Un pueblo maldito
Castillos encantados, fenómenos paranormales y ritos de brujería han dejado de ser una maldición en lugares como Trasmoz, en Aragón. Su leyenda negra hechiza cada año a más visitantes
GUILLERMO ELEJABEITIA
Domingo, 5 de junio 2016, 13:23
Sobre la villa aragonesa de Trasmoz pesa desde el siglo XVI una maldición eclesiástica que solo el Papa puede retirar. «Tampoco lo vamos a solicitar, es nuestro mejor reclamo turístico», reconoce Lola Ruiz, una de las 79 almas que habitan hoy un pueblo tachado durante siglos como nido de brujas. Nacida de la desconfianza del clero y alimentada por la pluma de Gustavo Adolfo Bécquer, la leyenda negra de esta localidad se ha trocado en los últimos años en su mayor atractivo. Su caso no es único; otros pueblos han visto cómo la maldición que aterraba a sus antepasados ha convocado un auténtico akelarre de turistas.
En las faldas del Moncayo, considerada por los celtas una montaña mágica, se dibuja la oscura silueta de un castillo en ruinas. Apenas unos lienzos de muro y una robusta torre dominan el promontorio sobre el que se asienta la aldea. La niebla de la leyenda envuelve el origen de la fortaleza, que dicen fue edificada en una sola noche por el conjuro de un viejo hechicero. Durante la Baja Edad Media fue un importante bastión fronterizo que se disputaron los reinos de Navarra y Aragón, pero con el fin de la Reconquista la villa entró en decadencia.
Los rumores sobre brujería acompañaron a Trasmoz desde época temprana. En el siglo XIII el abad del Monasterio de Veruela excomulgó a sus habitantes y en 1511 un sucesor suyo los declaró anatema con permiso del Papa, por lo que solo el pontífice puede levantar la maldición. Sin embargo la mala fama del pueblo tiene un origen más terrenal. Al parecer los muros del castillo escondieron una ceca en la que se acuñaba moneda falsa y fue el propio señor quien difundió rumores sobre la presencia de brujas para ahuyentar a los curiosos. Los monjes de Veruela dieron pábulo a las acusaciones de brujería, con el fin de extender su dominio sobre la villa. La decadencia del pueblo en los siglos posteriores tiene más que ver con la expulsión de judíos y moriscos, que formaban el grueso del censo. Sin embargo la fábula negra siguió alimentándose de historias populares durante los siglos siguientes. Todavía en 1850 los habitantes del pueblo achacaron una época de sequía y epidemias a las malas artes de una vieja solterona, la tía Casca, a la que despeñaron sin miramientos por un barranco.
Con estos mimbres se encontró Gustavo Adolfo Bécquer cuando años más tarde acudió al monasterio de Veruela para tratarse de la tuberculosis. Fascinado por las historias que contaban los pastores del lugar, dejó cuenta de ellas en varias de las Cartas desde mi celda y asentó para siempre la imagen de Trasmoz como pueblo embrujado. En 1976 un hombre compró el destartalado castillo, restauró la torre del homenaje e instaló allí el Museo de la Brujería. Su nombre, Manuel Jalón Corominas, será recordado como inventor de la fregona y de la jeringuilla desechable, pero para los trasmoceros es quien resucitó la villa gracias a la fundación Castillo de Trasmoz.
Hoy en día sigue habiendo brujas. «Yo soy una de ellas», asegura Lola Ruiz. Las artes que hace siglos espantaban a la Iglesia se han transformado en una actividad cultural frenética para un pueblo que no llega al centenar de habitantes. La asociación El embrujo se ha propuesto recuperar las tradiciones del entorno a través de eventos como la Feria de Brujería, Magia y Plantas Medicinales del Moncayo, que se celebra el primer fin de semana de julio. En cada edición distinguen a una mujer como La Bruja del Año. Lola, que se encarga de guiar las visitas al castillo, recibió el honor hace ocho años. La pasada edición de la feria atrajo a más de 6.000 turistas. En vista del éxito, el pueblo explota ese halo de misterio con La Luz de las Ánimas, una noche de brujas que se celebra en vísperas de Todos los Santos o con actividades como Las calles del terror. Lola compara el ambiente que se vive allí «como una mezcla de Disney e Iker Jiménez».
También la comarca aragonesa del Matarraña se ha considerado «tierra de brujas y leyendas desde tiempo inmemorial», cuenta Lorenzo Fernández Bueno, autor del libro La España maldita. La villa medieval de Valderrobres, capital de la que algunos llaman la Toscana española, está dominada por dos rocas, La Caixa y La Picosa, desde las que se dice que los demonios eran capaces de conjurar las tormentas. Leyendas aparte, en esta zona de meteorología violenta son frecuentes las tempestades, sequías y lluvias torrenciales crece una gran variedad de hierbas medicinales relacionadas tradicionalmente con los hechizos. Cuentan que entre aquellas rocas se celebraban akelarres y que algunas mujeres acabaron en la hoguera, pero lo cierto es que los históricos autos de fe celebrados en la Corona de Aragón perseguían más a protestantes y judeoconversos que a las pobres brujas.
La explicación parece estar en que la zona acogió una pequeña colonia de cátaros. Se cree que en la cercana ermita de la Magdalena, con reminiscencias templarias, se celebraban ritos heréticos hasta que fue catolizada tras la matanza de los disidentes. De aquellos tiempos de persecuciones religiosas dan fe las mazmorras que hay en las casas consistoriales de la región. A pesar de lo tétrico de la propuesta, se organizan rutas guiadas por estas cárceles del terror, en las que hay quien dice oír el lamento de los que estuvieron allí encerrados hace siglos.
Ovnis en Treviño
Gracias a esa combinación de leyenda y ciencias ocultas se hizo famoso el pueblo de Ochate, en el Condado de Treviño. En 1982 la fotografía más que sospechosa de un ovni se publicó en la revista Mundo Desconocido y puso a este pueblo abandonado en el mapa de los ufólogos. El autor de la imagen, un trabajador de banca llamado Prudencio Muguruza, devino súbitamente en parapsicólogo. Poco después publicó un reportaje bajo el enigmático título Luces desde la puerta secreta en el que glosaba la supuesta leyenda negra del pueblo. Al parecer el lugar pasó de ser el más poblado de la comarca a mediados del siglo XIX a quedar desierto tras sucesivas epidemias de viruela, tifus y cólera, que sin embargo no afectaron a las localidades limítrofes. ¿Era Ochate una puerta al más allá?
En la aldea hay poco más que una desvencijada torre, un puñado de casas ruinosas y un cementerio que data del siglo XIII. El artículo fue suficiente para que la villa, abandonada durante décadas, se llenara de aficionados al ocultismo. En los años siguientes se sucedieron los episodios paranormales. Primero unas psicofonías grabadas en la torre de la iglesia parecían decir «kanpora» «fuera» en euskera, como si quisieran ahuyentar a los turistas. Después se produjo la desaparición de un investigador, que fue hallado muerto en un cobertizo cercano, asfixiado dentro de su coche. Y a partir de ahí un rosario de fenómenos más o menos extraños; desde la aparición de un medallón de la virgen en la ermita donde había caído un rayo, hasta la desapaición de un vecino, un perro o una vaca.
Hace un par de años dos investigadores desmontaron la teoría de la maldición de Ochate apoyándose en los registros demográficos, en los que no había rastro de las supuestas epidemias selectivas. Pero la sugestión puede ser más poderosa que la verdad y cada fin de semana al lugar se siguen acercando curiosos en busca de un escalofrío.