleta o directamente pirado que tira los espaguetis carbonara por la ventana, que mea en la escalera sin cortarse ni un pelo, o que mete un burro en el ascensor, entre otras ocurrencias.
Yo tuve por vecino a un fulano que se pasaba la noche regando su territorio, el mío y el coche que estaba en la calle, y el día que me quejé me mandó una carta en la que lo más fino que me decía tenía que ver con el oficio de mi santa madre o con mi virilidad. ¿Y qué haces con un tipo que tira macarrones con tomate, o atesora en su piso toda la mierda que encuentra en la calle, da de comer a las palomas para que lo cisquen todo, o ensaya el zapateado opus 23, número 2, del famosísimo Pablo Sarasate? Pues tal y como yo lo veo, sólo quedan dos soluciones: Afganistán, o pedirle, muy educadamente, que ensaye con pantuflas tan primorosa obra musical.
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