Padres segovianos trasladan a los colegios sus reticencias por el uso de las tablets
Un centenar de progenitores aluden a las mermas en el desarrollo pedagógico y la salud de los niños y combaten su aplicación
Familias de múltiples centros educativos segovianos, principalmente concertados, están modulando sus reticencias a la aplicación de tablets como herramienta educativa que sustituya a los libros. ... Una lucha que representa de manera informal uno de los padres, Pedro Marinero, que quiere evitar la «barbaridad» de poner pantallas en los pupitres a niños cada vez más pequeños. Segovia, con un peso predominante de la escuela pública, no tiene el problema de otras regiones como Madrid, Murcia, Asturias o la Comunidad Valenciana, que están legislando para poner coto, algo que Castilla y León no ha considerado necesario. El principal granero son los alumnos de sexto de Primaria de Maristas a Claret, que ha revisado su enfoque y no lo aplicará el próximo curso en quinto. «Se están recogiendo centenares de firmas para enviar a la Consejería de Educación».
La introducción de pantallas digitales individuales en las escuelas empezó hace más de una década en países nórdicos como Suecia. «Todo el mundo veía con mejores ojos aquellos centros educativos en los que había medios tecnológicos. Entendíamos que estaba haciendo una inversión económica y se estaba preocupando». Marinero argumenta que la comparación de la nueva metodología a lo largo de estos años con la anterior pone en tela de juicio que mejore a lo analógico. «Cada vez han ido apareciendo más estudios que, básicamente, dicen que no hay nada que pruebe que mejora los resultados académicos. Sí que tenemos un consenso indicando que, en general, empeoran y empobrecen el aprendizaje».
Los argumentos contrarios vienen, por ejemplo, de la neurociencia. El alemán Manfred Spitzer defiende que la escritura manuscrita genera un aprendizaje más completo que hacer clic en una pantalla porque potencia la coordinación del ojo y la mano, la 'motricidad fina' y estimula otras áreas del cerebro. Otro aspecto es el tiempo de respuesta ante los cambios de tarea. «En una pantalla hay un montón de elementos que facilitan la distracción. Algo que sale por aquí o que se mueve. Eso dificulta la concentración». Lo sostienen docentes como Javier Zarzuela, que explica la falta de atención por el funcionamiento de las pantallas en sí mismas. Por eso Marino desmiente que aprender a trabajar en multitarea no es una habilidad sino una merma. «Tarda mucho más en resolver estas tareas que si se dedicase por separado a cada una». También el «mito» del nativo digital. «Hay quien dice que los niños que han nacido en esta época tienen un cerebro distinto. Es una falacia, jamás el cerebro de un ser vivo ha evolucionado en 20 años. Requiere cientos de miles de años».
Si lo anterior afecta a la calidad pedagógica, hay argumentos que entroncan directamente con la salud. Aquí entra en juego un informe de la Asociación Española de Pediatría a finales de 2024, con los mismos expertos que un estudio encargado por el Gobierno de España, actualizó sus recomendaciones de consumo de pantallas en la infancia por franjas de edad. Su conclusión es que por debajo de seis años no hay ningún tiempo de exposición que sea seguro. «Es lo que sabemos después de años de pantallas que se han ido extendiendo en la sociedad es que son una fuente de problemas bastante importante para los niños. Cuando antes se introducen, peor, poque el desarrollo neuronal base cada evolución en la fase anterior». Otra enseñanza de Spitzer. «Un niño necesita manipular las cosas, eso genera una serie de estimulaciones neuronales. En una pantalla, el cerebro se desarrolla mucho menos». Entre siete y doce años, recomienda un máximo diario de una hora, incluyendo desde el tiempo lectivo a ver la televisión. «Pedimos que se respeten estas recomendaciones en todos los centros educativos».
Marinero es miembro de la campaña Escuela Saludable de Ecologistas en Acción y colaborador del Movimiento Off, que impulsó concentraciones el 7 de junio por una docena de ciudades como Valladolid, Madrid o La Coruña. Cuando el Colegio Maristas, en el que estudia su hijo, planteó el curso pasado el uso de tablets estudió el tema y empezó a hacer publicaciones, una labor «para tratar de informar a otros padres en un trabajo casi boca a boca y puerta a puerta». Habla de los problemas pedagógicos de las pantallas y de qué herramientas tienen ante «los procesos de digitalización que llevan a cabo algunos centros en los que las juntas directivas son muy beligerantes pretendiendo obligar a los padres a toda costa a que compren los dispositivos cuando la legislación les ampara si quieren llevar a sus hijos con libros».
«¿Padres que prefieren un libro a una pantalla y se sienten coaccionados por los centros? En Segovia, como poco, centenares»
Primero, recomienda hablar con el resto de padres. «Cuanto menos solo te veas, más fácil es que puedas llevar el resto de cosas hacia delante». Escribir a la dirección del centro, a la inspección educativa o a la Consejería de Educación. Un problema que no considera residual. «¿Padres que prefieren un libro a una pantalla y se sienten coaccionados por los centros? En Segovia, como poco, centenares». En su lista de correo electrónico se han sumado voluntariamente 40 padres con los que ha hablado del tema en persona. Él, informático, no usa WhastApp, pero un compañero creó un grupo con otro centenar a los que rebota sus e-mails. «Luego hay mucha gente que tiene miedo y no se atreve a ir en contra de la dirección».
Respecto al coste, pone en cuarentena el argumento de que la tablet se amortiza en varios cursos y no supone más gasto que sumar a los libros que sustituye. «El libro se me puede caer 27 veces. Aunque hay un seguro, no sé cuántas pantallas va a cubrir». También pone sobre la mesa el aspecto de la seguridad. «Aunque venga con sistemas de control de acceso, está más que demostrado que cualquier niño se los salta con cuatro vídeos que ve por ahí». Es decir, el peligro de que accedan a contenidos inadecuados es permanente. Marinero argumenta la negativa de algunas familias a asumir las políticas de privacidad de aplicaciones de Microsoft, Google o Apple que usan los docentes. Habla de padres que se quejaron hace un año a la Consejería y la respuesta –está esperándola por escrito– fue que los centros son soberanos en para elegir las metodologías, «obviando que la salud de los niños está por encima».
«Un niño necesita manipular las cosas: en una pantalla, el cerebro se desarrolla mucho menos»»
Marinero no tiene constancia de un uso que vaya en contra de las recomendaciones de los pediatras en los colegios públicos de Segovia. «No hay mucho, el problema es cualitativamente inferior». Sí habla de un centro con un profesor «que lleva años obligando a los padres a comprar iPads para sus hijos y tiene un comportamiento bastante beligerante cuando alguien se intenta oponer». Hay colegios donde no se usan pantallas como base –sí de forma puntual–, pero mandan tareas a través de plataformas como Microsoft, algo que pide corregir. La Cooperativa Alcázar, concertado, no se ha comprometido por las pantallas. «Sin embargo, los religiosos, como ocurre en otras comunidades, son los que más apuestan por ello». Habla de centros de otras regiones que han recibido tablets con fondos europeos y las tienen «metidas en el armario porque saben que son un problema». Y recuerda una frase de un docente de Segovia en una de las charlas que da con Escuela Saludable: «Pido mesas y me traen pantallas».
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