Orgullo loco
«El orgullo loco sueña que al igual que los militantes del orgullo gay o el orgullo trans, se les saque de las clasificaciones psiquiátricas de las enfermedades y se les considere como simples disidentes de la razón»
Mañana, 29 de mayo, se celebra el día del orgullo loco. Diversas asociaciones de ciudadanos adscritos a grupos de 'psiquiatrizados', 'diagnosticados', 'oidores de voces', 'supervivientes ... de la psiquiatría' o cuantos se reúnan bajo unas siglas que defiendan su diversidad mental y su derecho a las ideas inusuales, festejan su día.
En principio parece que estos socios no poseen nada que los distinga de otros defensores de la rareza y la particularidad o de los miles de personas protestantes que en el mundo han sido. Pero, en realidad, sí tienen algo específico que los identifica: su contacto con la psiquiatría. Todos han pasado por la experiencia de un tratamiento psiquiátrico y a todos les une una misma queja: el trato degradante padecido.
Frente a la aceptación pasiva, dócil y agradecida de muchos locos a la atención recibida, otros tantos se manifiestan resentidos y víctimas de los excesos y la violencia de la psiquiatría. Pocas disciplinas –desde luego, ninguna médica– disponen de una respuesta de sus usuarios tan extrema y dividida. Da que pensar. Da que pensar que una profesión que se capacita para entender a sus clientes recoja tantos reproches de incomprensión y lavado de mente. Da que pensar que una profesión llamada a devolver la libertad interior y exterior de sus dolientes reciba tantas acusaciones de abuso e intimidación. Da que pensar, por último, que la especialidad de psiquiatría haya contado con tantas opiniones contrarias desde su fundación, pues a poco de su inauguración, a comienzo del siglo XIX, ya surgieron y se multiplicaron los movimientos críticos contra la doctrina oficial, siendo el más conocido y mejor organizado el que se identificó como 'antipsiquiatría' a mediados del siglo pasado.
En este sentido, las invectivas y propuestas del 'orgullo loco' son conocidas y no contienen nada nuevo, salvo un hecho fundamental. Un hecho decisorio que reside en que son los propios usuarios y no los profesionales más críticos, los que toman ahora la iniciativa y alzan la voz. Elevan el tono para ajustar cuentas y para que no vuelvan a producirse circunstancias como las que relatan en sus discursos y documentos. Lo hacen para que no se les cure de la enfermedad que no tienen, no se les normalice, no se les diagnostique y que, en definitiva, «se les deje vivir en paz», como propuso Maurice Dide, director del manicomio de Toulouse, miembro de la Resistencia francesa fallecido en Buchenwald.
El orgullo loco aún sueña, pero sueña despierto, para que al igual que los militantes del orgullo gay o el orgullo trans, se les saque de las clasificaciones psiquiátricas de las enfermedades y se les considere como simples disidentes de la razón. Confían en que un día cercano podrán pedir ayuda psicológica, si es que lo necesitan, sin que se les encierre en ningún diagnóstico, se les adormezca y se les tutele de cualquier modo.
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