La dignidad de la comida
«Lo intolerable en las colas del hambre no son las colas, sino el hambre. Y con las tarjetas monedero no solo menguarán estas, sino la cantidad de alimentos a repartir»
Cada vez habrá menos personas en las colas de reparto de comida gracias a la tarjeta monedero recargable que ya utilizan cientos de familias. ... El sistema permite comprar comida en el supermercado en lugar de guardar cola ante la sede de la Cruz Roja, a lo largo de la calle de la Pólvora, para recibirla.
Me sorprende que el problema a resolver con las tarjetas monedero sea el de las colas. Vivimos en ellas. A algunos nos acompañaron desde siempre: en la parada del autobús y en la caja de reclutas; en el médico de cabecera y en la ventanilla del instituto.
Mi generación es una plaga que amenaza la despensa de las próximas décadas. Somos muchos y lo hemos saturado todo con nuestras rutinas. No había domingo por la tarde en los meses de invierno sin una cola de veinte minutos para ver un programa doble. No había día de diario sin su cola para entrar en clase después del recreo; tampoco faltaba una cola impaciente e inoportuna para comprar el pan. Algunas nos resultaban extrañas, como aquella que se formaba en el tramo angosto de la calle del León para abonar los recibos anuales de la contribución. A otras no nos importaba incorporarnos, como la que se estiraba por la acera de la calle Santiago hasta llegar a la máquina de helados apostada en la cafetería Risko.
Por eso decepciona sospechar que las tarjetas monedero hayan llegado para evitar las colas. A no ser que quienes las guardan para entrar en el Estadio Zorrilla y salir del Teatro Calderón, o quienes preferirían mantenerlas en su banco de siempre hasta ser atendidos por su empleado de confianza, e incluso para comprar lotería en la administración de Doña Manolita, hayan decidido que son intolerables para recibir alimentos. Acaso porque les recuerden a aquellas grises y penosas del racionamiento. Sin embargo, lo intolerable en las colas del hambre no son las colas, sino el hambre. Y con las tarjetas monedero no solo menguarán las colas, sino la cantidad de alimentos a repartir.
Sin duda, es más cómodo ir al supermercado con una tarjeta monedero que hacer cola para recibir una ración de arroz o de pasta. Aunque no se debe a que la tarjeta vaya a propiciar la libertad de elección, como pretenden. Entre los pliegues de la primera necesidad no puede materializarse semejante espejismo. El mero atrevimiento de sugerirlo me recuerda a aquellos chistes de señoras enjoyadas que dan una moneda al mendigo desaliñado de turno con la advertencia maternal de que no se lo gaste en vino.
Queremos que las colas sean un asunto de gente con alto poder adquisitivo. Solo aptas para comprar el último iPhone o ver en directo a Rosalía. Incluso para aquellos aventureros privilegiados dispuestos a guardar una entre cadáveres congelados para fotografiarse en la cima del Everest.
Por otra parte, una persona con una tarjeta monedero en un supermercado no aparenta ser una persona necesitada de asistencia, aunque lo sea. Y ese parece haber sido el noble objeto de esta medida. Lo malo es que en el ínterin del disfraz algunos de esos euros cargados en la tarjeta dejarán de ser presupuesto destinado a la ayuda directa y acabarán asentados en la columna de beneficios que asome satisfecha por el balance anual de alguna asamblea general de accionistas. Ocurrirá con estas tarjetas un efecto semejante al producido por las ayudas directas al alquiler, esas que pretenden auxiliar al inquilino incapaz de pagar la renta pero que, en realidad, acuden en auxilio del propietario que podrá mantener el precio elevado de sus alquileres sin necesidad de rendirse a la regulación de un mercado libre que forzaría la caída de sus tarifas si fueran rechazadas por la demanda. Por eso me pregunto, cuánto dinero de esas tarjetas quedará atrapado entre el plástico y la codicia.
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