Putin, gran maestro del ajedrez
«Con las celebraciones del Día de la Victoria rusa contra la Alemania nazi, Vladímir Putin se enfrentó a un desafío: convertir el resultado deficiente de su ejército invasor de Ucrania en una historia de éxito»
El ajedrecista ruso Garry Kaspárov, numero uno mundial jubilado en los tristes tiempos de la caída del poder soviético, ha decidido emplear sus dotes de ... analista político y ha lanzado a Vladímir Putin el reto del pacifismo: nada se puede esperar de una guerra, según él, como no sea la caída en el abismo de la muerte. Kaspárov compartió su gloria de jugador de ajedrez en aquella Unión Soviética que hacía aguas por doquier, como los astronautas rusos que libraron con éxito la batalla para ganar la carrera del espacio frente a los Estados Unidos, haciendo doblar la cerviz del orgullo americano, a pesar de que la indigencia minaba ya el poderío ruso. Los pueblos con vocación de dominadores buscan su gloria en la primacía de las artes, la ciencia y el deporte, los mejores recursos humanos para ganar el reconocimiento universal.
Con su más fina metodología analítica, Kaspárov, el campeón mundial más longevo del ajedrez, se dispone a demostrar a Putin, apasionado practicante de yudo, la superioridad de ese juego de la inteligencia que tanta gloria dio a Rusia durante medio siglo, tras la II Guerra Mundial. Al día siguiente de la invasión de Ucrania, Kaspárov publicó un mensaje en las redes sociales atacando a Putin, al que califica de «serpiente que ataca a los países de Occidente para seguir tratando al presidente ruso como a un aliado». La apertura de esa partida del ajedrecista recuerda aquellas estrategias suyas en las que lograba abrir brecha en las filas blancas del adversario con un gambito de dama negra que hacía las delicias de su adversario predilecto, el norteamericano Bobby Fisher.
Tanta excelencia ha hecho ya declinar la avidez del infeliz Vladímir Putin, que se mantiene enhiesto sobre un potro siberiano o ejecuta con brutalidad llaves de yudo. El presidente ruso prefiere el golpe seco contra el adversario a la finura de la inteligencia, y así practica él cada mañana un discurso de amenazas a oriente y occidente en los mítines que da a sus generales. Con una esperanza digna de mejor provecho, el niño listo de Bakú espera la hora del asalto al Kremlin con muy escasas posibilidades de éxito, porque el enigmático Putin tiene el futuro de Rusia atado y bien atado.
En el lodazal de la corrupción, Vladímir Putin se mofa del mundo entero patrocinando «su guerra total contra una nación inocente», denuncia Kaspárov con la voluntad angelical del cándido ajedrecista, dispuesto a luchar contra «ese monstruo que los países occidentales han ayudado a crear». Los fastos del pasado 9 de mayo en la Plaza Roja han variado sin embargo algunas paradojas que Putin venía usando para amedrentar a sus adversarios occidentales: en el cuarto mes de guerra, llama «espacio ruso» al que le corresponde dominar desde Moscú, una nomenclatura bélica que casa con su «operación de desnazificación» cuyo nombre tiene resonancias del espacio vital reclamado hace un siglo por el naciente poder nazi.
El presidente ruso acusó al odiado Occidente en el desfile de Moscú «de querer agredir a Rusia» , pero suprimió en su discurso la reiterada amenaza de declarar a los países de la OTAN su «guerra total». Sin embargo, ese suspiro de paz no impide escuchar el rumor de la permanente alarma con la que levanta, cuando le conviene, la posibilidad de iniciar una guerra nuclear. Ese resorte del aviso amenazante, tan importante en el juego del buen jugador del ajedrez, fue la guía del 'Mein Kampf' con la que Hitler abrió la caja de truenos una década después de haber escrito su manual de guerra: «Hemos de andar el largo camino que llevará a nuestro pueblo desde el actual espacio vital restringido hasta la posesión de nuevas tierras y horizontes; así se liberará del peligro de desaparecer en el mapa mundial y de evitar tener que servir a otros pueblos como si fuéramos una nación esclava».
Putin advirtió en su discurso de la invasión de Ucrania que esa es tierra es una «parte inalienable de la historia y la cultura del espacio espiritual ruso», y esa será la reclamación de Rusia para llevar a cabo una negociación, aún lejana, que termine con la guerra.
A pesar de su ignorancia en las artes del ajedrez, Vladímir Putin utiliza con mucho descaro las estrategias de ese juego del blancas contra negras, en apariencia simple. El personaje oculto y misterioso comparte con los más de 30.000 rusos, los jugadores de ajedrez en campeonatos oficiales, las características del buen jugador: Putin vive en su Kemlin lejos del mundo, aislado y solitario a causa de sus temores de ser envenenado y lleva una vida regida por la mentalidad de quien se siente asediado. Como los buenos jugadores de la tabla cuadriculada, él gusta de las decoraciones con hojas de oro, pero su plante de mal soldado y su marcha marcada por movimientos intermitentes y desiguales de los brazos lo convierten en un personaje inescrutable. Uno de sus escasos amigos ha resumido así el talante de Putin: «Es muy hábil en usar la imagen negativa de un demonio que lleva pegado a su cuerpo».
Ningún buen jugador de ajedrez, mudo y solitario, ha sido capaz de cambiar el destino del mundo. Con las celebraciones del Día de la Victoria rusa contra la Alemania nazi, Vladímir Putin se enfrentó a un desafío: convertir el resultado deficiente de su ejército invasor de Ucrania en una historia de éxito. No lo consiguió, y en las próximas semanas se jugarán los destinos de Rusia, Ucrania y los países de Occidente.
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