

Secciones
Servicios
Destacamos
La historia revela a veces las claves del desenlace atroz de un conflicto bélico junto a los temores vislumbrados por sus protagonistas escondidos en los ... archivos. Mientras la guerra contra el Reich tocaba ya a su fin en la primavera de 1945, Winston Churchill ordenó al mariscal Bernard Montgomery que conservara el armamento capturado a los alemanes, porque ese arsenal del enemigo nazi podría ser usado contra el ejército de la Unión Soviética, cuyos blindados estaban ya a las puertas de Berlín. El primer ministro británico encargó luego a sus altos mandos militares la elaboración minuciosa de un plan para evitar que Stalin ordenara la ocupación y posterior anexión definitiva de Polonia. Churchill pidió ese proyecto secreto para un eventual ataque con un centenar de divisiones contra la Unión Soviética, en el que intervendría también el ejército francés, con el objetivo de salvaguardar los intereses del imperio británico.
Los autores de aquel proyecto, que llevaba el paradójico nombre de 'Rusia. Operación Impensable', presentaron sus planes en mayo de 1945, unas semanas después de la rendición del Reich. Aquella misteriosa operación pudo haber sido el inicio de la tercera guerra mundial, pero fue abandonada y permaneció oculta en los archivos militares durante más de medio siglo. La documentación referida a esos planes relata las dudas y los temores acerca del futuro de aquella Europa que vivió Winston Churchill, su principal líder entonces, durante los últimos meses de la II Guerra Mundial.
En sus reflexiones de veterano y experimentado estadista, Churchill intuyó la oportunidad de que gozaba Stalin para la ocupación de Polonia y sus peligrosas consecuencias en el continente. Así surgió la sospecha del popular inglés socarrón e intuitivo fumador de puros: ¿Qué pasaría en Europa si la Unión Soviética, en el frenesí de su victoria frente al nazismo, mantuviera el control de Polonia después de la guerra, en lugar de restaurar su independencia? Nadie en la historia ha sido capaz de ganar una sola batalla con el poder de la seducción, así que el oso Churchill recurrió a los cañones.
Setenta años más tarde, el presidente francés Emmanuel Macron recibió con la clave de la seducción a Vladímir Putin en el Salón de las Batallas del Palacio de Versalles para ajustar cuentas tras la reciente anexión rusa de Crimea, primer paso de una desbocada conquista de territorios reclamados por el Kremlin que tiene ahora como objetivos a los del oeste de Ucrania, en una guerra estancada tras el contraataque y la recuperación de miles de kilómetros cuadrados por las tropas ucranias. A pesar de la seducción exhibida por el presidente francés, el resultado de aquel diálogo desembocó en la nada al negar Putin, en aquel su último viaje al enemigo Occidente, cualquier fórmula para arreglar sus discrepancias territoriales con Ucrania.
Hace más de doscientos días Putin dejó de avanzar con su anexión de puntillas diplomáticas y juega ahora paradójicamente su causa frente a Ucrania en las urnas. Durante este fin de semana y hasta el próximo 27 de septiembre, los ciudadanos de los territorios bajo control ruso (Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia) están convocados a referéndum para decidir su futuro. Putin da una prórroga al conflicto y frena la victoria de Ucrania en el campo de batalla, a la espera de contar con los 300.000 soldados de leva obligatoria que pretende enviar a esa frontera disputada antes de fin de año.
Sin embargo, el objetivo esencial de esa convocatoria a las urnas esconde una razón jurídica que abre el abanico del gran dictador del Kremlin: si la opción sometida a referéndum gana y esos territorios pasan a formar parte de la soberanía rusa, la llamada guerra de Ucrania adquiere el carácter de un conflicto bélico entre dos naciones soberanas, y Rusia no podrá ser acusada de ocupación por la fuerza de las armas de tierras pertenecientes a un país vecino.
Esa prebenda jurídica abre además un horizonte amplio a escala planetaria para justificar las amenazas de armas nucleares, que Vladímir Putin anunció el pasado miércoles en tono mecánico y poco apasionado para mejorar su obra maestra de propaganda: Rusia está siendo agredida por Occidente y los «neonazis ucranianos». Ni los más optimistas demócratas ponen en duda que en el referéndum de la anexión ganará el sí de manera prodigiosa.
Nunca osaron los líderes más brutales de aquella Europa de la guerra fría amenazar al adversario con el desahogo de Vladímir Putin, profeta acorralado: «Si te atreves a tocar nuestro territorio, sufrirás la ira de nuestro arsenal nuclear». Los investigadores que encontraron en los archivos londinenses, recientemente desclasificados, los pormenores de la Operación Impensable contra Rusia dieron también allí con otros informes entreverados que describían pormenores anecdóticos de la relación entre Churchill y Stalin. Durante su visita a Moscú en 1942, el primer ministro inglés y el presidente ruso protagonizaron una insólita y amistosa velada para «romper el hielo de las negociaciones» descrita así por un funcionario policial: «Los dos hombres disfrutaron de comida de todo tipo… un sinnúmero de botellas y más felices que unas castañuelas», aunque hacia la una de la madrugada Churchill «se quejaba de un leve dolor de cabeza».
En lugar de una guerra caliente, Churchill practicó esa noche el buen sentido y método para limitar la guerra fría: la operación 'impensable' de Churchill que lanzaría contra su aliado soviético a las tropas occidentales. Si la actualidad no suministra datos para analizar una sugestiva hazaña, compleja o misteriosa, es conveniente escarbar en los archivos y recomponer la historia, aunque al fin todo fue una ironía.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.