El precio de la guerra
«En la lejanía confortante del escenario bélico de Ucrania, la guerra se está convirtiendo en un asunto de estadísticas: cerca de cinco millones de refugiados, miles de civiles asesinados…»
Otro escenario de un fin del mundo está dispuesto para escribir su relato cinematográfico. Edificios perforados por misiles hipersónicos Kh-47M2 Kinzhal (daga, en ruso). ... Chatarras de vehículos calcinados. Enseres domésticos chamuscados por el fuego. Montones de ruinas, paredes arrasadas por las explosiones. Ojivas de cohetes vacías junto a cadáveres humanos boca abajo, vestidos con sucias ropas de invierno. Enseres domésticos destrozados y ventanas arrancadas por el eco de los bombardeos. Tumbas frescas en jardines nevados, cadáveres metidos en bolsas de plástico sobre las que se han depositado flores frescas. Seres humanos deambulando silenciosos por las avenidas vacías en busca de pan y agua. Y en la lejanía de la ciudad dantesca, el aviso de sirenas ululantes anunciando otro bombardeo. Los habitantes de la ciudad arrasada que no la abandonaron (Mariupol, Bucha, Irpin…) han padecido semanas de infierno y guardan un silencio desdichado. Así se rueda la primer secuencia de la 'operación especial' ordenada por Vladimir Putin contra Ucrania hace cincuenta y tres días
En Mariupol, el último puerto ucraniano en el Mar de Azov, los soldados de la 36ª Brigada de la Armada ucraniana avisaron al cuartel general: «Hoy libraremos la última batalla porque se nos acaban las municiones. Llegó la hora de la muerte para algunos de nosotros y el cautiverio para otros». Los analistas militares de mayor prestigio anuncian que la guerra inicia ahora una nueva etapa estratégica con el objetivo anunciado por Putin de anexionar a Rusia los territorios de Crimea y Donbás, el motín anhelado y exigido por el amo del Kremlin. La propaganda sigue avanzando por rutas embusteras para la clientela de cada bando, pero nadie se atreve aún a fijar el día en que callarán las mentiras y las bombas. La ira y el miedo sembrados en el campo baldío de los frentes beligerantes no logran todavía componer la fórmula de la negociación. Así que antes de que comience la nueva secuencia de este filme cargado de muerte, la anhelada hora de la paz, los contables registran el precio de las pérdidas.
En la lejanía confortante del escenario bélico de Ucrania, la guerra se está convirtiendo en un asunto de estadísticas: cerca de cinco millones de refugiados, miles de personas civiles asesinadas, unos ciento cincuenta niños muertos… El Centro de Investigación de Política Económica (CEPR), una red de economistas europeos y norteamericanos, calcula que el costo total de la reconstrucción de Ucrania está entre los 400.000 millones a 500.000 millones de euros. La estrategia aplicada por Rusia para llevar a cabo el plan de la destrucción integral de ciudades y estructuras industriales ha sido la misma que la practicada por el ejército ruso en Alepo durante la guerra de Siria: hacer de esa próspera ciudad siria, donde se habían atrincherado los enemigos del gobierno de Damasco, una zona de 'tierra quemada'. El encargado de tal operación para aniquilar a los enemigos del presidente Bashar al-Ásad fue el general Aleksandr Dvornikov, un experimentado jefe militar ruso que jugó un papel clave para poner fin en esa guerra. Tras admitir que sus tropas han sufrido pérdidas significativas en Ucrania, Putin ha designado a ese general para llevar a cabo la fase definitiva de la invasión a los enclaves ucranianos, cuya posesión exige el presidente. Bajo el mando de Dvornikov, el ejército ruso aplastó en Siria la disidencia mediante la devastación de ciudades enteras con su artillería, el uso de bombas de racimo prohibidas internacionalmente y una lluvia de misiles lanzados desde aviones. Ese general está acusado de perpetrar abusos generalizados contra la población civil en Alepo y cometer allí otros crímenes de lesa humanidad.
Es difícil establecer la agenda de la 'operación especia' que Vladimir Putin pretende aplicar, con el orgullo y la gloria de vencedor para poner fin a su conquista de Ucrania. Las consignas políticas y las efemérides apuntan al día nueve de mayo para que el presidente ruso protagonice en el Kremlin la celebración de la mayor victoria de sus ejércitos soviéticos: la firma de la rendición de Alemania y el final de la guerra contra el nazismo. Entre desfiles y medallas, Putin mostrará a los rusos que su ejército sigue siendo poderoso, que aquella victoria de 1945 sigue siendo el pilar fundacional de la Rusia moderna y que la victoria de la operación militar en Ucrania demuestra la fortaleza de un nuevo bloque militar, roto por la fragmentación del imperio soviético impuesta por la perfidia de Estados Unidos y de Europa Occidental hace tres décadas.
Las noticias de la 'guerra patriótica' que los tanques y misiles rusos libran en Ucrania seguirán siendo, hasta que su invasión termine, la imprescindible referencia informativa de esas imágenes televisivas que sobresaltan con su realismo de alta definición. La cámara, ese instrumento capaz de reproducir, en apariencia con la fidelidad del mejor testigo, la secuencia trágica de la guerra, no alcanza a dar noticia fidedigna de toda la verdad, pues de su mensaje visual escapa cuanto acontece fuera de la reducida visión del encuadre y no logra colmar la veracidad de una noticia. Quienes hemos andado en territorios de teatros bélicos, nos asalta siempre la duda de esa certeza íntegra cuando el estruendo de los disparos avisa la verdad, aunque más peligrosos son los silencios. Hay que agradecer su coraje a los profesionales del periodismo honesto que combaten en medio de una cruzada bárbara y letal, con la sola ambición de dar luz a los episodios ocultos de criminales, una parte también del precio de la guerra.
En Mariupol, el último puerto ucraniano en el Mar de Azov, los soldados de la 36ª Brigada de la Armada ucraniana avisaron al cuartel general: «Hoy libraremos la última batalla porque se nos acaban las municiones. Llegó la hora de la muerte para algunos de nosotros y el cautiverio para otros». Los analistas militares de mayor prestigio anuncian que la guerra inicia ahora una nueva etapa estratégica con el objetivo anunciado por Putin de anexionar a Rusia los territorios de Crimea y Donbás, el motín anhelado y exigido por el amo del Kremlin. La propaganda sigue avanzando por rutas embusteras para la clientela de cada bando, pero nadie se atreve aún a fijar el día en que callarán las mentiras y las bombas. La ira y el miedo sembrados en el campo baldío de los frentes beligerantes no logran todavía componer la fórmula de la negociación. Así que antes de que comience la nueva secuencia de este filme cargado de muerte, la anhelada hora de la paz, los contables registran el precio de las pérdidas.
En la lejanía confortante del escenario bélico de Ucrania, la guerra se está convirtiendo en un asunto de estadísticas: cerca de cinco millones de refugiados, miles de personas civiles asesinadas, unos ciento cincuenta niños muertos… El Centro de Investigación de Política Económica (CEPR), una red de economistas europeos y norteamericanos, calcula que el costo total de la reconstrucción de Ucrania está entre los 400.000 millones a 500.000 millones de euros. La estrategia aplicada por Rusia para llevar a cabo el plan de la destrucción integral de ciudades y estructuras industriales ha sido la misma que la practicada por el ejército ruso en Alepo durante la guerra de Siria: hacer de esa próspera ciudad siria, donde se habían atrincherado los enemigos del gobierno de Damasco, una zona de 'tierra quemada'. El encargado de tal operación para aniquilar a los enemigos del presidente Bashar al-Ásad fue el general Aleksandr Dvornikov, un experimentado jefe militar ruso que jugó un papel clave para poner fin en esa guerra. Tras admitir que sus tropas han sufrido pérdidas significativas en Ucrania, Putin ha designado a ese general para llevar a cabo la fase definitiva de la invasión a los enclaves ucranianos, cuya posesión exige el presidente. Bajo el mando de Dvornikov, el ejército ruso aplastó en Siria la disidencia mediante la devastación de ciudades enteras con su artillería, el uso de bombas de racimo prohibidas internacionalmente y una lluvia de misiles lanzados desde aviones. Ese general está acusado de perpetrar abusos generalizados contra la población civil en Alepo y cometer allí otros crímenes de lesa humanidad.
Es difícil establecer la agenda de la 'operación' especial que Vladimir Putin pretende aplicar, con el orgullo y la gloria de vencedor para poner fin a su conquista de Ucrania. Las consignas políticas y las efemérides apuntan al día nueve de mayo para que el presidente ruso protagonice en el Kremlin la celebración de la mayor victoria de sus ejércitos soviéticos: la firma de la rendición de Alemania y el final de la guerra contra el nazismo. Entre desfiles y medallas, Putin mostrará a los rusos que su ejército sigue siendo poderoso, que aquella victoria de 1945 sigue siendo el pilar fundacional de la Rusia moderna y que la victoria de la operación militar en Ucrania demuestra la fortaleza de un nuevo bloque militar, roto por la fragmentación del imperio soviético impuesta por la perfidia de Estados Unidos y de Europa Occidental hace tres décadas.
Las noticias de la 'guerra patriótica' que los tanques y misiles rusos libran en Ucrania seguirán siendo, hasta que su invasión termine, la imprescindible referencia informativa de esas imágenes televisivas que sobresaltan con su realismo de alta definición. La cámara, ese instrumento capaz de reproducir, en apariencia con la fidelidad del mejor testigo, la secuencia trágica de la guerra, no alcanza a dar noticia fidedigna de toda la verdad, pues de su mensaje visual escapa cuanto acontece fuera de la reducida visión del encuadre y no logra colmar la veracidad de una noticia. Quienes hemos andado en territorios de teatros bélicos, nos asalta siempre la duda de esa certeza íntegra cuando el estruendo de los disparos avisa la verdad, aunque más peligrosos son los silencios. Hay que agradecer su coraje a los profesionales del periodismo honesto que combaten en medio de una cruzada bárbara y letal, con la sola ambición de dar luz los episodios ocultos de criminales, una parte también del precio de la guerra.
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