Mi infancia son recuerdos
«Quizás una manera de conservar a nuestro niño interior sea reconocer que seguimos dependiendo emocionalmente de aquellos que estuvieron mientras crecimos»
Para Antonio Machado, su infancia eran «recuerdos de un patio de Sevilla». Los míos, de una casa manchega a orillas del Alberche. No había limonero, ... pero sí un melocotonero que un año plantó mi padre y daba la fruta más rica del mundo. Los veranos pasaban entre baños en el río, excursiones en bicicleta y cine al aire libre con todo el repertorio de Bud Spencer y Terence Hill y, el mejor de todos, Bruce Lee.
Aquella era una casa que siempre estaba llena de gente porque para eso se construyó: para juntar. Y juntó hasta que los nietos nos hicimos mayores y mis abuelos decidieron venderla. Allí se celebraron vacaciones de verano, navidades, semanas santas y todos los fines de semana que se podía, aunque significase terminar la semana en la insufrible caravana de vuelta.
Dice un proverbio chino que, si vas a defender algo hasta la muerte, que sea a la familia. Y sinceramente, no creo que haya en el mundo nada que pueda merecer más la pena. El ejecutivo Lee Lacocca aseguraba que era la única roca que conocía que se mantenía constante y «la única institución que funciona».
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Se considera un pilar básico para el desarrollo óptimo de la infancia, pero su importancia va más allá de los primeros años de vida. Quizás una manera de conservar a nuestro niño interior sea reconocer que seguimos dependiendo emocionalmente de aquellos que estuvieron mientras crecimos.
Supongo que aquel melocotonero ya no dará sombra junto a la que fue la habitación de mi tía. Pero los cimientos alzados entonces siguen siendo un sólido muro de carga. Como Maya Angelou, «me sostengo con el amor de mi familia». Y, al final, la vida es eso: poner en su lugar a quienes nos sostienen. Aunque sea por egoísmo.
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