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Estos días, haciendo limpieza, recuperé una carta que hace años encontré entre las hojas de un libro que cogí de la biblioteca. A la izquierda ... del encabezamiento, ponía «25 de abril 2001»; a la derecha, el autor había hecho un dibujo con rotuladores. Era un faro, con sus franjas rojas y blancas y su linterna, aupado sobre una pendiente verde con rocas que salpicaban el camino hasta el mar. Estaba escrita sobre una hoja de publicidad de productos farmacéuticos, como si hubiera sido fruto del momento, pero a la vez la caligrafía era caprichosa, con tinta negra y algunas frases diferenciadas en azul, rojo y verde, como si jugara con uno de esos bolígrafos con pulsadores de colores.
Así comenzaba: «Al final me han entrado remordimientos de que no tengas una carta mía que no sea para acumular una colección de críticas y consejos, pero debes tener en cuenta que yo he de ser para ti como el Faro del Cabo Silleiro, una mano inmaterial que te guíe para que no te estampes contra las rocas, un brazo invisible que te dé la libertad del mar, apartándote de la dureza e implacabilidad de la piedra del error. ¡Toma ya!».
Después de llegar a la cumbre en el primer párrafo no quedaba otra posibilidad que planear en el siguiente. Cuenta que aprovecha el único rato tranquilo del día, junto antes de que despierte la hermana pequeña y comiencen las obligaciones de cada jornada. Al final, aparece el nombre del destinatario, y el motivo del escrito: «Jordi, ¡felicidades! que a partir de ahora te vaya todo bien en la vida, estudios, notas, novias, trabajos, viajes, vacaciones y todo lo que emprendas. Besos, Papá».
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Esta carta, gastada y leída muchas veces, doblada hasta casi romperse por la mitad, se quedó varada en Valladolid como una botella de náufrago, en un libro de biblioteca. Entonces y ahora he intentado rastrear las escasas pistas que ofrecía para devolverla a su destinatario. Por entonces, Jordi sería mayor de edad, o estaría cerca, así que ahora ya tendrá más de cuarenta años. Puede que él mismo haya sido padre. Silleiro, ¿estaría cerca del lugar donde veraneaban? Pese a su nombre catalán, ¿vivían en las Rías Bajas?
Quizás Jordi no recibió nunca esa carta, o lo que yo conservo fue solo un borrador, o incluso una invención del autor. O, puede ser que el chico quisiera olvidarse por completo de la persona que le escribió esas líneas… Aunque, si fuera así, para qué dejarla entre las páginas de un libro… Buscar el rastro de estas personas en los alrededores del cabo Silleiro parece poco útil. La linterna sigue iluminando barcos en una costa peligrosa y batida por los vientos, pero en veinte años ha pasado una vida. Y el faro es desde hace poco un hotel.
Con todo, creo que ese párrafo perfecto merece quedar escrito en este hueco de papel que nos ofrece el periódico. Espero que al padre de Jordi le parezca bien que otros padres y madres podamos compartirlo, si lo necesitamos. Muchos nos hemos sentido como él, un saco pesado de críticas y consejos que cargamos de un lado a otro, sin ser capaces de explicar lo que sentimos. Como él, intentamos proteger a los hijos y a la vez deseamos abrirles la puerta hacia la libertad del mar. Ser un faro y un brazo invisible cuando lo precisen. Las madres y los padres somos muy ambiciosos, lo sé. Se nos quedan cortos dos días al año -ayer y el 19 de marzo- para profundizar en nuestro objetivo: necesitamos también los otros 364, durante una vida entera.
En realidad, el día de la Madre es el día de tu madre: no conozco a ninguna madre ni a ningún padre en sus cabales que auto celebren su propio día. Aunque siempre alimenten los besos y abrazos de los hijos, lo único importante es que a Jordi le haya ido muy bien. Y si no le ha ido tan bien, espero que, desde hoy, veinticuatro años después, le vaya muy bien. Siempre hay un comienzo a la vuelta del camino.
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