Seguimos sin aprender
«Si algo sabemos de esta pandemia es que la rapidez de respuesta resulta decisiva, pero no obramos en consecuencia»
No supimos ver cómo el coronavirus se nos venía encima (y a los que sí lo vieron se les llamó alarmistas); nos relajamos en verano, ... porque nos veíamos vencedores de una batalla ganada –«salimos más fuertes», recuerdan– y no nos preparamos para una segunda ola, que nos volvió a pillar por sorpresa. Improvisamos a marchas forzadas el nuevo curso escolar (y salimos bastante bien parados por la responsabilidad de profesores y centros); y hemos estado muy torpes e indecisos ante la tercera ola. Pues bien, pese a que llevamos meses hablando de la vacuna, y de toda la esperanza que acarrea con ella, tampoco hemos sido capaces de organizar a tiempo la logística necesaria para una veloz distribución.
Mientras en países como Israel ya está vacunado el 11% de la población, aquí avanzamos cautelosos, como si el tiempo no contara. Incluso nos permitimos el lujo de rechazar la ayuda que el Ejército ha ofrecido y que ninguna comunidad ha solicitado. O la de la sanidad privada, o la de colectivos profesionales capaces dispuestos a ayudar. Si hay algo que tenemos claro de esta pandemia escurridiza y desconcertante es que la rapidez de respuesta a menudo es decisiva, pero seguimos sin aprender.
No sólo nosotros, es verdad; nuestra idolatrada Europa tampoco está saliendo bien parada en esta pandemia. En el ranking actual de vacunaciones publicado el viernes, los tres primeros puestos los ocupan Israel, Emiratos Árabes y Bahréin, a mucha distancia sobre los siguientes. España aparece en un decimotercer puesto que nos coloca un poco por delante de Alemania, pero muy por detrás de Italia y Portugal. Ante el desafío del coronavirus, éxitos pasados no garantizan logros presentes, ni mucho menos futuros. Y el virus zarandea el prestigio de las naciones otrora admiradas con juguetona crueldad.
En nuestro caso, la covid está desnudando nuestras deficiencias organizativas. También las de nuestro modelo territorial. Nos encanta la palabrería planificadora, pero sólo cuando se trata de preparar futuros ideales e imprecisos –un hombre nuevo, una nueva economía, un nuevo modelo de país…– no tanto cuando hay que trabajar para el día a día.
Llevamos demasiado tiempo desocupados del mundo concreto, sin valorar los efectos de nuestras políticas para corregir lo que no funciona. Estamos más preocupados por vender propaganda, ilusiones, nuevos derechos, e incluso transiciones ecológicas, antes que mancharnos las manos en el taller de la vida real. De esto último raramente se obtiene rédito. Quizás por eso la moralina pública ha sustituido a la gestión y vuelve la guerra del Bien contra el Mal. Pero la retórica sirve de poco ante esta pandemia.
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