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Pueblos para pasar en Navidad

Callejuelas empedradas y murallas para pasar unos días lejos del bullicio de la ciudad

Javier Prieto

Viernes, 25 de diciembre 2015, 11:49

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Hay quien, al llegar estas fechas, huye como de la peste de las aglomeraciones sin fin, de los comercios abarrotados, las compras de última hora, las lucecitas intermitentes, los atascos del centro... Hay quien, al llegar estas fechas, imagina unos días tranquilos, sin prisa por levantarse, con tiempo para los paseos cortos y los desayunos largos. Y, a ser posible, paisajes nevados, montañas como telón de fondo, chimenea, vigas de madera y paredes de piedra, tertulia con amigos... Y tan lejos del mundanal ruido como se pueda.

Para ellos va dedicada esta pequeña selección localidades hasta las que acercarse a pasar unas Navidades de pueblo en Castilla y León.

1. FRÍAS (BURGOS). Es la ciudad más pequeña de España. O, por lo menos, de eso presume. Lo que nadie puede discutir es que tiene una de las estampas medievales más bellas e inconfundibles de España. Sus señas de identidad son el espectacular puente medieval sobre el río Ebro, levantado en el siglo XII, con nueve arcos ojivales y una poderosa torre fuerte con aspilleras y saeteras para cortar el paso a quien no pagara el peaje, y su enriscado castillo roquero. Auténtico nido de águilas, desde él se divisa una imprescindible panorámica de la localidad y el anfiteatro montañoso ante el que se alza.

Para disfrutarla en su medida hay que dejar, por supuesto, el coche fuera del recinto amurallado y caminar un casco urbano que sabe a piedra y arquitectura tradicional hasta alcanzar la iglesia de San Vicente, en uno de sus extremos.

En los alrededores merece mucho la pena la vecina y hermosa localidad de Tobera: guarda en su corazón la sorpresa de un poderoso salto de agua. En este tramo, con fuertes desniveles, el río del Molinar baja tan a trompicones a encontrarse con el Ebro que fue memorable su colección de pequeños molinos de donde le quedó el nombre surgidos para aprovechar su incansable fuerza en todo tipo de moliendas.

Mucho más conocida, por quedar junto a la carretera que sale hacia Busto de Bureba, es la bella estampa que componen la ermita de Nuestra Señora de la Hoz, el altar de Caminantes y un puentecillo al pie de los acantilados de rubia piedra de toba.

2. CALATAÑAZOR (SORIA). Otro pueblo de aires tan medievales que Orson Welles no pudo resistirse a la tentación de escogerlo para rodar buena parte de Campanadas a medianoche. Tal lucían sus calles, sus soportales con pilastras de madera de sabina, sus tejados de teja vieja, sus chimeneas cónicas, su rollo jurisdiccional, los retazos de su castillo, sus tabernas... La estampa de un pueblo con historia que había traspasado el túnel del tiempo para quedarse detenido en el siglo XI.

Eso sucedía en 1965. Lo curioso, mejor dicho, lo raro en esta Castilla tan indolente, es que, si el director americano se levantara de su tumba para rodar una secuela, lo más seguro es que volviera a escogerlo. Dejado el coche a la entrada hay que caminar por sus calles, oler sus vientos con sabor a hierba y leña, y llegarse hasta la plaza.

El trayecto, aunque corto, es jugoso. Se empieza por la ermita de La Soledad, románica, a la entrada de la población, donde hay que levantar la vista para escudriñar sus canecillos, algunos con personajes de aspecto africano, y se continúa con la observación detenida de fachadas y viejos herrajes; calle arriba, la iglesia de Santa María del Castillo, de origen románico, alberga piezas como un órgano portátil, una cámara de tesoros, o manuscritos reales del medievo, un buen retablo en el altar mayor, pila bautismal románica, un valioso Cristo gótico conocido como de El Amparo y un más que interesante Museo.

En la plaza se alza el rollo jurisdiccional, del siglo XV, y los restos del legendario castillo, asomándose con maltrecha gallardía hacia el llamado valle de La Sangre, de evidentes resonancias históricas y guerreras. Y en los alrededores un montón de cosas que ver: como la reserva natural del Sabinar de Calatañazor, el monumento natural de La Fuentona o el pueblo escuela de Abioncillo.

3. MIRANDA DEL CASTAÑAR (SALAMANCA). Esta localidad presume de ser uno de los recintos fortificados más notables de Salamanca. Tanto como que a pesar de los pesares y avatares mil, su muralla sigue manteniendo en pie 631 metros de sólidos sillares de granito dispuestos para recibir las embestidas de quien la quiera tomar por la fuerza y sea capaz de saltarse los entre seis y diez metros de altura que presenta de batalla. Tendida sobre un saliente montañoso al que circundan las corrientes del río Francia y San Benito haciéndole de foso natural, en el corazón imponente de la Sierra de Francia, ofrece la experiencia de un paseo lleno de recovecos, laberíntico, intrincado y bien sobrado de una arquitectura tradicional que ha resistido el paso del tiempo tanto como su muralla.

La plaza de armas, presidida por el cubo fortificado de su castillo, es el punto de arranque de un paseo a pie que pasa ante el edificio de la alhóndiga y se cuela de inmediato por la puerta de San Ginés, uno de los cuatro accesos históricos abiertos en la muralla. Esta es la principal. En el callejeo por la localidad es obligado alcanzar el conocido como Rincón de los Tigres, un requiebro lleno de encanto pegado al lienzo septentrional. Cerca queda la puerta de la Villa y el camino de ronda que por este lado permitía el recorrido junto a ella y que hoy aparece como un conjunto de pasadizos sobre los que vuelan algunas de las viviendas que continúan apoyándose en la muralla.

4. MADERUELO (SEGOVIA). Vista desde lejos, y si creyéramos en la magia, esta localidad podría pasar por un auténtico transatlántico de piedra flotando tan campante sobre las aguas mansas del embalse de Linares, que lo rodean por todas partes menos por una, la del amarre. De una punta a la otra, el pueblo ronda los 500 metros mientras que el mayor buque del mundo debe de andar por los 458. El caso es que cuando uno se asoma a sus murallas lo que parece esta localidad de la Serrezuela segoviana es que tiene a su alrededor el mayor foso del mundo. Sea como fuere, lo que está claro es que un paseo por las calles de este hermoso pueblo encastillado no necesita de plano. Y mucho menos de coche. Apenas son dos las calles que lo circundan, casi como caminos de ronda, y a ambas se entra y se sale por la puerta del Arco de la Villa, una de las dos supervivientes de las cuatro que tuvo el recinto amurallado. Ahí, nada más pasarla, se abre uno de los pocos desahogos que se permite este barco de piedra entre la popa y la proa, la plaza de San Miguel, presidida por la ermita románica del mismo nombre.

Si se sigue por la calle de la derecha se alcanza en unos metros la plaza del Baile, antiguo coso para mercados. Frente a la oficina de Turismo queda el Ayuntamiento con el edificio que sirvió para encarcelar a los reos del medievo. Y eso queda al lado de la plaza que preside la iglesia de Santa María. Con vistas al pantano en distintos asomaderos y a los restos del puente románico que emerge cuando las aguas merman el paseo se dilata hasta la otra punta del casco urbano, donde hacen equilibrios los restos de un torreón del castillo. La vuelta por la otra calle bordea la antigua judería y la puerta del Barrio.

5. URUEÑA (VALLADOLID). Esta población luce el recinto amurallado mejor conservado de toda la provincia de Valladolid y uno de sus trazados urbanos más genuinos. Pero también una vida cultural tan intensa que su programa de actividades es tan potente como sus otros atractivos monumentales o paisajísticos. La primera Villa del Libro de España atesora entre sus murallas nada menos que seis museos Centro Etnográfico Joaquín Díaz, Colección de Campanas, Museo del Cuento Colección Rosa Lago, Museo de la Música Luis Delgado, Museo del Gramófono y el Centro e-LEA, además de un ramillete de librerías especializadas hasta las que peregrinan numerosos amantes del libro, especialmente los fines de semana. A las afueras queda la joya de su ermita de La Anunciada, con un estilo único en Castilla y León.

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