«Me conozco todas las tragaperras de Segovia»
Andrés relata su ludopatía, vinculada al alcohol y la depresión, que le ha costado tardes con casi 1.000 euros de pérdidas
Andrés habla de una predisposición al juego de nacimiento y lo refrenda con dos anécdotas adolescentes. En una ocasión, vendió la entrada para el cine – ... hace medio siglo se agotaban– a un adulto que le dio cuatro veces lo que costaba. Dejó a sus amigos y se fue corriendo hasta casa para dárselo a su madre: «¡He ganado dinero!». En unas ferias de La Granja, le tocó una cubertería en la tómbola. Ahí dejo a la chica a la que debía acompañar a casa y se llevó el trofeo. Fue el inicio de una adicción que casi le cuesta la vida.
No tardó en probar las tragaperras. «Íbamos a tomar algo y la máquina me llamaba la atención». Empezó con amigos y desembocó en un hábito solitario que le ha costado casi 1.000 euros en una tarde. «Hasta que salía la especial. Si no, ahí me dejaba el dinero. Y si salía, me iba a otro bar». La ilusión de la adolescencia había desaparecido, pero narra perfectamente esa felicidad transitoria del juego de su generación: la sandía, el limón, el avance. Su mezcla con el alcohol lo potenció todo.
Andrés, ya jubilado, lleva cinco años de tratamiento psiquiátrico para una adicción le costó el divorcio. Durante su trabajo como repartidor se mantenía sobrio, pero los fines de semana daba rienda suelta. «Hay quien bebe en casa, pero a mí lo que me gustaba era alternar. Y siempre me quedaba el último». Ocho o diez chatos, la partida de cartas y la máquina. Quinielas, loterías… cualquier juego nuevo pasaba por sus manos. Y los pretextos para salir de casa eran infinitos. «Me ha costado estar solo. ¿Y qué hacía? Pues beber y jugar». Tiene depresión y el otoño, por el cambio estacional que fomenta la ansiedad, es un momento duro en el que requiere más medicación. En octubre de 2017 tuvo un ataque de pánico y acudió a la Asociación de Alcohólicos Rehabilitados de Segovia. «Estaba por los suelos».
Para él, han sido claves las terapias de grupo y sentirse como en casa. «Aquí se habla sobre todo de alcohol, pero hay otros compañeros con problemas de ludopatía». Sin precedentes familiares, responde a un perfil analógico y nunca ha entrado a un local de apuestas. «Me da miedo lo que no conozco. Yo y las tecnologías… he nacido mucho antes que ellas». Tomó medidas como salir menos de casa o cambiar las rutas de los bares por los que pasaba. «Me conozco todas las máquinas de Segovia [habla de medio millar]. Para evitar broncas en casa, intentabas buscar sitios más recónditos».
Recaídas
No bebe, pero la rehabilitación es complicada. «Estoy muy concienciado con el alcohol, pero tengo problemas con las máquinas». Su tercera y última recaída llegó el 1 de mayo. Lo que empezó al mediodía con un vino español desembocó en chupitos y cubatas. Por el camino, se gastó unos 800 euros en las tragaperras, desde las tres de la tarde hasta medianoche. Se pulió toda la mensualidad y tuvo que pedir un préstamo para pasar el mes. Cuando se acaba el efectivo, sale a por más. «Hasta que el cajero te dice que no hay saldo disponible». Para prevenirlo, su hermana custodia la tarjeta y su firma es necesaria para cualquier extracción bancaria.
Él se ve como la punta del iceberg. «Yo no me he dado cuenta hasta que he venido aquí y creo que hay mucha gente como yo, que tienen ese problema pero no son conscientes». Él convierte el lema de la banca siempre gana en «vas a salir un día bien y 20 mal». El mensaje es claro, pero es difícil encontrar un receptor. «Hay que ser consciente de que te está costando dinero y que va a ir a más, pero eso es muy difícil metérselo a un ludópata en la cabeza». Salvo que le pase algo extraordinario. Su desencadenante fue el divorcio y la soledad. «Es una adicción muy fuerte, necesitas ayuda, por eso sería importante que hubiera un centro de ludopatía en Segovia».
El caldo de cultivo de la ludopatía –desde trastornos de personalidad a cuadros de depresión como el de Andrés– implica un riesgo de conductas suicidas. Supo resistir a esas ideas, pero aún recuerda su cabeza agitada cuando se asomaba al balcón o sus paseos nocturnos por los riscos de algún acantilado. En su caso, fue por la culpabilidad. «¿Qué pinto yo aquí? Lo que quieres es quitarte del medio y no causar problemas».
Sin alcohol, ha empezado a sembrar y a recoger cangrejos. Y en este otoño tan vulnerable, ha ido a por níscalos. Su mensaje y el de su generación es echar un guante a los jóvenes. Que su experiencia sirva de lección para que no cometan los mismos errores. Ha cambiado el formato del juego y el perfil del jugador, pero las curvas neurológicas de la adicción son las mismas. «Los que mejor nos conocemos somos nosotros mismos».
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