Los muros invisibles de nuestro mundo
«Cada vez se vuelve más indispensable que la UE asuma el reto de convertirse en el contrapoder de los grandes bloques que disputan por controlar el mundo; ser coherente con lo positivo del legado que ha recibido: el humanismo, la igualdad ante la ley, la democracia»
La reciente decisión del Consejo Europeo de no resolver nada respecto a la actual presión inmigratoria da pocas esperanzas de que las cosas puedan mejorar ... en este terreno. En una ocasión más, parece que la UE no afronta sus desafíos como debe: ni a tiempo ni con la necesaria determinación. Y, como en el caso del bochornoso abandono de Afganistán, la impresión general es que desde Europa no se reacciona ante las crisis que aquejan al planeta con la suficiente lucidez y coraje. Se trató de una imprecisión calculada. Una declaración algo hueca que deja como estaba –sin respuesta– al problema que rodea y cerca a algunos de los países de la Unión.
Así, el decir que Europa no «invertirá en muros y vallas», para alardear de integridad humanitaria, puede quedar bien como titular de periódico, pero no arregla el preocupante panorama. Por el contrario, suena bastante hipócrita y recuerda a la famosa e incierta frase de «Roma no paga traidores». Cuando todo indicaría que el Imperio sí lo hizo, tanto –además– que los cronistas tuvieron que recurrir a ese lema inventado para limpiar el honor en entredicho de sus generales. Es verdad que la Unión Europea, en su afán de presentarse como la campeona mundial del respeto a los Derechos Humanos, se cuidará muy mucho de no aparecer como una nueva constructora del 'limes' que separaba a Roma de los que querían ser romanos, a la civilización de los bárbaros. Otros levantarán murallas por ella. Otros se ocuparán de mantener a raya a la masa migratoria con los medios más expeditivos e inhumanos. Otros maltratarán a los refugiados y traficarán con sus vidas por dinero; decidiendo qué mínimo cupo de 'afortunados' podrá arriesgarse a embarcar y cruzar el mar.
La pregunta es: ¿qué va a hacer la Unión Europea, entonces? Porque cada vez se vuelve más indispensable que la UE asuma el reto de convertirse en el contrapoder de los grandes bloques que disputan por controlar el mundo; ser coherente con lo positivo del legado que ha recibido: el humanismo, la igualdad ante la ley, la democracia. Una desnuda película, dirigida por Andrea Segre, plantea de forma contundente esta realidad. En 'El orden de las cosas', un alto funcionario del gobierno italiano –con otros comisionados europeos– supervisa sobre el terreno que no lleguen a partir de las costas libias más migrantes de aquellos que los estados de la UE están dispuestos a 'soportar'. Y, para esto, pactan con las mafias paramilitares, que en ese estado fallido mantienen encerradas en condiciones infrahumanas a auténticas muchedumbres, el control de su llegada. Mientras, se maltrata y atemoriza a estos grupos ya huidos de la guerra, el hambre, la muerte y el miedo. ¿Cómo se logran esos acuerdos con los verdaderos gánsteres de la inmigración? Con dinero. Y tales piratas se encargan de exprimir a unos hasta apoderarse de lo poco que aún les puedan sacar; y de traficar con otros, como si fueran sus esclavos.
El protagonista, antiguo policía convertido en el responsable de una importante misión internacional ha de garantizar –como los demás burócratas que le acompañan– que las élites a las que ellos mismos pertenecen continúen a salvo de la amenaza de los desheredados que circundan su jardín de bienestar. Y si hay que «pagar a traidores» para que esa situación se mantenga, se les pagará. Con tal de que se haga discretamente y esos vergonzantes sobornos o las redes y paredes que guardan el bastión de los privilegios no se noten demasiado. No obstante, el encallecido funcionario se permite –dentro de su frialdad y aséptica eficacia– alguna minúscula empatía. Por ejemplo, Corrado conversa por conexión electrónica con una mujer africana, de nombre Swada, que quiere reunirse con su hermano en una nación europea, y se presta a enseñarle –a petición de ella– una vista de Roma a través del ordenador.
De nuevo Roma, símbolo del progreso y valores occidentales. Ideal de civilización que muchos pretenden aprehender sin conseguirlo. Porque tal es el orden de las cosas: el caos o desorden del mundo. Que la sociedad de bienestar sólo esté al alcance de una minoría.
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