Una conmemoración pendiente
«La concejala de Cultura tiene tiempo para añadir a las numerosas celebraciones religiosas este momentazo primordial»
Mañana se cumple el aniversario de la creación de Adán que, según los cálculos precisos realizados por John Lightfoot en el siglo XVII, fue dotado ... con la gracia del hálito divino a las 9 de la mañana de un 23 de octubre en el año 4004 AC.
Cabe preguntarse, sin embargo, por qué el momento exacto del acontecimiento deducido por el señor Lightfoot fue calculado conforme al huso horario de Cambridge y no atendió al que pudiera regir en el Edén. Acaso supuso aquel erudito de los grandes y sagrados libros que aquella tierra, aún deshabitada, como la España sin costas, apenas tendría necesidad de observar los giros y las órbitas celestes.
Tampoco sabemos si ocurrió en horario de verano, como el que hoy nos rige, o si, por el contrario, carecía el mundo de motivos para andar poniendo en hora los relojes cada seis meses cuando ni siquiera habían sido inventados los obreros y las factorías, el consumo energético y el ahorro, el descanso y la jornada laboral, las agendas de semana vista y el derecho a la conciliación familiar.
Son detalles que Mr. Lightfoot dejó sin precisar. Aunque eso no afecte al hecho de que mañana la Humanidad, y por tanto su historia, habrá de cumplir la friolera de 6.029 años. Un número sin redondeo que no invita a celebraciones, como todos los que acaban en cinco y sobre todo en cero; más si cabe cuando este asoma doble o triple.
Sin embargo, el número que se nos presente mañana habrá de señalar, con acusadora exactitud matemática, la desidia de todos los mandatarios, prebostes, próceres y devotos sin excepción, que en 1996 pasaron por alto la celebración de nuestro sexto milenio de existencia con la solemnidad y los festejos apropiados, parejos a la relevancia y el boato que un sexagésimo centenario de esta especial naturaleza merecería, sobre todo al amparo de nuestra cultura, esa que algunos sienten tan amenazada, proclive a celebraciones motivadas por la actividad divina.
Como en otras tantas ocasiones, acaso de menor enjundia, 1996 mereció ser un año repleto de actividades: ediciones especiales, exposiciones, ciclos, jornadas, charlas y mesas redondas, documentales y películas de ficción, series divulgativas y cátedras extraordinarias, programas de televisión, concursos y videojuegos, convivencias y campamentos juveniles, conciertos de motetes y cantatas, ceremonias compartidas entre los credos adanistas, solemnidades académicas, declaraciones universales en la ONU, concilios, recreaciones, discursos, procesiones, liturgias, inauguraciones monumentales, armisticios, amnistías misericordiosas, liberación de reos, juegos florales, peregrinaciones más allá del Tigris y, por supuesto, un musical de Nacho Cano.
Señalo esta circunstancia con tiempo, conocedor de la importancia que presta nuestra Corporación Municipal a las conmemoraciones asentadas sobre la cultura religiosa. En lo que va de mandato no hay mes sin liturgia conmemorativa. La Patrona de Valladolid se pasea por la ciudad más que el concejal de Movilidad; La Semana Santa dejó de ser fija discontinua.
Mañana, pase. Pero dentro de un año habrá de celebrarse el seis mil treinta aniversario. Uno acabado en cero, no digo más. La concejala de Cultura tiene tiempo para organizarse y añadir a nuestras conmemoraciones este momentazo primordial.
A bote pronto se me ocurre maridar el festejo con una feria de alfarería, por ejemplo, y con un ciclo de nueva creación en la Seminci que bien pudiera imponerse al criterio de José Luis Cienfuegos con las mismas gónadas que se usaron para imponer una exposición de Gabarrón al criterio de Javier Hontoria en el Museo Patio Herreriano. Cualquier cosa para defender los hitos que sustentan esta identidad nuestra tan caprichosa.
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