No hay dos sin tres
En el aire ·
Ahora el exceso navideño nos ha colocado frente a un mar de fondo difícilmente manejable
El ser humano tiene la dudosa habilidad de tropezar una y otra vez con la misma piedra. Lo más grave de todo es que ... no se traduce en una enseñanza duradera. Es una metáfora de vida que se repite casi tantas veces como el traspié. El elemento en cuestión bien podría ser una piedra, un socavón o incluso una ola. El bofetón de realidad es irremediable y suele escocer un tiempo prudencial, el suficiente como para que la memoria cortoplacista nos lleve de nuevo al obstáculo insalvable.
Tropiezos o deslices nos han situado en demasiadas ocasiones en la cresta de ola, pero ésta no nos proporciona la inyección de adrenalina necesaria para subsistir. El problema es que en esta ocasión puede ser mortífera. Esa oscilación periódica en la curva del contagio ya debería sonarnos y mantenernos alerta, pero somos humanos y nos encantan las piedras. El ciclón tropical del verano nos devolvió el recuerdo y con él las cifras de marzo y ahora el exceso navideño nos ha colocado frente a un mar de fondo difícilmente manejable. El oleaje se propaga fuera de la zona donde se ha originado, así que aquí estamos otra vez, varados frente a un gigante marino que vuelve a tambalear nuestra nueva normalidad.
No hay nadie capaz de contener la fuerza del oleaje una vez que se ha despertado la furia, pero sí estaba en nuestras manos y otra vez volvimos a caer. No aprendimos en 1918. Las oleadas de ambas crisis sanitarias prácticamente coinciden, en primavera, en otoño y en los primeros compases del nuevo año. Ahora solo queda esperar que el patrón llegue a tiempo para inmunizar a la tripulación y que no haya que lamentar más bajas en este tercer envite. Porque aunque no hay dos sin tres, a la tercera va la vencida.
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