Salud, trabajo y vejez
«Existe un antiguo cuento que trata este tema de manera ejemplar. Es el del anciano expulsado del hogar por su propio hijo que, al partir, solo recibe de este el consuelo de una manta para combatir el frío»
Mucha gente se pregunta si la jubilación es obligatoria o no en España. Porque, si bien damos –a menudo– por supuesto que hay una edad ... inexorable para jubilarse, ello se trata, en realidad, de un derecho y no de una obligación. Teóricamente, solo los trabajadores adscritos al denominado «régimen de clases pasivas del Estado» (o funcionarios) se hallarían sujetos a una edad de retiro forzoso: la de 65 años. Con la salvedad de aquellos pertenecientes a unos determinados sectores de la administración (educación e investigación o justicia), que –si así lo eligen– continuarían activos hasta los 70.
No estarán, sin embargo, abocados a abandonar sus puestos quienes desempeñen trabajos regidos por los convenios específicos de las empresas privadas. Pero lo cierto es que, en la práctica, se viene aplicando con tácita obligatoriedad la jubilación en nuestra nación entre los 65 y los 70. Otro caso es el de países como los Estados Unidos de América, donde el retiro no basado –y consensuado– según criterios exclusivamente laborales (y nunca de edad) puede ser denunciado por discriminatorio.
No deja de resultar paradójico que, mientras los gobiernos europeos –como el nuestro– consideran retrasar hasta los 68 años la jubilación, en razón de la creciente longevidad, siga habiendo aquí un tope invisible (aunque verdadero) para retirarse. Pues se produce la sensación de que unos quieren seguir trabajando –y no les es posible–, mientras que otros preferirían jubilarse –y no se lo permiten–. Seguramente, debería de haber más elasticidad y libertad de elección al respecto.
Por ejemplo, en lo que toca al ámbito sanitario. Así, un exjefe del área de oncología del hospital de Burgos ha visto en esta última semana cómo la Gerencia Regional de Salud desestimaba el recurso por él presentado contra su jubilación forzosa. Decisión administrativa de no prorrogar su actividad que este acreditado profesional ya ha anunciado que recurrirá por vía judicial, argumentando que no tiene sentido que ante la actual escasez de médicos se le deniegue ejercer durante un par de años más.
Salud, trabajo y ancianidad: tres claves de la vida futura. De lo que habrá de ser. Y la constatación de una no disimulada injusticia del mundo presente con los mayores, que sacaron adelante a sus vástagos hasta edad adulta y los volvieron a acoger en su casa cuando venían «mal dadas». Para que, luego, cuando empiezan a necesitar especial atención, se les «largue» –muchas veces– fuera de la familia a residencias en donde quedan depositados. Y, tanto en hospitales como asilos, conozcan el sinsabor de ser mirados por parte de algunos cuidadores y facultativos con esa cara, mezcla de fastidio y condescendencia, que provoca un bulto viejo. Habría que dedicarles por parte del Estado más atención en sus domicilios. No tener que morir fuera de casa perdiendo la memoria de sí.
Existe un antiguo cuento que trata este tema de manera ejemplar. Es el del anciano expulsado del hogar por su propio hijo que, al partir, solo recibe de este el consuelo de una manta para combatir el frío. Entonces, el nieto coge –por un momento– la manta y la divide en dos. Preguntado el niño por el motivo de que haya realizado eso, contesta a su progenitor que para hacer igual que él cuando lo arroje del solar familiar.
Tal relato serviría de metáfora perfecta de lo que nos esperará como miembros de esta sociedad, si no sabemos reaccionar a tiempo y detenemos semejante forma inhumana de «pagar» a los que tanto han hecho por nosotros. Puesto que vivimos en un país, además, donde quienes ahora llegan a mayores suelen haberse sacrificado sin descanso por mejorar las condiciones de vida colectivas: por lograr que los que venían detrás de ellos tuvieran un bienestar del cual –frecuentemente– carecieron.
«Amor con amor se paga», dice el proverbio. No obstante, lo que parece que va a suceder es –precisamente– lo opuesto. Que no hayamos de lamentarlo el día de mañana, cuando nuestros descendientes y herederos del tiempo actual, traigan en su mano –como el infante del cuento– la otra mitad de una manta raída y rota: símbolo de un mundo aún más mezquino y miserable.
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