Las lágrimas de Mario cuando volvió a orinar dos años después
Este camionero jubilado consiguió un riñón tras dos años de espera en los que apenas podía meter un litro de líquido al cuerpo por día
Cuando Mario Hernangómez volvió a orinar tras casi dos años sin hacerlo, se le saltaron las lágrimas. Por el escozor de una vejiga que había ... hibernado y por lo que aquello significaba tras su espera en la lista de trasplantes. Su tercer riñón le quitó la sed con la que convivía y le recordó esa sensación olvidada de ir al retrete cada diez minutos. La intervención mantuvo los dos originales y le añadió el funcional en el hueco iliaco.
Sus síntomas empezaron porque sufría un picor por todo el cuerpo que le impedía dormir. «Estaba envenenado por mi propia orina, mi sangre tenía mucha suciedad», explica. Tras la analítica, el médico de cabecera le mandó por urgencias y estuvo ingresado nueve días. Así pues, este camionero dejó el volante. Tras un sinfín de pruebas, supo que sus glándulas paratiroides, que producen las hormonas del calcio, «se volvieron locas». Demasiado calcio para unos riñones que ya solo funcionaban al 20%. El primer paso fue operarle para extraer esas glándulas.
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Era un paciente joven –tenía 46 años y ahora 51– que optó por la diálisis hospitalaria porque una cicatriz por la extracción del bazo dificultaba la alternativa. «Estás tranquilo, nadie se muere por diálisis». Tres días a la semana durante cuatro horas. «Veía la tele, estaba con el móvil, muchos días me dormía. Hay gente que salía hecha polvo, pero a mí no me sentaba mal, al día siguiente me hacía 50 kilómetros con la bici».
Estuvo un año en el Hospital General y otro en la Fundación Renal Íñigo Álvarez de Toledo, una entidad sin ánimo de lucro con 19 centros a nivel nacional y uno en Segovia, en el que atiende en estos momentos a unos quince pacientes renales. Agradece a todo el personal de ambos centros su cuidado, especialmente a las enfermeras y auxiliares de diálisis. «Mis chicas», las llama con cariño.
Pero el cuidado iba más allá del hospital. «Para entrar en la lista de trasplantes tienes que estar sano como una manzana», define así la premisa. Desde vacunas a la dieta de diálisis, el gran reto. Nada de carnes rojas, embutido o tomate. De fruta, solo peras y manzanas, muy duras para que tengan muy poca agua; naranjas o sandías, prohibidas. «Lo peor era controlar la cantidad de líquido que metes en el cuerpo», apunta Mario. Porque él dejó de hacer pis a los dos meses, sus riñones se pararon del todo. La diálisis o la sudoración evacúan algo, pero el exceso de líquido puede encharcar los pulmones o el corazón. Ahí empezó la sed.
Un donante
Nunca pensó en pedir un riñón. «Es algo muy personal», confiesa. Tampoco se lo ofrecieron. La diálisis le estabilizó hasta que llegó la llamada. Fue el 18 de septiembre de 2020. «Ven mañana al hospital, eres el donante suplente», le dijeron. Tras tres horas de espera, llegó el veredicto. «El riñón es para ti, en quince minutos vas al quirófano». Afeitado de barriga, cinco horas de intervención y una sensación de querer morirse al despertar porque le habían inducido una anemia.
Y volvió a orinar. De no hacerlo a levantarse cada cuarto de hora. «La vejiga se había hecho tan pequeña que no acumulaba casi líquido». Cambiaron las reglas, agua por doquier. «De diálisis a estar trasplantado es la noche y el día». Ahora tiene medicación «bastante estricta» de por vida.
Los inmunosupresores los toma siempre a las ocho de la mañana y exigen una hora en ayunas. Vendió la bici porque tenía miedo a que una caída le dañara el nuevo riñón. Como los corticoides le hicieron engordar –pasó de 73 a unos 90 kilos– va al gimnasio, una razón para socializar y moverse de Melque de Cercos, su pueblo, a Segovia. Y bebe mucha agua, más de tres litros al día, por todos los vasos que no pudo beberse cuando se moría de sed.
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