Tatuados
Crónica del manicomio ·
Aahora el hábito de tatuarse es más pacífico y no comporta violencia ni un pasado embarazoso. A lo sumo, nos hace pensar en debilidad. Como si la moda hubiera venido en apoyo de quienes necesitan grabarsela piel para ganar seguridadAntes de convertirse en una moda, el tatuaje fue un distintivo marginal. Lo era, al menos, visto bajo el prisma de una mirada burguesa con ... el conformismo correspondiente. Se tatuaba quien lo necesitaba para reforzar su presencia o acreditar su protagonismo. Cuando yo inicié mi vida entre locos, solo lucían tatuaje los varones que habían pasado por la Legión o el presidio. Era un modo de asumir su pasado y sostenerlo frente a todos los rechazos que tenían ante sí. Su exhibición tenía algo de fiero y provocador, algo vehemente que unía a soldados, marineros y delincuentes.
Ese rasgo intimidatorio fue muy evidente en dos formas de tatuajes que han resultado célebres por sus circunstancias, aunque sean opuestas moralmente. El de los legionarios romanos, que tatuaban en el brazo derecho el nombre del emperador y la fecha de alistamiento, y el demoníaco numero con que se reconocía a los presos judíos en los campos de concentración, que se tatuaba en el antebrazo izquierdo. Intimidaban por lo que suponían de coraje bélico, en el primer caso, y por su siniestro testimonio, en el segundo.
Pero ahora el hábito de tatuarse es más pacífico y no comporta violencia ni un pasado embarazoso. A lo sumo nos hace pensar en debilidad. Como si la moda hubiera venido en apoyo de quienes necesitan grabarse la piel para ganar seguridad. Caso de que ese fuera el diagnóstico más oportuno, pues también pudiera ser que se hubiera adoptado la costumbre a lo tonto, sin apelar a ningún recurso, aupada bobamente por esa deriva diferencial que define a todo lo que hoy está en boga y mañana aburre y se esfuma sin más.
En cualquier caso, esta generalización del hábito de inscribir signos y palabras en el cuerpo ha arruinado las sesudas interpretaciones clásicas. Hasta ahora se pensaba que quien recurría a los tatuajes trataba de dar identidad al cuerpo, especialmente cuando este se volvía anónimo o cuando la unidad psicofísica que nos define se encontraba rota, torcida o desviada. También se adujo que, por su valor de firma, el tatuaje enriquecía la identidad, te reconciliaba contigo mismo y te ofrecía un mejor lugar en el mundo. Como quien necesitara repartir rúbricas a cada paso para sentirse entero y reconocido.
Sin duda, estas valoraciones pueden resultar excesivas o considerarse rebuscadas por quienes creen que los humanos no son animales tan esquinados y complejos. Pero el yo está en la piel, y en su superficie se escribe la biografía de cada uno. Con su texto habla y pide afecto, llama la atención, certifica la independencia de la familia y consuma la separación simbólica del cuerpo materno. En eso consiste, según dicen, la psicología del tatuado. Todo ello antes de que la moda convirtiera la piel en un viejo pergamino, donde el adorno, la sumisión al consumo y el efecto lúdico, han apagado la antigua rebelión y revocado su ímpetu insumiso.
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