Santander, 1940
Crónica del manicomio ·
El relato de Leonora, 'Memorias de abajo', escrito en 1943, y traducido al castellano hace dos años, es doblemente rico, por la aguda narración de su experiencia psíquica y por la descripción del trato y tratamiento recibidosEn agosto de 1940, la escritora Leonora Carrington fue ingresada en el sanatorio del doctor Morales, en Santander, tras ser declarada loca a ... su paso por Madrid. Perteneciente a una familia inglesa acomodada, integrante del grupo surrealista y amante de Max Ernst, la guerra mundial rompió su vida, descuartizó su cabeza y acabó ingresada con cuerpo e ideas en una clínica cántabra, apenas concluido nuestro glorioso fratricidio.
Hay pocos testimonios personales sobre la tortura que suponía en aquella época ingresar en una clínica psiquiátrica, aunque esta fuera de pago o para pensionistas, como se decía entonces. El relato de Leonora, 'Memorias de abajo', escrito en 1943 y traducido al castellano hace dos años, es doblemente rico, por la aguda narración de su experiencia psíquica y por la descripción del trato y tratamiento recibidos.
Leonora nos habla del sentido hermético de las palabras, del terror ante el propio poder, de la revelación de ser todas las cosas a la vez, de la confusión entre cuerpo, mente y realidad, de la esencia del sufrimiento, del enigma del Problema, de la importancia del Saber, de la felicidad de una luz naranja, de la detención de la mente, de la expresión matemática de la Vida, del aspecto sordo y doloroso de la Materia. Vivencias personales de la locura que, pese a parecer dislocadas y heteróclitas, se asemejan y coinciden con las vivencias universales de todas las locuras y nos sumen en la perplejidad por su constancia. Nos enfrentan a la comprobación de que todas las locuras son distintas, pero que todas responden a una semejanza. Que todas dicen lo mismo sin dejar de decir distinto, lo que representa uno de esos milagros con que la alienación enriquece el mundo
Leonora nos habla también de la atención recibida. De la sujeción con correas, de la alimentación forzosa, de vivir cubierta de moscas, de dormir sobre los propios excrementos, de las inyecciones convulsionantes de cardiazol. Vivencias terapéuticas de tortura, incomprensión y soledad, de saña incluso, que no se justifican por el retraso científico o los escasos medios de la época, sino que parecen nacer de un odio ancestral al loco y de cierta crueldad profesional, oportunamente disfrazada de recursos clínicos. Circunstancia que también nos hunde en la perplejidad por su constancia, pues, aun siendo distinta o muy distinta en alguna de sus formas, la crueldad persiste. A veces bajo los mismos procedimientos, como el uso renaciente del electroshock, aunque ahora bajo el falso paraguas de un uso científico y el quimérico respaldo de los criterios de evidencia. Como si un chispazo que atonta y burla la conciencia fuera capaz de reordenar supuestamente la inteligencia.
Visiones, ideas, abusos, violencia, Unas veces presentados como curiosa miscelánea y otras en un batiburrillo que nos recuerda que, pese a las apariencias, seguimos viviendo en Santander, hacia 1940.
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