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Jorge Holguera Illera
Jueves, 22 de diciembre 2016, 12:18
Si hay un oficio que identifica a Villoruela, ese es la artesanía de la mimbre. Las personas que trabajan este material, que tiene las virtudes de ser natural y totalmente degradable, son denominadas cesteros. José Luis Manjón Sánchez es joven pero ya no se dedica a la mimbre, no por estar jubilado sino porque el oficio no da para comer, pero sigue estando orgulloso de ser cestero, como lo fueron su padre, Sebastián Manjón, y su abuelo, Alejandro Manjón. Aprendió de niño, y según recuerda «a los 13 años ya estaba haciendo muebles, me salí de la escuela a los 14». Desde entonces hasta hace prácticamente 8 años, se ha dedicado al oficio que dio fama a Villoruela. También generó dinero en la localidad, donde según manifiesta, se vivía solventemente de esta actividad.
José Luis Manjón ahora es presidente de Asociación de Asociaciones Fray Junel de Villoruela, una persona comprometida, que aparece en muchas de las fotografías que muestran el proceso de fabricación de muebles, sillones o cestos en el Centro de Documentación e Interpretación del Mimbre. Precisamente este edificio dedicado a este tipo de artesanía de la localidad, asegura la custodia de una parte del legado heredado por los abuelos y padres de Villoruela.
Aquellos hombres de manos curtidas quizá comenzaron fabricando cestos, de ahí que al artesano que se dedica a dar forma a las varas del árbol llamado sauce en utensilios aprovechables por el hombre se denomine cestero.
Manjón era cestero, aunque hacía tresillos, es decir, sabía hacer de todo, pero su especialidad era este tipo de mueble formado por tres piezas. Fabricaba muchos tresillos antes de «tener que abandonar lo que te gusta hacer», según relata, y añade, «es una pena».
Hablar de estos oficios al borde de la desaparición se convierte en un relato marcado por la añoranza. La tristeza llega hasta el interior del edificio habilitado con el fin de «conocer los procesos de los trabajos artesanales relacionados con la mimbre», según reza en un folleto que tienen editado para el visitante. Y a Manjón se le vienen a la memoria recuerdos entrañables cuando habla de aquellos tresillos fabricados con esmero y cariño. Se trataba de un conjunto de tres piezas formadas por «sofá grande y butacones».
En Villoruela aún se fabrica alguna pieza aislada, pero ya no son para la venta, porque «si esto diera para vivir se volvería a dedicar gente a ello», anota José Luis Manjón.
El oficio desaparece, sin que se ponga remedio por parte de la Administración, pese a que con este quehacer también se vaya parte de la identidad de un lugar. Allí en Villoruela, en la última etapa, los artesanos fabricaban desde su propio taller individual y les compraban los almacenes que luego se encargan de comercializarlo. Cada artesano estaba especializado en alguna pieza.
En el Centro de Documentación e Interpretación del Mimbre se conservan piezas en miniatura, porque no se trata de un museo, sino que es un lugar para comprender aquel oficio, por ello sí se exponen algunas de la herramientas y las máquinas utilizadas habitualmente por los artesanos.
Precisamente este domingo se vivió un momento que tocó el corazón a las gentes de Villoruela, cuando en el acto de encendido de la iluminación del árbol de Navidad elaborado con 9.000 CDs, a la persona invitada para dar al interruptor se le obsequió con un sillón. El sillón de la abuela quizá sea la pieza más conocida de Villoruela, aunque había otros tipos de sillones: el de oreja, el sofá de oreja o el de abanico. El sillón de la abuela destaca por ser «no muy caro y muy cómodo, por eso se llama de la abuela», afirma Manjón. El de oreja es semejante a los conocidos sillones de oreja. Sin duda el sillón de la abuela era de los más vendidos, pero también el de abanico, con el respaldo en forma circular amplio. Este último apareció en una película española que también contribuyó a hacer que mucha gente mirara a Villoruela.
Otra pieza muy peculiar es el pollero, que hacía las veces de tacatá.
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