Un mensaje de aviso para el zar
«El ambicioso empuje invasor de Vladímir Putin, reencarnación rusa heredada de zares y monarcas, tampoco esconde en el juego de la guerra sus ambiciones imperialistas»
En estos tiempos de pandemia mundial y guerras de tanta desolación como la de Ucrania, es conveniente echar mano de la historia cíclica de los ... pueblos amnésicos cuya memoria perdura mejor en los escritos de quienes la protagonizaron. En un artículo publicado en febrero de 1945 en el diario berlinés 'Das Reich', el portavoz del más puro nazismo, Joseph Goebbels, se transfiguró en profeta dos meses antes de suicidarse y vaticinó el futuro de Europa hasta el año 2000 a tenor de lo acordado por los enemigos de Alemania en la Conferencia de Yalta.
Creía él todavía en la victoria nazi, pero adivinó que el resultado de la derrota obligaría a Stalin a imponer su dictadura internacional desde Moscú «levantando en la Europa que estaban conquistado sus millones de esclavos rusos un telón de acero», cuya duración sería centenaria. Anunciaba Goebbels que si el pueblo alemán depusiera las armas, los soviéticos, según el acuerdo entre Roosevelt, Churchill y Stalin, ocuparían todo el este y sureste de Europa junto con la mayor parte del Reich. «Un telón de acero caerá sobre ese enorme territorio europeo controlado por la Unión Soviética, tras el cual masacrará a todas las naciones».
La guerra, como se pone de manifiesto ahora en Ucrania, es un negocio sucio en el que nunca se entra en las sutilezas. Cuatro meses después del inicio de la invasión rusa, ese territorio de la guerra es tierra quemada cuando la fortaleza de la OTAN, recobrada en la cumbre de Madrid, alcanza un punto de no retorno e imposible negociación entre la Alianza Atlántica y Rusia. La unánime respuesta occidental, favorecida por la vuelta al redil de Turquía a cambio de más aviones F-16 norteamericanos, ha logrado reforzar a la OTAN, cuyo futuro ponían en entredicho hace solo unos meses algunos de sus socios principales.
Se recobra así la atmósfera de autocomplacencia de hace tres décadas con la caída del muro de Berlín. Esa alianza militar occidental, la más antigua de las instituciones nacidas después de la II Guerra Mundial, había merecido las burlas del ex-presidente tornadizo Donald Trump, que amenazó con retirar a Estados Unidos de la OTAN, y el pronóstico del presidente francés, Emmanuel Macron, que la declaró hace apenas un año «institución en fase de muerte cerebral».
Putin: «Hacía tiempo que Estados Unidos necesitaba tener un enemigo externo en torno al cual unir a sus aliados»
Han pasado cuatro meses desde la invasión de Ucrania y la OTAN se erige como un nuevo baluarte frente a la agresión creciente de Rusia, levantando otra barrera al este con el ingreso próximo en la Alianza de Finlandia y Suecia, que abandonan su neutralidad histórica a cambio de protección militar frente a Rusia. Como viene siendo regla secular de alcance continental entre las dos Europas irreconciliables, el nuevo telón de acero de las democracias occidentales frente al este del continente europeo dominado por Putin recorre miles de kilómetros, desde el mar Caspio hasta el círculo polar ártico.
Con la ceremonia que suele exhibir en las circunstancias más críticas de su liderazgo zarista, Vladímir Putin recorre estos días algunos territorios sometidos a su mando y gobernados por sátrapas dóciles al Kremlin. Mientras los misiles rusos caían otra vez en Kiev sobre objetivos civiles, el presidente ruso visitó Tayikistán, antigua colonia del imperio soviético, y asistió después en Asjabad, capital de Turkmenistán, a la cuarta cumbre de los cinco países que rodean el mar Caspio. Desde allí ha respondido a la ampliación de socios de la Alianza Atlántica, aprobada en Madrid, con la arrogancia de quien se cree vencedor de todas las guerras: «Hacía tiempo que Estados Unidos necesitaba tener un enemigo externo en torno al cual unir a sus aliados», estimó allí el presidente ruso.
Enclaustrado y fabricando agravios al comienzo de la guerra contra Ucrania, Putin aparece ahora en público cambiando el tono y proyectando el aura de líder paternalista y sosegado que protege a su pueblo de los peligros del mundo entero. A pesar de la intensidad de los bombardeos sobre objetivos que deben asegurar la ocupación de los territorios ucranianos ya conquistados, el presidente ruso ha abandonado su discurso inicial de la estrategia del miedo. Su revelación del nuevo misil estratégico intercontinental, el RS 28-Sarmat listo en su arsenal nuclear para su uso tras la prueba en un polígono militar en la península de Kamchatka, es por ahora la última amenaza contra los países de la OTAN. Ese misil puede alcanzar objetivos hasta a 18.000 kilómetros con dieciséis cabezas nucleares.
La cumbre de Madrid ha marcado también otro punto de inflexión en la estrategia de Rusia, aunque Putin no acepta la hipótesis de que su invasión de Ucrania habría fracasado porque llevó a Suecia y Finlandia a unirse a la OTAN. Ucrania sumisa a la Europa occidental sería según él una amenaza mayor que la de los dos países nórdicos dentro de la Alianza Atlántica. Otra vez, la historia europea se retuerce sobre sí misma.
En su errada profecía, afirmaba Goebbels unas semanas antes de la derrota del Reich que Alemania llevaría siempre sobre sus hombros, como Atlas, el peso del mundo para salvarlo. Mirando hacia Rusia, el ministro de Propaganda se equivocó de protagonista, mas no en su pronóstico: «Ha entrado en Europa una potencia mundial que empieza por Oriente en Vladivostok y no descansará en su avance hacia Occidente hasta que haya incorporado bajo su poder a Gran Bretaña». El ambicioso empuje invasor de Vladímir Putin, reencarnación rusa heredada de zares y monarcas, tampoco esconde en el juego de la guerra sus ambiciones imperialistas.
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