Es difícil escribir nada que no deje cierto regusto a frivolidad en estos tiempos de malas noticias y sacrificios. De dolor y desesperación. De enfermedad, ... confinamiento y miedo. La vida, que más que nunca se ha rebelado como un valle de lágrimas, nos ha puesto una de las pruebas de fuego más perversas a la que nos hemos enfrentado como europeos desde el final de la II Guerra Mundial. Se hace complicado contar cosas cuando nos han robado marzo, como a Sabina abril; y quién sabe si de este mes recién estrenado habrá de denunciarse su sustracción para hacer buena la canción, si quedará recluido para siempre en el cajón de la imaginación, esa que vuela fantaseando sobre lo que pudo haber sido en estos días en los que todo suena incierto.
Sé que, en medio del caos, la Liga de Fútbol Profesional y la Real Federación Española de Fútbol siguen echando sus cuentas de la lechera. Calibran la balanza de pérdidas y ganancias. Esa que permita generar recursos a los clubes aun cuando se haga necesario jugar con los estadios vacíos. Continúan con sus ensoñaciones sobre qué día y en qué condiciones podrá reemprender la marcha una competición que probablemente no se reanude nunca. De momento, y al menos extramuros, nadie manifiesta que la única solución posible es echar definitivamente el cierre a un campeonato que, por las circunstancias, ha resultado fallido y declarar definitivamente nulo el torneo.
A los vallisoletanos nos queda resistir, haciendo buena la letra de ese himno oficioso escrito en su día por El Dúo Dinámico. Como si de un vestuario deportivo se tratara, hoy nos dedicamos palabras de ánimo a distancia, nos arengamos cada mañana, aplaudimos y nos aplaudimos, nos conjuramos siempre que nos llega un mensaje de un ser querido. Lo bueno de ser aficionado del Pucela es que hemos desarrollado una capacidad de sufrimiento de tal calibre que nos permite afrontar de otra manera la enfermedad, la depresión, la desesperanza o la tristeza. Sabemos que siempre hay luz al final del túnel, sabemos aguantar porque lo hemos hecho tantas veces a lo largo de tantos partidos que lo llevamos grabado a fuego, es una suerte de carga genética, parte del ADN de todo seguidor blanquivioleta. Cuando regresemos, el primer abrazo de gol no será por un tanto anotado por cualquiera de los nuestros, nos lo daremos por volver a reencontrarnos en Zorrilla.
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