Moreno Bonilla en el espejo de Mañueco
Audiocarta del director ·
No le basta con barrer al PSOE ni con ganar a la izquierda en Andalucía y apoyarse en una abstención de la súper derecha, tendrá que entenderse necesariamente con Vox. Tendrá que ganarse su SÍ. Y cogobernar. Y ceder la presidencia del parlamento andaluzHasta la formación del gobierno de PP y Vox en Castilla y León, el presidente andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla, se aferraba al deseable clavo ... ardiendo de un resultado electoral en su comunidad autónoma que le diera una holgada victoria frente a las formaciones de izquierda: PSOE, UP y Adelante Andalucía. Bien por un adelanto electoral o como consecuencia de agotar la legislatura, a final de año. Los últimos sondeos prevén que ocurrirá algo así, es decir, que el PP ganará y sacará más escaños que la izquierda.
Pero esa relativa tranquilidad, ese confort político -a pesar del fulgurante ascenso que también experimentará Vox en las urnas del sur-, servía mientras los de Abascal se conformaban con influir, con apoyar, con estar o con forzar… No con gobernar, que es lo que ha decidido comenzar a hacer. Pero es que, además de ello, en Castilla y León Vox ya ha demostrado que no solo desea entrar en los gobiernos autonómicos para ocuparse exactamente de lo mismo que Ciudadanos, sino que, llegado el caso, no dudaría en romper la baraja y desencadenar una repetición electoral votando NO al PP.
Así que a Moreno Bonilla ahora no le basta con barrer al PSOE ni con ganar a la izquierda en Andalucía y apoyarse en una abstención de la súper derecha, tendrá que entenderse necesariamente con Vox. Tendrá que ganarse su SÍ. Y cogobernar. Y ceder la presidencia del parlamento andaluz. Y la vicepresidencia, a Macarena Olona más en concreto. Y Feijóo tendrá que tragar con otro tanto del mismo potaje. Porque lo que suceda en Andalucía, bien sea en junio o en noviembre, y lo que se haga a continuación con el dictamen de las urnas será responsabilidad directa y absoluta del dirigente gallego. También la decisión de adelantar o no las elecciones. Y de asumir, por supuesto, los riesgos que se filtren en el debate político como consecuencia de cualquiera de las dos opciones. Sobre todo si se adopta la primera.
Lo último que sabemos es que Moreno Bonilla apura los plazos para anticipar ese final de la legislatura y alimenta así el entretenimiento de opinólogos y tertulias. Dice el malagueño que no ha podido sacar adelante los presupuestos, pero eso lo sabe desde febrero, por lo que no se entiende la demora del anticipo si, en efecto, esa es la razón. Dice también que es un adelanto «técnico» porque entre votar en junio o hacerlo en noviembre, cuando toca, es casi lo mismo. Folclore semántico. Si es lo mismo -que no lo es, pues casi medio año es una octava parte de la legislatura-, sería como usar un recurso extraordinario por un motivo poco menos que de trámite. No parece muy convincente.
En estas, el PSOE de Juan Espadas unos días dice que prefiere adelanto y otros que no. Los empresarios lo rechazan. Ciudadanos, que volverá a descalabrarse, no quiere saber nada, y a Vox, como en Castilla y León, cada vaivén, cada duda, cada indefinición, cada oportunismo, cada justificación endeble o argumento prefabricado del PP le viene de perlas. Vox es como Sharon Stone, que todo le sienta bien. Mi opinión es que lo preferible, por varias razones, también por las relacionadas con la mayor tensión que causaría un adelanto en Andalucía en el ejecutivo de Castilla y León, observado con lupa por todo el mundo, sería que los ciudadanos de Andalucía votaran cuando les toca. Es algo que encaja con el carácter moderado de Moreno Bonilla y Feijóo.
Un adelanto cambia inmediatamente el marco del discurso y eso, estamos hartos de verlo, puede alterar sustancialmente las expectativas de todos los jugadores, sobre todo de los que pulsan el botón. Que se lo cuenten a Susana Díaz. Además, si el resultado no es todo lo bueno que quisieran, no se les podrá reprochar que fuese debido a una decisión activa de ambos, sino al discurrir natural del calendario político. Pero si, por el contrario, el resultado es muy positivo, tendrán la posibilidad de atribuirse el mérito de haber aplicado normalidad y templanza, frente a la urgencia o precipitación de otros. Y por último, no parece mala idea aplicarse en la paciencia y comprobar hasta qué punto Vox, estos primeros cien días de gobierno en Castilla y León, se muestra más o menos extremo, radical, sensato, efectista o capaz. Si resulta que el experimento funciona, facilitará la coalición en el palacio de San Telmo. Y si no funciona, eso podría incomodar la campaña de la candidatura de Vox, que ya no podrá presentarse sin ninguna mochila a cuestas.
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