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Todavía recuerdo con asombro el final de un almuerzo junto a un político destacado, ex ministro para más señas. A los postres, tras opíparo banquete, ... le dijo al camarero que sólo tomaría cinco cosas más: zumo de naranja, canutillos de crema, café cortado, copa de pacharán y puro. Nuestra conversación versaba sobre la simplificación administrativa, pero tan loable propósito no se trasladó a la comanda.
Esta excesiva forma de comer propia de entornos institucionales y el crecimiento descontrolado de la burocracia patria tienen en común que ambas tendencias son dañinas para el bienestar humano y la sostenibilidad. Antes o después, la falta de contención se paga muy cara, en salud y en euros.
¿Podemos evitar esos perjuicios? Claro, hace siglos se sabe que ayunar con moderación previene y cura enfermedades. Esta dieta palía consecuencias negativas de los atracones, permite al organismo depurarse y recuperar su tono morigerado, pues no siempre más es mejor. Tratándose de ingesta, de vez en cuando menos o nada es lo que nos conviene. Mucha gente intenta lograr lo mismo con ejercicio, pero terminan frustrados y/o lesionados.
No desayunar, no almorzar, no cenar o privarse de todas estas comidas de vez en cuando produce efectos sorprendentes, en general beneficiosos para quienes han abusado de la glotonería. Y un remedio similar nos hace falta para adelgazar la burocracia, que no necesita ir al gimnasio, sino todo lo contrario, debería reprimir su apetito y dejar en paz a los ciudadanos. De lo contrario, antes o después pasará por quirófano.
La Unión europea parece recomendar cierto ayuno, pero no lo practica con sus regulaciones, falsas veganas que se atiborran de carne a escondidas. El número de normas de complejidad creciente traslada a las sociedades sensaciones opresivas. También en Estados Unidos se observa el fenómeno, otra de las causas de que la gente vote a Trump, que ha prometido cortar por lo sano, esto es, optar por una cirugía de reducción de estómago.
¿Tendremos que hacer algo parecido en España? Puede parecer inevitable, ya que muchas personas se sienten empachadas por los trámites administrativos. La posibilidad de realizarlos por vía electrónica no ha servido para mejorar esta impresión, al revés. Cuando se pierde el contacto humano, el inicio de cualquier procedimiento se vuelve una pesadilla, con situaciones surrealistas al no tratar directamente con personas. La Administración digital es 'fast food', comida basura, producto de mala calidad a cambio de los mismos o más impuestos.
Los españoles aspiramos a que se respete nuestra dignidad, nos enerva vernos obligados a humillarnos ante una Administración con sobrepeso para poder ejercer la mayoría de nuestros derechos. Cansados de tener que pedir cita previa para que nos atiendan, de pasar por el calvario que supone tantas veces la percepción de ayudas públicas, con el riesgo añadido de que cualquier pequeño error o defecto en la gestión active un expediente de reintegro. En cambio, si un funcionario se equivoca, casi nunca pasa nada.
Esto, por cierto, no lo ha arreglado ningún gobierno, ningún partido, no al menos de los que se presentan a las elecciones. Y los que no gobiernan o lo hacen en modo cuántico (gobiernan y al mismo tiempo no gobiernan) lo pondrían aun peor, porque su agenda va de otra cosa distinta, de crear más conflictos y enfrentamientos inútiles.
Para ser político se necesita mucho apetito, un estómago de cocodrilo, pocos escrúpulos alimenticios y detestar el ayuno. Por eso desconocemos gestores que demuestren suficiente sensibilidad ante las recurrentes quejas de los agricultores y ganaderos, de los pequeños y medianos empresarios. Todos ellos podrían explicarnos que la tendencia no es adelgazar, sino hacer cada vez más aborrecible la burocracia administrativa.
En fin, la Administración pública debería tomarse en serio sus 'perfiles lipídicos' (niveles de colesterol y otros factores de riesgo). Por supuesto, cientos de miles de servidores públicos hacen bien su trabajo, cumplen las normas y siguen los procedimientos que les indican los boletines y sus superiores. Los que mandan deberían advertir la importancia del cambio de hábitos, más cuando proliferan en las redes nuevos charlatanes bisturí en mano.
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