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m. ángel lópez
Sábado, 23 de enero 2016, 22:06
Cada 23 de enero, el Grupo de Dulzainas y Tamboril del Real Sitio de San Ildefonso anuncia a partir de las diez de la mañana a los vecinos que comienzan los festejos dedicados al santo de cuyo nombre viene el del municipio. Son actos sencillos, populares, para los de casa; muy distintos de los de la fiesta patronal de San Luis en agosto. Sin el aluvión de gente de fuera, son los granjeños y valisabinenses (sí, este es el gentilicio de los habitantes de Valsaín) quienes disfrutan del almuerzo popular que ofrece desde hace más de treinta años el Ayuntamiento, con algún invitado, claro, porque el pueblo es buen anfitrión y generoso. Y porque los voluntarios preparan caldo y condumio para todos.
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La fiesta recuerda los orígenes del municipio, surgido en torno a aquella antigua ermita y sus huertas administradas por los monjes de la orden jerónima desde el siglo XV (concedida por Enrique IV) que con el tiempo, en el siglo XVIII, quedó dentro de los jardines del Palacio Real y en manos de los jardineros. La tradición ayer renovada tiene su origen en 1742, en la Hermandad que creó el Jardinero Mayor después de que por orden de Felipe V el gremio asumiera el cuidado de la ermita; entonces la fiesta era para ellos, pero desde hace muchos años es una cita anual que reúne a cientos de vecinos en la plaza de los Dolores.
La diana de los dulzaineros dio paso a la misa concelebrada y oficiada por el rito mozárabe que presidió el obispo, César Franco, en la Colegiata del Palacio Real. El abad adjunto, Salawomir Harasimowicz, lleva solo cuatro meses en el Real Sitio (después de 15 años en Sepúlveda) cree que el rito mozárabe «es bonito y se debería cuidar», que es «apropiado para fiestas» y que mantenerlo para estas ocasiones contribuye a recordar que «habla de la historia de la Iglesia y de la historia de España». «Por eso hay que cuidarlo, para no perder las raíces, porque sin raíces el pueblo muere».
La fiesta de San Ildefonso es una de las que sostienen al Real Sitio. Y la misa y el caldo sostienen la fiesta. Cientos de vecinos (con el alcalde, José Luis Vázquez, saludando a todos bastón de mando en mano) formaron una larga fila que cruzaba toda la plaza de los Dolores para recoger sus raciones de la bebida reconfortante (aunque en vez de aguantar el frío de otros años disfrutaron de unos agradables 14 grados) y los bocadillos hechos con todos los ingredientes. Quinientos litros de caldo preparados por el grupo de voluntarios que coordina Javier Velasco con 55 kilos de morcilla, 90 de chorizo, otros tantos de salchichas, 50 de panceta, el pan horneado por los panaderos de la zona, tres barriles de cerveza y cien botellas de vino.
«El caldo está divino, alcalde», le dijo una vecina mayor a Vázquez. Tan divino como la misa. Tan suculento como los bocatas. Para mantener las raíces de San Ildefonso.
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