Paisaje tras la derrota
No se trata de un pueblo que haya perdido una guerra, sino de un pueblo que, ajeno al gobierno títere de Kabul, ni siquiera ensayó un amago de resistencia al estar mayoritariamente en las antípodas de los valores occidentales
Tras la derrota de Estados Unidos y sus aliados, entre los que nos contamos, a manos de las mesnadas talibeñas en Afganistán, llega la hora ... de los balances y el nuestro arroja el desolador contraste de ciento dos muertos y bastante más de tres mil quinientos millones de euros, vidas sacrificadas y dineral inmolado a cambio de nada, aunque con un final que nos honra de más dos mil personas agónica pero felizmente rescatadas de un infierno que nadie se merece. Pero al que los afganos –las cosas como son- se han auto condenado sin combatir.
No se trata de un pueblo que haya perdido una guerra, sino de un pueblo que, ajeno al gobierno títere de Kabul, ni siquiera ensayó un amago de resistencia al estar mayoritariamente en las antípodas de los valores occidentales y más cerca del islamismo radical de lo que suponían quienes nos han embarcado en esta aventura negra, pésimamente asesorados por unos servicios de inteligencia que se informarían en las nubes, desoyendo a los militares desplegados sobre el terreno, que se sentían mirados con recelo y animosidad.
Con las niñas y las mujeres afganas abocadas a una tragedia que no ha inmutado demasiado a las profesionales del feminismo ni a la izquierda caniche (Prada dixit) o caviar (como la llaman en Perú), las perspectivas son desoladoras. Si los talibanes anteriores a la invasión eran islamistas cavernarios que alentaron y protegieron al terrorismo internacional, ¿qué señales existen de que hayan cambiado? 'Va victis', ay de los vencidos, que exclamó Breno, jefe de las tribus que derrotaron a Roma.
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