El mono
«En fin, todo ello es algo tonto, como lo es todo debate con gente implacable y despótica. La pureza siempre es inquietante y promete violencia»
La disputa entre evolucionistas y creacionistas es muy ruidosa, pero equivoca la causa. Cree ocupar el mismo espacio que otros negacionismos, como el del ... cambio climático o el exterminio judío, pero es distinto. Estos rechazan hechos recientes, actuales o casi actuales, mientras que aquellos especulan con el pasado para sostener nuestro origen divino con el mismo ardor con que la Inquisición o los fascismos han defendido la pureza de sangre. Lo que peor se entiende de sus ideas es conocer por qué les interesa tanto que dios haga las cosas de golpe, de repente, en seis días con derecho a uno de descanso, según el Génesis bíblico, en vez de fiarlas al tiempo y a la evolución. Como si la maduración implicara debilidad, y la fortaleza, en cambio, exigiera inmediatez y gestos fulminantes. Aunque en esas dimensiones pretéritas aflora otra incongruencia, pues tampoco sabemos, a estos efectos, por qué seis días no les parecían demasiados.
En fin, todo ello es algo tonto, como lo es todo debate con gente implacable y despótica. La pureza siempre es inquietante y promete violencia.
Es mucho más tranquilizadora y fecunda la idea de Raymond Queneau, quien no por ser surrealista y amigo de las ideas subversivas estaba más alejado de la verdad en esta ocasión. Queneau admite que el hombre proviene del mono, pero no de un simio cualquiera, que evoluciona y perfecciona su inteligencia a lo largo de milenios, sino de un mono que se ha vuelto loco.
La idea no es despreciable. La locura está presente en el nacimiento del hombre y en el origen de la humanidad. Qué próximos están los niños a la idea que nos hacemos de los locos. Nos reímos y llamamos 'ocurrencias' a sus pensamientos más disparatados, pero poco se distinguen de las reflexiones de un alienado. Ambos sorprenden por su implacable lógica. Un niño piensa con severidad y dice lo que piensa, pues aún no ha sido enriquecido por la literatura y la prudencia. Igual le sucede a quien delira. Lo que dice es exactamente lo que dice, y si lo dice es porque le resulta necesario e imprescindible vocalizarlo. Ni puede adornarse con un doble sentido ni puede callarse la boca ante la increíble dimensión de lo que ha vivido.
Que el hombre está loco se deduce de su libertad. Como carece de instintos, de un comportamiento programado que se adapte indefectiblemente a la realidad, no le queda más remedio que inventar. Eso le sucedió al mono enloquecido. Se quedó sin instintos y tuvo que inventar un mundo donde él era el centro y dios no tenía otra cosa que hacer que redimirlo de sus desvaríos.
En esta idea de Queneau se puede creer con facilidad. No es convincente pero tampoco pontifica ni argumenta. Nos ayuda a entender y nos deja vivir sin prometer nada, confiando tan solo en los engaños de nuestra razón y en los placeres que obtenemos a cambio.
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