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Cardenales, comuneros, universidades; el carmín está de moda. Su etimología nombra a los convocados en Roma para elegir al nuevo Vicario de Cristo. También vestía ... los pendones que portaban los derrotados en Villalar, aunque la República lo confundiera con el morado. El mismo carmesí denomina el equipo de baloncesto y la revista de la Universidad de Harvard, que defiende su libertad académica, atacada por el presidente Trump.
Otros colores pueden marcar tendencia. Si un día la fumata blanca anunciara un Papa negro, la Iglesia podría presumir de nuevo estilo. Si un día Castilla, entera, llegara a sentirse comunera, el morado arrasaría. Si la Universidad más elitista del mundo lograra vencer la ola de extremismo que la amenaza, volverían a los armarios las tonalidades de los que promueven la 'guerra cultural'. Tales sucesos pueden coincidir o no en la cuántica de la historia, pero están unidos por el tiempo sin que casi nadie lo perciba por la falta de estudio y de curiosidad, manantiales de la verdad.
'Veritas', la verdad, es el lema de Harvard, creada en 1636. Parece copiado de la Orden de predicadores –dominicos fundados en 1216, 420 años antes–, como el escarlata imita modelos eclesiales y coincide con el de la Universidad de Salamanca (1218). Oxford y Cambridge ostentan el azul, que es el color del partido demócrata, mientras Harvard optó por el del partido republicano, aunque en el siglo XVII no existían estas ideologías, claro. Lo que sí se sabía ya en aquellas fechas es que el progreso de un pueblo dependía en gran medida de la existencia de instituciones de educación superior.
Otras muchas universidades han asumido la verdad como guía inspiradora, sumándola a la frase «Veritas perfundet omnia lucet», aunque la fórmula auténtica reza «Libertas perfundet omnia lucet». Es la libertad la que ilumina el mundo, porque la verdad se alcanza por mor de la capacidad de elegir y discernir entre varias opciones. Así como los cardenales son libres para elegir con sus votos secretos al sucesor de Francisco –una regla democrática nacida en la Iglesia–, así como los comuneros lucharon por la libertad, así como las universidades forman a los jóvenes en la apertura de pensamiento.
Esta es la bonita versión carmesí de la verdad, pero hay otra, la que impulsa a quienes rezaban para que muriera Bergoglio –dentro de la Iglesia católica, peligrosos sectores ultramontanos que sí existen, no son un mito–. Muy cercanas estas posiciones a las de los que odian el mensaje de los comuneros, antecesores del liberalismo. Y también próximos a los que creen que el enemigo son las universidades y sus profesores (discurso del vicepresidente Vance). Esperemos que no conviertan en tendencia su propuesta de moda alternativa.
Hasta ahora, ya han hecho mucho daño. Si algo tienen en común el catolicismo, los comuneros y la cultura universitaria es su preferencia por los compartido, su naturaleza de grupos humanos que integran personas de diversos lugares y formas de pensar. Si los radicales logran polarizar estos sentimientos, los espacios de convergencia y reconocimiento mutuo de otras ideas se resentirán.
Lo curioso es que, de momento, han conseguido que personas de izquierdas vean con esperanza y expectación el futuro del Vaticano, que aplaudan lo que reclamaron las burguesías castellanas hace quinientos años y que respalden la posición del arquetipo más opuesto a la idea de Universidad pública inclusiva, Harvard. La verdad carmesí es que todo depende del color del cristal con que se mira.
Aunque sea incoloro, también es importante la estrategia de cada propuesta. La minoría de cardenales ultraconservadores hace todo lo posible por evitar lo que consideran el mal mayor. En Castilla y León, se intenta diluir una identidad separada de las Comunidades. Harvard ha fichado a los abogados más caros y próximos al partido republicano, y eso que en su Escuela de Derecho enseñan otros igual de buenos, pero demócratas.
La libertad nos guía hacia la verdad: libertad de creencias religiosas, libertad frente a los abusos de los gobiernos, libertad de creación de conocimiento, libertad para señalar la mentira y toda pretensión de prohibir su crítica. Para gustos, los colores, libre cada quien para cubrirse con el que más le convenza.
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