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Pedro Miguel Sánchez (derecha) y Clemente Hortega posan en el patio de la casa Antonio Tanarro
La gran familia de la Cruz Blanca

La gran familia de la Cruz Blanca

La casa de la hermandad franciscana proporciona un hogar a sus 30 residentes

luis javier gonzález

Segovia

Lunes, 10 de septiembre 2018, 11:33

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Situada junto al antiguo Palacio Episcopal y al Archivo Provincial, la casa de los Hermanos de la Cruz Blanca apenas tiene vecinos. Se podría decir que la calle María Zambrano, que honra a una de las principales figuras del pensamiento español del pasado siglo, les pertenece en exclusividad, aunque simplemente regenten su número tres. «En la plaza de San Esteban vive gente, pero no se suele ver mucho. Turistas, todos los que quieras, más con el hotel Capuchinos; también muchos jóvenes, sobre todo por la noche, que vienen de la plaza. ¡Y vaya si se nota! Para nosotros vivir en el centro de Segovia es un privilegio», apunta Pedro Miguel Sánchez, uno de los tres sacerdotes que gestiona la casa segoviana, que surgió a finales de los setenta como un hogar para quienes no tenían alternativa y que se ha amoldado en los últimos años a la realidad sanitaria del siglo XXI para atender a una treintena de enfermos psíquicos y físicos.

La hermandad es una institución religiosa que nació entre Tánger y Tetuán. El fundador, Isidoro Lezcano Guerra, un canario que estaba haciendo servicio militar en lo que entonces era territorio español, empezó a ayudar a los necesitados, en los años 1974 y 1975, con comida y modestas curas. Con la paga del servicio militar alquiló una pequeña vivienda. Procedía de una familia muy religiosa, con un hermano sacerdote y una hermana religiosa. «Él no estaba ordenado y en ningún momento creyó que iba a acabar esto en una institución religiosa. Con el tiempo, cada vez había más gente con él y el entonces arzobispo de Tánger, monseñor Amigo Vallejo [ahora cardenal emérito de Sevilla] vio que era un proyecto bonito que iba funcionando. Entonces, le propuso hacer una asociación religiosa a finales de los 70», explica Pedro Miguel Sánchez. Así se fundó Amigos de Cruz Blanca -hoy Hermanos Franciscanos de la Cruz Blanca porque Amigo Vallejo lo era- y empezó el proceso, que sigue en la actualidad, para ser una institución religiosa de derecho diocesano. La cruz representa sacrificio y el blanco, las sábanas de las camas. «Ya somos una institución asentada y ahora estamos en un proceso para pasar a derecho pontificio». Tienen cuatro votos: obediencia, castidad, pobreza y atención a los enfermos incurables.

«Ha sido un caminar bastante duro porque cuando empezamos éramos todoterreno, no había ni centros ni auxiliares médicos». A Segovia llegaron en 1976, pero no empezaron la actividad hasta que pasaron unos años, siempre en la misma sede, que perteneció antes a un grupo de monjas. Donde ahora hay un cuidado patio, apenas había unas cuadras. «Hemos ido progresando muchísimo; al principio apenas podías darles un espacio para comer y una cama para que no durmieran en la calle. Ahora hay que cumplir con muchas normativas; no es que nuestra labor estuviera mal hecha, por lo menos estaban atendidos, sobre todo niños enfermos que en aquel entonces se entendía como un castigo de Dios y les tenían escondidos en sus casas o abandonados», explica Sánchez. Antes, los frailes lo hacían todo -planchar, fregar, levantar, acostar- y ahora su papel es más gestor y representativo. «Eso también nos permite más presencia religiosa».

Hasta 2005, apenas era habitable el piso de arriba, donde vivían todos; había cuatro habitaciones con hasta 12 camas, dos baños, una sala de estar y una cocina pequeña. «Esta casa no cumplía ningún requisito de servicios sociales y nos la iban a cerrar. Decidimos buscar otro espacio, pero la Junta de Castilla y León no quería perder este espacio dentro de la capital. Si lo que estamos intentando es que se socialicen, no ayuda que estén apartados en un pueblo», subraya este hermano de la Cruz Blanca. La institución se comprometió a subvencionar la reforma y y la hermandad cumplió con todos los requisitos sanitarios: pasillos de metro y medio de anchura, habitaciones dobles o individuales, baños asistidos y trabajadores cualificados. La Junta pagó el 70% y la hermandad costeó el resto con ayuda de todas del resto de casas, ahora 34. Se mantiene el exterior, pues la fachada es un bien protegido, pero por dentro todo el edificio es nuevo. Cuando terminaron la restauración, en 2008, firmaron un convenio con la Junta para concertar una decena de plazas. «Con esos ingresos y lo que la gente nos da, subsistimos. Cuando se rompe una lavadora o hay que arreglar una puerta, ya nos toca pedir, incluso ayuda el que nos vende la lavadora nueva». La institución insiste en que no quieren dinero, sino donaciones en especie; en una ocasión la Guardia Civil quiso dar una cantidad y les pidieron que volvieran con mantas. Y así fue.

Componentes

Pedro Miguel Sánchez, andorrano de 55 años, llegó a Segovia en 2005 y estuvo hasta 2008. Replicando al hermano fundador, se marchó de misionero a Marruecos y abrió una casa nueva en Alhucemas antes de regresar en 2014. Ahora vive, en la casa de Segovia, con Clemente Hortega, sevillano, de 70 años, uno de los primeros hermanos que llegó a Segovia. «Entonces la casa era muy diferente, todo era muy precario», recuerda. También está Ángel del Barco, de 65 años, natural de Plasencia. «En esas épocas, vivíamos de lo que la gente nos daba y hoy los segovianos nos siguen aportando mucho», subraya Pedro Sánchez. Aún hay voluntarias de los orígenes, cuando los vecinos traían comida, donativos, pagaban la luz e iban a la casa a fregar y a cocinar. «Los segovianos vieron a un grupo de cuatro o cinco chicos jóvenes que recogían críos sin familia o abandonados en las calles, que no sabían ni comer ni limpiarse, y se volcaron. Nunca nos faltó de nada. Para nosotros es la providencia de Dios; si somos creyentes, tenemos que pensar que Dios se va a responsabilizar de que aquí no falte de nada», afirman. Siguen subsistiendo de la aportación ciudadana: ropa, garbanzos que llevan agricultores, vecinos que van a comprar y traen un kilo de arroz...«Si quisiéramos ser un centro con ánimo de lucro, no podríamos. Sería económicamente inviable».

En la actualidad, hay 30 residentes, más una decena en el centro de día, con edades comprendidas entre 23 a 64 años. Son pacientes que necesitan pautas y muchas actividades. Todos son enfermos psíquicos y físicos y tienen un tutor. «Les enseñamos a la vida cotidiana, por ejemplo que sepan coger un autobús y moverse dentro de la sociedad. Nosotros cogemos a los que realmente lo necesitan, quienes no tienen medios económicos de ninguna clase». El requisito es ser mayor de 18 y menor de 65. «Tenemos que saber si nos va a encajar aquí, si le vamos a ser útil o le vamos a hacer daño, porque nos puede venir un caso de alguien que simplemente no está adaptado a la sociedad, pero no es el espacio para él, hay que buscar otros caminos». El residente tiene su tiempo de adaptación, algo más de un mes. El objetivo es que lo sientan como su casa. «Nuestra labor es hacerles crecer». Hay horarios para las comidas y actividades como cine, punto de cruz, ganchillo, pintura, teatro, un taller de jabones, gimnasia sensorial y han estado una semana en la playa.

Luis, de 47 años, lleva casi tres años. «Tenía pareja, me hacía cosas terribles desde los 20 años», recuerda. Su hermano Carlos es su tutor. El sacerdote Pedro Miguel Sánchez ilustra su mejora como un caso ejemplar: «Él llegó muy perdido, necesitaba más ayuda que la mayoría. Maltrato, dejadez, abandono de sí mismo, agresivo. Tenía problemas familiares, sociales... Tomaba mucha medicación y ahora no toma casi nada, y es una persona de lo más pacífica que hay, un bonachón que ayuda en todo lo que puede. Ha cogido responsabilidad como persona, se siente seguro y ha recuperado su dignidad, algo que nadie debería perder. Es otra persona, el psiquiatra alucina. De estar en un pozo a verlo feliz». También pasea a la perra, 'Selva', una boxer de cuatro años que supone un elemento de trabajo capaz de lograr muchas mejoras que los expertos no alcanzan.

Los hermanos agradecen la tolerancia social. «Estos chicos andan todo el día en la calle y nunca hemos tenido el rechazo de nadie, al contrario. Es que hablar de Segovia es otra historia, es una ciudad muy generosa, por eso volví, porque yo me enamoré de ella. Si llevan dos días sin verles, te preguntan por ellos. Son nuestros críos, tenemos chavales que llevan con nosotros toda la vida, que casi le hemos dado el biberón», señalan Sánchez.

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