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La actriz Lucía Jiménez amenizó el acto con su voz y guitarra.
Reencuentro en Segovia

Reencuentro en Segovia

Veintiún años después de ‘La buena vida’, el director y escritor David Trueba reúne a los actores Lucía Jiménez y Fernando Ramallo en la presentación de su libro en Intempestivos

César Blanco Elipe

Domingo, 21 de mayo 2017, 10:04

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Había muerto Antonio Vega. Era un mes como este de mayo de 2009. «Yo tampoco era un fanboy» del frágil alma de Nacha Pop, confiesa David Trueba, a quien le habrán tenido que escribir la tarjeta de presentación por las dos caras, dadas sus facetas de periodista, escritor, crítico, director de cine, guionista... Al invitado ayer en la librería Intempestivos de Segovia le sorprendió entonces que «gente tan moderna como la del mundo de la música participara en un rito tan antiquísimo como es un velatorio».

Trueba contemplaba incrédulo recuerda en su confesión con los lectores la multitudinaria fila en la sede de la Sociedad General de Autores de Madrid. Aquella hilera de personas para rendir su último adiós a Antonio Vega «te partía un poco el alma». La respuesta que halló era sencilla y llanamente que todas esas personas que desfilaron ante el féretro del chico triste y solitario lo que deseaban en realidad era «algo tan noble como darle las gracias».

Esta revelación vivida por David Trueba (Madrid, 1969) le ayudó a hilar el relato que teje en su quinta y hasta ahora última novela, Tierra de campos (Anagrama). En ella narra el singular periplo de un joven músico llamado Dani Mosca. Viaja en un coche fúnebre en dirección a la comarca de su familia para enterrar a su padre, un recorrido por la planicie castellana que le servirá, a su vez, como un proceso mental en el que repasa su propia vida, descubre su ausencia de raíces con la tierra y se pregunta, en última instancia, por el sentido de su identidad.

Padres e hijos

La aguja que enhebra aquel hilo íntimo es la de ese encuentro. El choque traumático de un rockero, de un tipo que hace canciones, sobre todo de amor, y al que triada clásica de los excesos (sexo, drogas y rock and roll) desintegró el grupo que había formado con sus amigos, con la idiosincrasia humilde y esforzada de un campesino recio, con falta de apego por la frivolidad en la que se ha movido su vástago.

«Al final los dos acaban cediendo», revela. «La esperanza de vida es la que ha permitido que se pierda la continuidad en el agravio que se producía antes al contar las relaciones entre padres e hijos», piensa el escritor. Los progenitores morían y les sucedían; ahora «los hijos ocupan la posición de los padres en vida y tiene lugar la reconciliación».

David Trueba compone otra novela musical, quizás la más melódica. El cultivo del cereal se solapa con otra siembra también árida que es la de hacer germinar canciones de la nada. «Hago libros para contar cosas que me interesan y sobre las que me pregunto y casi nunca llego a una conclusión». Prefiere dejar puertas abiertas a la fascinación.

¿De qué escribiría entonces? «Los problemas más bonitos son los que no tienen solución». Y ahí entra el lector, en la capacidad de dejarse fascinar. «Toda la ficción tiene algo de complementario con la vida», sentencia el madrileño en su escala dentro de la gira de La conspiración de la pólvora, experiencia a tres bandas entre librerías de Plasencia, Salamanca y Segovia.

La propia estructura de Tierra de campos posee una construcción rítmica, apunta el escritor (o compositor de novelas). «Está dividida en una cara A y otra B, hay fragmentos, y también ideas potentes de las que partes y que se pueden romper con algo de la vida cotidiana», lo que reviste al relato de una musicalidad en la que el propio Trueba busca inspiración a la hora de coser la historia a las emociones.

La libertad creadora

Asume con bendiciones que a día de hoy la formación y «una amplia gama de intereses» hayan contribuido al crecimiento profesional de creadores que ya no se encierran solo en una disciplina. La cultura «está sometida a muchos estímulos, y cuanto más naturales se expresen, mejor; porque cuando es forzado se nota la impostura y el negocio con los valores de la escritura». David Trueba no entra en ese comercio. Afirma que «me siento aislado de las exigencias del mercado». Su bagaje como novelista le hace ser fiel a los lectores que esperan que «tú seas tú». También en el cine.

Trueba estuvo acompañado de los dos actores protagonistas a los que dirigió en su primera película, La buena vida (1996). Lucía Jiménez puso su cálida voz y su sutileza al tocar la guitarra; y Fernando Ramallo leyó algunos pasajes del libro. Un reencuentro veintiún años después. El escritor guarda muy buenos recuerdos de la película y de unos años 90 que «demostraron en España que se puede hacer un cine y llegar a un público hablando de nuestro tiempo, no todo tienen que ser fórmulas y géneros comerciales». «Con el tiempo, esto se ha desvirtuado y es más difícil la espontaneidad», asevera. «Ahora todo es más grande y se cree que así se es más libre, pero puede ser todo lo contrario»

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