El atractivo turístico de Segovia eleva la mendicidad y la hace rentable
La concentración de visitantes atrae a cerca de una decena de mendigos estables que sacan más de 30 euros de medía al día
El formato de turismo de masas concentrado en unas pocas calles que identifica a la ciudad de Segovia no solamente atrae a un sinfín de ... visitantes, sino que supone una inversión cada vez más rentable para la mendicidad. Hay una decena de personas cuya circunstancia es incierta que rentabilizan el trasiego de tanto turista con recaudaciones cercanas, en algunos casos, a los mil euros mensuales. Un mal con el que la capital tendrá que convivir, pues no hay ninguna ordenanza que impida pedir en la calle o dormir al raso. Los mendigos no se comportan de manera incívica, salvo excepciones muy contadas, ni suponen hasta la fecha una amenaza al turismo
En un tema tan sensible, la terminología importa. Un sintecho es alguien que duerme en un espacio público. Una persona sin hogar carece de él: es quien, por ejemplo, pernocta en un coche o en una casa insalubre o sin suministros. Un mendigo es quien ejerce la mendicidad, es decir, que pide limosna. Ni los grupos anteriores desembocan necesariamente en este último —algo que sí sucede con esta decena de personas de Segovia, fundamentalmente de origen rumano— y un mendigo puede tener techo. Por ejemplo, actualmente hay un hombre pidiendo en la Plaza Mayor que tiene una vivienda.
«Están en la espiral de estar fuera del sistema y han normalizado la situación de exclusión social»
Azucena Suárez
Concejala de Servicios Sociales
La concejala de Servicios Sociales, Azucena Suárez, utiliza el término «intermitente» para referirse a esta mendicidad. «A raíz de las últimas intervenciones que se hicieron, con más presencia de Policía Local, se redujo mucho, pero como no deja de ser un fenómeno asociado al turismo, vemos de nuevo cómo van apareciendo». Traza un perfil mayoritario. «Vienen durante el día y generalmente no pernoctan, aunque haya algunos casos que sí». Un grupo lleva más de un año en los soportales del supermercado Gadis que hay frente a la iglesia de Santa Eulalia, aunque no de continuo. Cuenta cómo un lunes vio a varias mujeres con los ramos del romero en zonas como la avenida del Acueducto y la Calle Real. «Sí que estaban con los turistas de una manera bastante invasiva para que se pararan con ellas. Sabemos que vienen en autobús, las dejan aquí durante las horas de mayor afluencia turística, y se marchan».
Desconfianza crónica
La casuística es diversa, pero generalmente no solo se trata de personas con vulnerabilidad económica, sino con patologías que van más allá. «Están metidos en la espiral de estar fuera del sistema desde hace mucho tiempo y ellos mismos han normalizado esa situación de exclusión social», resume Suárez. Una inercia propicia para que se sumen cuadros de salud mental o problemas de higiene. Y un itinerario vital que se traduce en una desconfianza crónica.
A finales de mayo, la Policía Local multó a un mendigo por su actitud agresiva hacia un turista, pero no ha pasado de un caso aislado. Así que las herramientas son escasas. «No podemos hacer nada porque hay un principio de servicios sociales que dice que no se puede ayudar a quien no quiere ser ayudado. Rechazan los recursos casi en su totalidad».
No hay un registro de mendigos como tal, así que la evolución es cuestión de percepciones. «Yo diría que hay épocas en las que repunta y otras en las que baja», apunta Suárez. Algo que explica, por ejemplo, por la presencia policial, una presión que a su juicio incomoda. «Detrás de estas personas hay grupos organizados; si la situación aquí es más complicada, las derivan a otro sitio. Cuando se marcharon en diciembre, supimos que estaban en algunos centros comerciales de Madrid». Porque otro factor de la estacionalidad en Segovia es la meteorología: los inviernos son menos rentables, por más que el turismo de la ciudad tenga cada vez menos fases de valle.
«Les sale más rentable que trabajar, pueden incluso plantearse pagar el alquiler»
Álvaro Pérez
Técnico de Cáritas
Cambiar esa tendencia a ayudar llevará tiempo. «Si quieres, te pago un bocadillo o un café. Está en tu mano y te lo puedes permitir». La edil empatiza, pero corrige: «Mal hecho. Con eso consigues que siga ahí al día siguiente y no salga nunca de la espiral». Y cuenta cómo uno de esos mendigos que duerme en Santa Eulalia pedía con su vaso por la Calle Real. «Si nos lo acercó a cuatro o cinco; vi a dos personas que le dieron monedas».
Álvaro Pérez, el técnico de Cáritas para personas sin hogar, está trabajando ahora directamente con 15 usuarios, más los transeúntes: «Gente que viene aquí, está uno o dos días y luego se marcha». Las propuestas que ofrece pasan por acudir al comedor social alimento, ducha y lavandería—, ropa, apoyos jurídicos —habilitar un permiso de trabajo desde la propia ONG— o proporcionar medicación.
Un modelo de negocio
«Ninguno ha querido hacer uso de los recursos. Solo un par de ellos, de forma puntual». Él, sin la información suficiente para afirmar que hay mafias detrás, aceptó la propuesta de los vecinos de Santa Eulalia, que querían hacer de intermediarios con los mendigos y reunirse en su sede, pero ellos dijeron que no. En parte, porque ponen todo en una balanza y, quizás, les compense seguir así.
«Guste o no guste, el modelo de Segovia es el que es. Hay un turismo masivo en tres calles y la población se recicla y cambia todos los días. Para una persona que esté viviendo sin techo en Madrid es muy jugoso porque se coloca en la Calle Real; hoy le da dinero un francés, mañana un chino». Habla de un clientelismo del que es muy difícil salir. «Créeme, sacan dinero». Más de 30 euros al día, una forma de dar rentabilidad a la mendicidad.
Cáritas ofrece apoyo a mendigos para acudir a un comedor social, adquirir medicamentos o regularizar su situación
«Es como un modelo de negocio. Les sale más rentable que trabajar. Si están ahí todos los días pueden incluso plantearse pagar el alquiler». Una cifra que saca de las conversaciones periódicas que tiene con ellos, aunque sea para darles los buenos días. «No pensemos en el arquetipo que tenemos de persona sin hogar, alguien sucio con un trastorno mental grave. Son capaces de coger su autobús todos los días, tienen sus teléfonos móviles y WhatsApp».
Un fenómeno que no considera nuevo. «Siempre ha habido mucho transeúnte que se mueve por todas las ciudades y luego marchaban. Es verdad que ha llegado un grupo que sí tiene vínculos entre ellos. Si antes había dos o tres y ahora se juntan ocho, claro, sí que veo un aumento». La actitud general es de sentarse en la calle y dejar el vaso, pero hay casos en los que pasan por las mesas de las terrazas y entrar en los comercios a pedir, aunque no se trata de algo generalizado.
Él no atisba ningún trastorno mental, sino una decisión consciente. «Para nosotros, la vivienda es algo primario, pero para ellos, a lo mejor no. Yo les pregunto qué metas tienen en la vida, si tener una casa, formar una familia o elegir su ropa, pero te dicen que están bien. Que gracias. Y no se comportan mal, no hay problema de convivencia».
El técnico de Cáritas da por perdida la batalla para que los turistas no les den dinero. «Con ellos no me puedo pelear». Y trata de limitar daños con los vecinos, por ejemplo, a través de las parroquias, explicando cómo complican su misión, que es obligarles a «promocionar», es decir, que asuman un itinerario social, desde ducharse a limpiar o preparar entrevistas de trabajo.
«Les dan comida y ropa. Si voy a ver a una persona y tiene todo cubierto, como ya me ha pasado, me dice que no quiere nada mío y lo entiendo». Es más fácil ejercer la mendicidad y que un vecino pague el bocadillo. «Si estrangulamos un poco esa ayuda, a lo mejor se ve obligado a moverse. Y ahí ya estamos los profesionales para hacer la intervención. Yo no quiero dar un plato caliente, quiero que la persona sea lo más autónoma posible. Y si puede trabajar, que trabaje».
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