Así sobreviven los nuevos 'sin hogar' de Segovia: de la pensión al coche
El auge del alquiler a estudiantes y la falta de vivienda pública empujan a muchas personas con ingresos al margen del sistema
El desequilibrio del mercado de la vivienda en Segovia a favor del ofertante ha convertido en personas sin hogar, un concepto tradicionalmente etiquetado con el ... tabú de algún tipo de patología de salud mental, a un perfil cada vez más amplio. Gente que tras un periplo vital normal se queda en la calle porque ya no puede costear un techo o porque pudiendo hacerlo los propietarios prefieren otro tipo de inquilino: un universitario frente a alguien con un Ingreso Mínimo Vital. Años atrás no era tan fácil elegir, pero al haber tanta demanda y tan poca oferta, quien tiene un piso en alquiler tiene un tesoro.
Cáritas, la ONG encargada en la ciudad de canalizar las ayudas a quienes carecen de casa, ilustra cómo cada vez hay más segovianos viviendo en trasteros, coches o inmuebles que no cumplen los requisitos de dignidad. El tejido social de la ciudad presumía tradicionalmente de que solo dormía en la calle quien quería, el perfil de mendigo o transeúnte que rechaza ayudas del sistema, pero en estos momentos hay al menos una quincena de personas en esa situación.
El técnico para personas sin hogar de Cáritas en Segovia, Álvaro Pérez, habla de una «degradación» en el acceso a la vivienda que empezó en los barrios cercanos a las universidades y se ha extendido a toda la ciudad. «Hay una carestía elevadísima porque los precios han subido más del 50% y, evidentemente, los sueldos no. Esto repercute sobre todo en las clases con menos poder adquisitivo». Familias monoparentales, con empleos precarios, migrantes, jóvenes o personas que dependen de prestaciones. A eso se añade la tendencia a ofertar los pisos a estudiantes porque la operación es más rentable, hasta el punto de eliminar zonas comunes como un salón para ganar una habitación más.
«El casero hace una selección muy específica. Los anuncios reclaman estudiantes lo primero; luego, mujeres; y en un tercer lugar, hombres y trabajadores. Nosotros tenemos personas con medios económicos para poder pagar una habitación, pero como están cobrando una prestación, directamente les descartan. La primera pregunta es si estudias o trabajas. Si no estás en esa dupla, te quedas fuera». En su último caso: más de 30 llamadas y ninguna visita.
«Es la realidad de Segovia. Hay casas en las que vive una familia en cada habitación, hay hacinamiento»
Álvaro Pérez
Técnico de Cáritas Diocesana
Años atrás, la posición de poder del arrendatario era menor y era habitual encontrar habitaciones sin el respaldo de un contrato de trabajo. «Tú ibas con dinero en la mano y no había ningún problema. Ahora, como hay tantísima demanda y poca oferta, el casero se ve en posibilidad de elegir y quiere garantías, es normal. Yo entiendo que un particular pueda decidir sobre su inmueble, faltaría más, pero el problema es estructural porque falta vivienda pública para blindar a la población más vulnerable y dar oportunidades», resume Pérez.
La consecuencia es que un lustro atrás trabajaba con un perfil sin hogar «más agravado»: gente que trataba de superar consumos de drogas o trastornos mentales. «Y encontrábamos alquileres, aunque fuera complicado».
El perfil ha aumentado en números absolutos y en casuística. «Personas con un riesgo de exclusión leve, con pocos medios económicos o pocos estudios que podían tirar adelante con una prestación. Hay mucha persona mayor que comparte piso con una pequeña pensión. Ahora no puede ni pagar ni le van a coger en un piso». Pérez ha tenido casos de jubilados que terminaron encontrando acomodo en residencias públicas. También hay un volumen creciente de población migrante que antes tenía más estabilidad gracias a remuneraciones en 'B'.
Dormir en cajeros
Pérez acepta como umbral los 560 euros del Ingreso Mínimo Vital porque la prestación va acompañada de apoyos como el comedor social. A partir de ahí, la casuística de vulnerabilidad es infinita. Cáritas tiene un piso temporal con cinco habitaciones en las que prioriza a los solicitantes con menores a cargo, pero la demanda excede el recurso. Habla de familias con ingresos ajustados que no pueden aspirar a una vivienda completa. «Es la realidad de Segovia. Hay casas en las que vive una familia en cada habitación, hay hacinamiento».
El modelo es padre, madre e hijos: al menos tres personas por cuarto en pisos envejecidos. Quizás el caso más paradigmático sea el de hombre de entre 50 y 60 años sin pareja y parado de larga duración. «Antes tiraban, pero ya no. Aunque mostremos una economía solvente para pagar esa habitación, no se les da la oportunidad».
Las respuestas entre la quincena de personas que tiene Cáritas ahora mismo en esa situación son diversas. «Nos encontramos gente que duerme en la calle, en cajeros o en otros espacios públicos. Gente que duerme en un vehículo, desde furgonetas a coches. Personas que alquilan recursos que no son oficinas al uso, oficinas, trasteros, garajes…» Esta última salida también se ha complicado porque han aumentado los requisitos al conocer casos que han utilizado el lugar como residencia. «Antes a lo mejor pasaban más por alto, pero ahora preguntan más».
Un trastero de unos tres metros cuadrados puede no bajar de los 100 euros mensuales; otros con algún tipo de lavabo llegan a los 200. «Evidentemente no es la idea, hay que promocionar la vivienda digna, pero no hay». A eso hay que añadir a los hacinados o quienes viven sin suministros como luz o agua o en inmuebles deteriorados, con humedades. «Siempre pensamos que la ocupación son casas en mal estado, pero hay casas abandonadas donde se meten para estar un poco techados. En Segovia lo vemos mucho, sobre todo por el centro».
Visos de empeorar
Pérez esgrime la solvencia de las prestaciones como la de parado de larga duración, para mayores de 52 años que hayan cotizado al menos 15, unos 480 euros mensuales. «Alguien que ha trabajado tanto tiempo entendemos que es una persona funcional. Y se cobra hasta que te jubilas». Una pedagogía que intentan trasladar al casero, sin éxito. «Es que es más estable su ingreso que el mío. Cuando la gente escucha prestación, todo les suena igual. Persona que no trabaja ni va a trabajar».
Pérez teme que el problema se agrave porque la demanda no para de crecer y le inquieta cómo repercuta la llegada de más estudiantes de la UVA con el nuevo campus. La única solución es ampliar la oferta, bien sea aumentando el parque público o poniendo a disposición vivienda vacía. «Tienen miedo al impago. Nos venden siempre que se te mete una persona en la casa y se va a quedar con ella para siempre, cuando tampoco es así».
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Ha probado suerte en la provincia, llamando a ayuntamientos por si surgía algo en un bando, pero tampoco. Prádena, Cantalejo, Cuéllar o Riaza. Es clave mantener la conexión con la ciudad, pues la vivienda es una parte más de un proyecto de reinserción, así que no vale encontrar piso en Cuenca. Y sin ella no se puede avanzar. «No sirve de nada si empezamos a trabajar, pero tengo que dormir en un espacio público o no me puedo duchar. Es la base para poder organizar toda la vida».
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