De cuando podíamos bailar
Crónicas de gentes recias ·
«Muchos hijos son fruto de un romance que comenzó en Asklepios, aunque les cuenten la pamema de que papá y mamá se conocieron de pequeños en unas vacaciones en Santander»Pablo Merino
Sábado, 26 de diciembre 2020, 08:20
Cuando dan las cuatro de la madrugada, una marabunta de chicas guapísimas e iguales y otros tantos chicos que se depilaron para la ocasión, abandonan la Plaza de San Miguel. Unas cuantas remolonas, aupadas por unas plataformas que les hacen sentirse más seguras de sí mismas, fuman cigarrillos, como las chicas malas. Dan palique a fornidos porteros que se permiten el lujo de elegir. Mañana se seguirán en Instagram y se darán muchos Me Gustas.
Una parte enfila la calle de San Benito en dirección a la Plaza de Coca para dar los últimos tumbos en Tintín. Este grupo se caracteriza por ser rival, sin saberlo, del otro grupo. Estos van a su bola, ellas toman su Puerto de Indias, ellos su Barceló naranja, bailan y en un futuro próximo serán familia y vecinos de Entrepinos. Los otros, más heterogéneos, bajan por la calle del León para dar en Torrecilla, pasando de nuevo por El Rincón de Chechu, un garito con las copas a precio de saldo donde comienza la noche. Antes de llegar se topan de bruces con la imponente San Pablo, que es aún más imponente cuando uno va cocido, como un preludio del viaje al fin de la noche.
Frente a la Casa Revilla, jóvenes de lo más variopinto esperan a que se abra la persiana de una humilde puerta, estrechita, custodiada por dos cancerberos con pinganillo, uno chatito y el otro grequiano. Mientras esa parte de Valladolid descansa, unos rebeldes se alzan contra el frío y esperan a descender las escaleras que conducen al infierno de la sociología. No es nada pequeño, más o menos como el tristemente desaparecido Jaleo. Las luces parpadean y dejan ver de forma entrecortada, a trompicones, una tarima sobre la que suaves cuerpos se mueven con una sensual morbidez.
Aunque lleva el nombre del Dios griego de la medicina, Asclepios (con 'k', que suena como más rompedor), lo que allí dentro se escribe es una antología de las ciencias del espíritu, un resumen de la vida. Uno baja emocionado, como solo se puede bajar a los sitios que están en el subsuelo. No es lugar ni son horas para seguir de copas. En Asklepios se opta por un tercio de cerveza o por un zumo de endrinas Etxeko que suaviza el golpe que significa pasar de camelar con Anuel en el Hache a deslizarse melancólicamente con las letras de Izal.
Muchos hijos son fruto de un romance que comenzó en Asklepios, aunque les cuenten la pamema de que papá y mamá se conocieron de pequeños en unas vacaciones en Santander. El DJ pone siempre las mismas músicas, como un sacerdote que unas horas después dará el mismo sermón de cada domingo. Ha hecho de la discoteca su parroquia, que se llena cada jueves y cada sábado de fieles más aficionados a la sangre que al cuerpo de Cristo. Allí están todos los desamparados que en otros garitos no encontraron el amor, mecidos por Dorian y por Vetusta Morla, con la esperanza de poder decir al taxista una nueva dirección.
La uniformidad de Tintín se rompe en Asklepios. Hombres rémora, aliados varios, escoltan a las amigas que en secreto desean. Los que vinieron desde Cantarranas en vez de desde San Miguel hacen un corrillo reconocible que se exalta cuando entre luctuosas letras de compositores malasañeros empieza a sonar 'A la sombra de la sierra'. Mujeres de las que cocinan con una copa de rosado bajaron al infierno para sentirse jóvenes y juguetean divertidamente con los amigos a los que ni mujer ni hijos esperan en casa.
Los chicos con mejor mating value ya se han hecho con la atención de las más bonitas de la pista y los normies, que desde que salieron sabían que volverían solos, se limitan a disfrutar del grotesco inframundo y prometer lealtad eterna a sus compañeros de aventuras. El divorciado que entró a Historia del Arte está viviendo una segunda juventud y no se despega de sus compañeros de clase. No se sabe ninguna canción, pero se esfuerza por ser feliz.
Tras un par de horas las luces se encienden y la belleza de la noche culmina con escenas brillantes, como colorizadas, de melancolía, de cansancio, de éxtasis, que huelen a fracaso, a sexo, que despiden futuro. Los taxistas están tristes porque ya no esperan a enamorados en calle Angustias.