Hacer de tripas corazón
Crónica del manicomio ·
«Somos deudores sin motivo conocido. En cualquier circunstancia tributamos. Quizá en esa deuda resida el misterio de vivir»Nadie sabe a ciencia cierta lo que es la felicidad, pero si nos preguntan por ella enseguida contestamos. Todos tenemos una noción personal de la ... felicidad en la que confiamos, y la mayor parte de las opiniones giran en torno al placer y la ausencia de dolor.
Sin embargo, la experiencia nos enseña que la felicidad nunca llega gratis. Exige tesón, esfuerzo y sacrificio. No hay felicidad sin dolor. Felicidad y dolor parecen contrarios, opuestos, pero finalmente resultan afines y hermanos. Nada se nos da regalado. Para conseguir lo que anhelamos, siempre hay que tragarse un sapo. Cualquier genio, por muy insigne que sea, si quiere llegar a su objetivo necesita inspiración y sudoración a partes iguales. Y lo mismo que sucede con el talento se exige para ser feliz, pues al placer, si queremos que nos satisfaga por completo, hay que añadirle una buena dosis de ardor.
Pocos beneficios da la existencia sin tener que penarlos. Y si son gratuitos casi es peor, pues la vida te los acaba cobrando a destiempo, cuando ya no esperas al cobrador. Como nada es sin precio, más o menos tarde te acabarás dando cuenta de que el aburrimiento, la tristeza o el mal fario son la consecuencia de aquel bienestar injustificado que nadie te cobró.
Por eso es recomendable hacer de tripas corazón. Cuando el sufrimiento no acompaña al éxito y al bienestar, más vale que por nuestra cuenta reflejemos el coste en el saldo final y añadamos algún sacrificio de cuando en cuando. En cuanto algo nos es dado de balde hay que salir corriendo para ofrecer una ofrenda a los dioses e incluso, por precaución, brindarle otra al diablo por si acaso. Todo en la naturaleza solicita un equilibrio, una homeostasis que a veces resulta dolorosa por su paz, pues la quietud no siempre es placentera. El dolor lo soportamos porque esperamos obtener de él un beneficio calculado. Si sufrimos es porque tenemos derecho a ser amados.
Somos deudores sin motivo conocido. En cualquier circunstancia tributamos. Quizá en esa deuda resida el misterio de vivir. Pero unos llevan el débito con dignidad y buen ánimo, mientras que otros se rebelan, se sienten discriminados y pasan el tiempo reclamando. Los seres humanos nos dividimos en deudores y acreedores. Ese es el comercio sentimental que funda y sostiene la sociedad. Una división, la de deber y reclamar, que está por encima de la de amos y esclavos. El siervo es un deudor antes que un vasallo.
Estando Sócrates a punto de morir, se dirigió con un ruego a su discípulo: «Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descuides». De acuerdo con este ejemplo memorable, hasta en el momento de la muerte hay que hacer de tripas corazón y devolver a quien sea el favor cosechado. Los antiguos, que vivían muy apegados al cosmos y a la naturaleza, tenían estos pagos muy en cuenta y nunca caían en el olvido.
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