El retorno de los profetas
«La propuesta de mediación ha caído por ahora en saco roto, pero en el Vaticano se prepara el guión de esa escena de película: en la frontera entre Ucrania y Rusia, el Papa vestido de blanco celebrará una misa en tierra de nadie y le pedirá a Putin que detenga el caos»
La guerra en Ucrania, ese arrebato de violencia irracional que mata y destruye con saña programada, se rige por los mismos baremos de siempre en ... la vieja Europa: el poderío militar de cada uno de los contrincantes, la batalla de la propaganda y el recurso del moderado pacifismo de las instituciones religiosas, empeñadas en predicar la paz universal. Los europeos se afanan desde hace siglos en librar una guerra de religión, sea esta más o menos laica, para denunciar la destrucción bélica salvaje, el calibre de las bombas y las razones profundas con las que se justifica la matanza de seres humanos en la batalla sangrienta.
Es ese un enfrentamiento secular entre la política y la religión cuando la dinámica devastadora de los protagonistas está dictada por valoraciones frías y empíricas, las brutales órdenes castrenses y la exhibición del armamento mortífero sobre un fondo de cinismo cobarde.
El peso de la religión a la hora de determinar la justicia o la iniquidad de un conflicto bélico ha marcado la actual articulación estatal y la cartografía de Europa. Hace cinco siglos, los lanceros del ejército del emperador Carlos V y los discursos contra el Vaticano de Lutero marcaron las fronteras modernas del Viejo Continente, y la dimensión religiosa de una guerra se exhibía entonces tanto en los concilios como en los campos de batalla, a partes iguales.
A pesar de que el laicismo y la asepsia religiosa alumbraron más tarde las consignas e intereses del poder político, las iglesias dominantes en el espectro político europeo defendieron los intereses de los gobernantes más poderosos, atentos ellos asimismo al provecho de la manipulación del dogma que ayuda a ganar el favor de la opinión pública.
En la actual guerra de Ucrania, el alineamiento a favor de la Rusia de Putin que mantiene con su liturgia fastuosa el patriarcado ortodoxo de Moscú contrasta con el sigilo del Papa de Roma, prudente y sentimental. Es admirable también la intensa actividad desarrollada en la sombra por las iglesias protestantes de importación, que trabajan encubiertamente a favor del gobierno de Kiev, aunque sin practicar en su labor de zapa la proclamación de sus ideas políticas y la propaganda de sus convicciones. En suma, se libra allí desde hace cien días otra fórmula de una guerra de religión secular, aunque los líderes religiosos, obispo, rabino o imán, guarden silencio.
Ya no quedan profetas. Con este lamento bíblico, el escritor judío polaco Marek Halter acaba de publicar un libro reclamando a los líderes religiosos que tomen la palabra con urgencia y se planten por sorpresa en Kiev y en Moscú para reclamar allí la paz con su profetismo vital. Conocí a Marek Halter en su casa, una modesta vivienda cuyo balcón miraba a una plaza recoleta en el barrio judío de París.
En una entrevista improvisada, me reveló algunos entresijos de las reuniones secretas de sus amigos Rabin, Shimon Peres y Arafat en busca de la paz definitiva entre palestinos e israelíes. Era él ya por entonces un escritor de éxito e intelectual controvertido, al que los palestinos imputaban su verdadero oficio: agente secreto de los servicios de espionaje israelíes. A sus 85 años bien colmados mantiene Halter, con el orgullo de un rabino ancestral y practicante de todas las liturgias y observancias bíblicas, el perfil de su barba luenga como de profeta, peluca desgreñada y corpachón bamboleante. En la mesa, era generoso en viandas kosher y palabras, su voz profunda y áspera de predicador y la permanente sonrisa en los labios. Nadie podía reclamar con mayor autoridad el retorno de los profetas.
Con su fe en la Biblia y en los hombres justos, Marek Halter acaba de poner en marcha su plan de paz en Ucrania: el escritor, que escapó en 1941 de la invasión de la Unión Soviética por los tanques de la Alemania nazi, ruega en su carta al amigo Vladímir Putin, al que conoce bien desde hace treinta años, el cese de hostilidades, al tiempo que lo invita a no caer en la trampa estadounidense en el juego diplomático. Reclama Marek Halter desde el judaísmo la atención al Talmud para conseguir la paz, pues no se trata de ganar esta guerra, sino de detenerla.
He ahí la estrategia ofrecida a Putin, el zar belicoso que sigue abrazado al poder absoluto desde hace treinta a años con su maniobra política de mantener a Rusia permanentemente en guerra. He aquí el plan pacifista de Marek Halter planeado con representantes católicos, ortodoxos, protestantes, musulmanes, judíos y budistas: una Caravana por la Paz entre Kiev y Moscú hasta la Plaza Roja, para rezar una oración ecuménica por la paz ante la Catedral de San Basilio en presencia de una delegación del Vaticano.
El tiempo de la guerra se alarga, la diplomacia se ha estancado y también en Roma se aceleran esos planes de pacificación religiosa. El papa Francisco mantiene su propósito de ir a Moscú, que comunicó a Putin hace dos meses. «Todavía no hemos recibido respuesta y estamos insistiendo. Si Putin abre la puerta…», prometió esta semana.
La propuesta de mediación ha caído por ahora en saco roto, pero en el Vaticano se prepara el guión de esa escena de película: en la frontera entre Ucrania y Rusia, el Papa vestido de blanco celebrará una misa en tierra de nadie y le pedirá a Putin que detenga el caos. A veces aparece de improviso el profeta inesperado, portavoz del aviso de un castigo divino.
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