La muerte indigna del debate
Uno esperaría un debate político profundo sobre la eutanasia o la agonía del moribundo. Pero no
Veo un libro que me llama la atención y le envío un 'whatsapp' al chaval de 18 ó 19 años, por ahí andará ahora, que ... me recomendó hace dos años y medio a su autor, Javier Gomá, un filósofo nada menos. «¿Qué tal está?», le pregunto. Y como me fío de su criterio –sí, la juventud abofetea tus prejuicios de cascarrabias cuando menos te lo esperas–, lo cojo. 'La dignidad', se llama. Y me encuentro, entre muchas frases de releer despacio, con esta: «La muerte destruye indignamente la vida humana pero el miedo a ella hace brotar, en salto acrobático, muchos de los bienes que hacen la vida digna de ser vivida».
Y me cae esa frase encima justo entre el anuncio de la ley de eutanasia del Gobierno y una rueda de prensa de Igea en la que menciona su ya habitual mantra de que no se puede dar a elegir entre «el suicidio o el horror», que es necesario regular los cuidados paliativos y los derechos y garantías del moribundo. Coincidencias que suscitan reflexiones que uno querría observar en el debate político sobre un tema tan crucial.
Pero no.
En lugar de un diálogo profundo, afrontando las aristas, abordando la desbordante casuística que se puede presentar, la potencial objeción de conciencia médica, el papel de los familiares, la necesidad de instruir en esa figura casi desconocida que es el testamento vital... En vez de invitar a una reflexión colectiva y seria sobre un tema que estruja las angustias de cada cual... Lo que nos encontramos es una colección de sandeces de un lado, como el que calificó esto como política de recortes, y una ley impuesta al estilo 'porque sí' por el otro.
Ojalá políticos con más dignidad y menos amor por el barro. Ojalá más adolescentes que recomienden filósofos a sus adultos.
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