El espíritu de Don Vicente y la magia del Pato
Aparece en la escena Pato Yáñez y el pasado de gloria reverdece en el presente de espinas. Es pisar la tierra de Don Vicente y al Real Valladolid le cambia la cara.
Aparece en la escena Pato Yáñez y el pasado de gloria reverdece en el presente de espinas. Es pisar la tierra de Don Vicente y ... al Real Valladolid le cambia la cara. De repente ocurren cosas prácticamente olvidadas. En un chasquido, la ilusión desarrolla un pellizco de realidad que multiplica los abonos y nos hace pensar que la pesadilla de los últimos tiempos forma parte de un sueño cruel. Como si no hubiera ocurrido. El fútbol no tiene memoria y en este caso para bien. Bastan cuatro arranques de coherencia para eliminar del escudo el pasado amargo y limpiar el corazón para afrontar un desafío tan áspero. Cuando la primera patada sea oficial, la fantasía cederá su sitio a la verdad. Y es justo ahí cuando los resultados se ponen la toga y agarran con fuerza el martillo para dictar sentencia.
Hacía demasiado tiempo que el Pucela no ganaba. Y lo hizo con solvencia, bajo la memoria de Don Vicente y el verbo del Pato. Palabras mayores. Pero la victoria, que no aparecía ante los ojos de la maltratada hinchada desde enero, se cuela en la campaña de abonados a través de un equipo que vuelve a tener alma, que intenta construir una idea y que compite. Sí, competir, un verbo que no debería generar debate, porque es un mínimo innegociable en cualquier club profesional, y que en el Real Valladolid habían convertido en una utopía entre los despachos, el banquillo y la mezquindad del vestuario.
Víctor Orta no es Dominguinho. A Dios gracias. Esto no va de discursos vacíos. El de Orta tiene contenido. Y no solo delante del micro, donde se maneja con brillantez, sino también en la rúbrica de contratos, que es desde donde se edifican los proyectos y se elimina la improvisación, la incompetencia y esa falsa realidad de que el mercado de fichajes solo tiene razón de ser en las últimas 24 horas. Orta hace los deberes y Guillermo Almada no tiene que esperar a la cuarta jornada de Liga para comenzar la pretemporada. Saldrá mejor o peor, pero los cimientos por fin se hormigonan antes que el tejado.
Hacía demasiado tiempo de muchas cosas. Es pretemporada, sí. Queda un desierto infinito por delante, también. Pero ahora el entrenador habla sin trampantojos ni milongas del big data o la IA. Juegan los mejores. Sin estatus, ni historias. Marcos André sale del armario y vuelve a marcar. La cantera por fin cuenta. Pero de verdad, no solo para completar entrenamientos y rellenar los vacíos generados por la infame gestión deportiva de la zona noble. El que vale, juega. Sin tener que mirar su DNI, ni escrutar su acento. Los fichajes llegan por convicción, análisis y convencimiento, no por amistad ni compromiso. A la plantilla le faltan retoques, pero el grueso, que es lo que cuenta, ya suda bajo la libreta de Almada. Orta está en Valladolid rematando su obra con esos futbolistas que «llegarán para marcar la diferencia».
Es triste, pero hacía demasiado tiempo que la afición no miraba al Real Valladolid con esa carita que ponen los enamorados que se están conociendo y viven sus primeras citas con la media sonrisa desabrochada y los ojos haciendo chiribitas. Chile puede ser el inicio de todo. Que el halo de Don Vicente y la magia del Pato nos acompañen y nos protejan en esta ardua reconquista.
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