Adicción a la cerámica
Un grupo fiel gestado por empleados de Caja Segovia expone sus piezas en el campus de la UVA
l. j. g.
Segovia
Lunes, 21 de mayo 2018, 11:15
El truco de Ricardo Arroyo para que sus alumnos no desesperen ante los frustrantes inicios en la cerámica funciona: «Se lo pones muy feo nada más entrar en clase, que no van a ser capaces de hacer nada en todo el curso, para que se concentran más y saquen sus cosillas«. Hay una parte de cruda realidad, porque el primer año es «muy duro», pero viene con recompensa. «Cuando te ves amasando y se te escapa el barro por todos los lados, piensas: ¿seguro que yo voy a ser capaz de hacer esto? Hace falta mucha paciencia, superar esos primeros momentos, pero el torno tiene algo mágico. Cuando cogen el truquillo, se envician mucho y es adictivo», explica el profesor de un grupo de cerámica impulsado hace dos décadas por los empleados de Caja Segovia. Exponen sus creaciones en el campus María Zambrano de la UVA.
Ricardo era un mozo de almacén con las tardes libres cuando hace más de dos décadas se enamoró del barro en las clases que Ángel Polo y su maestro Ignacio Sanz impartían en el instituto Andrés Laguna. «Las primeras piezas no se olvidan nunca. Hice un ajero que regalé y una botella. Tengo una que me salió fatal porque se me abolló al sacarla y Ángel me decía que hiciera algo abstracto [risas]. Así que terminé por abollarla más y la pinté con muchos colores». Se sacó el título de artesano y lleva 15 años impartiendo un curso casi particular. Hay una decena de alumnos –ocho son mujeres– que dan clase una vez por semana en una pequeña sala con cuatro tornos.
Es la continuidad de los empleados de lo que ahora es Bankia pero se ha abierto con el boca a boca y hay varias enfermeras o docentes. Un alumnado fiel que lleva con él muchos años. El gran obstáculo en la clase es la periodicidad. «Al ir solo un día a la semana tienes que preocuparte de no se te seque el barro y que mantenga un buen estado para seguir trabajando, y el proceso es más largo que en un taller alfarero habitual». Ricardo aconseja una primera pieza donde enseña las llaves –los diferentes movimientos de las manos, como sacar tripa, hacer cuello o hacer boca– pero fomenta la iniciativa. «La creatividad no se la puedo enseñar. A veces me siento yo y que ellos me miren cómo hago la pieza y a partir de ahí se fijan en objetos cotidianos».
El resultado son piezas personalísimas. Una muestra destacada está expuesta hasta el 24 de mayo en la sala de exposiciones de la biblioteca del campus María Zambrano de la UVA. Está abierta de lunes a viernes de 9:00 a 20:45 horas. También hay varias de Ricardo, que busca siempre un toque tradicional. «Ahora los barros vienen todos preparados de fábrica y es una gozada, pero yo quería una pieza lo más natural posible, de coger el barro en la mina y seguir todo el proceso de nuestros antepasados. Hicimos unas cuantas piezas así, es más rústico y tiene ese aspecto de antigüedad». Él tiene expuestas una luna y una botella cocidas con rakú, una cuidada técnica oriental.
Cada alumno ofrece su estilo y decide qué piezas tienen rigor suficiente para aparecer en la exposición. Hay un tiesto abierto de arriba abajo, separado en el corte por una escalera, elaborado por Marián Gañán, o un cuenco pequeño con un esmalte negro brillo muy depurado, de Victoria Puentes. Otra alumna, Elena Cuesta, ha abierto su propio taller de cerámica en La Mata de Quintanar y tiene otra exposición en el bar Santana.