El peso de la camiseta en este Real Valladolid
«Los futbolistas corren y sufren unidos. Falta fútbol, pero el sacrificio coral suma puntos y hace que el Pucela se convierta en un rival incómodo, áspero»
Ronaldo y su equipo empuñaron la bandera de la historia de la ciudad como punto de apoyo de su estrategia de marketing. Centraron el tiro ... en el territorio y se olvidaron del club. Prueba de ello es su falta de sensibilidad con el escudo y el bochornoso repliegue que tuvieron que ejecutar. Cuando quisieron virar el relato hacia el valor de lo auténtico, el astro brasileño ya estaba cerrando la puerta por fuera. La nueva propiedad, con Solares a la cabeza, ha puesto el foco en el sentido contrario. Tiene en cuenta a la ciudad, faltaría más, pero no la coloca en el centro de la escena. Ese espacio lo ocupan los valores, las leyendas, el pasado de gloria y esfuerzo, la historia viva del Pucela, que ensancha el orgullo del hincha y fortalece el sentimiento de pertenencia.
Y como punto y seguido a este profundo respeto a la memoria institucional, ha fichado a un entrenador que aglutina parte del ADN que dibuja la personalidad del pucelano recio. El trabajo y la disciplina son argumentos innegociables. También ha alicatado el vestuario con futbolistas comprometidos y, de momento, fieles. Alejo es el mejor ejemplo. Esperemos que los resultados no agrieten esta armonía.
Pongo en contexto este planteamiento táctico, asentado sobre los valores reales del club, porque es lo que se refleja sobre el verde. La camiseta por fin pesa, no es una prenda de papel cebolla que vuela por los aires al primer revés. Los futbolistas corren y sufren unidos. Falta fútbol, pero el sacrificio coral suma puntos y hace que el Pucela se convierta en un rival incómodo, áspero. Ya no es un castillo de naipes. El papel de comparsa y el complejo de inferioridad se marcharon en la maleta de Ronaldo. El entrenador aprieta las tuercas y la rendición no aparece en el ideario que cuelga del vestuario blanquivioleta.
El respeto es un pilar fundamental en cualquier institución. En un club de fútbol, es lo primero que se pierde cuando las cosas van mal. El futbolista, que es egoísta por naturaleza, se mete en su burbuja y el plan colectivo salta por los aires. Por eso, la estrategia de situar los valores del club como origen de todo, hace que los que aterrizan por primera vez en Valladolid entiendan que hay obligaciones innegociables. La abulia no tiene hueco. De ahí que Almada dijera, tras la victoria ante el Almería, que la plantilla reclamaba dos días de descanso, pero que no los iba a tener. Esto no debería ser noticia, pero venimos de un lodazal de holgazanería tan impresentable, que este tipo de gestos rearma el compromiso de la afición con el Real Valladolid y del vestuario con el escudo, con el míster y con las barras blancas y violetas que engalanan los corazones de los seguidores. Es como la economía circular, los actores se retroalimentan entre sí.
La Liga es muy larga y el guion se puede emborronar, pero los pilares lucen erguidos. Sobre la humildad, el trabajo y el compromiso se asienta todo, desde la zona noble hasta la taquilla del último canterano. Almada ya tiene entre manos una máquina bien automatizada, que corre, presiona y se junta con oficio cuando necesita encoger el espacio del rival. El técnico tiene que incidir ahora en ver cómo puede transformar ese Fuenteovejuna defensivo en mecanismos ofensivos que le permitan generar oportunidades con más asiduidad para evitar que los partidos cerrados se conviertan en una ecuación indescifrable. Por trabajo no será.
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