Mariúpol: los sonámbulos de la paz
«Los héroes del Azovstal han servido no solo para enfrentarse a las tropas rusas y dar tiempo a que lleguen las armas occidentales, sino también para mantener en alto la moral del ejército»
Aveces hay gloria después de la derrota. Llegó al fin el día en que una procesión de hombres exhaustos, amputados y hambrientos salieron de los ... búnkeres y regresaron al mundo los seres humanos, recuperando la esperanza de un destino mejor, aunque poco probable. Ese desfile doliente de soldados ucranianos intransigentes, que resistieron durante más de dos meses el asedio ruso en los túneles de la acería de Azovstal, cueva y fortaleza de dos millares de voluntarios en Mariúpol que no pudieron hacer frente a las brigadas de Putin, exhibió el valor de un heroísmo puesto al servicio de la libertad y de una honra imperecedera. Arrastrando sus cuerpos heridos y los últimos enseres de su hazaña bélica, desarmados y rendidos sin condición ni laureles, esas milicias, las mejor entrenadas del ejército ucraniano, caminaron hacia una muerte probable, venganza y condena que se dictarán desde el Kremlin.
Todo está previsto para convertir a esos héroes en herederos malditos de los soldados nazis, los que aniquilaron sin pena a millones de rusos en aquellas estepas ucranianas al final de la II Guerra Mundial. El encaje de aquella barbarie cuadra con el léxico y los hechos que Vladimir Putin emplea para justificar el asalto y la anexión de los territorios ucranianos, reivindicados en nombre de una historia confusa.
La capacidad de combate de esas fuerzas especiales ucranianas fue cuidadosamente pensada y preparada mucho antes de que se iniciara el ataque ruso. Parece que fue el presidente Volodímir Zelenski quien defendió la necesidad de llevar alimentos y municiones al laberinto de mazmorras, excavadas debajo de la acería, una semana antes de la guerra. «Hoy es un día difícil», afirmó Zelenski en el vídeo de la liberación de sus valerosos soldados.
La jornada fue difícil, en efecto, porque la orden de rendición a los resistentes de Mariúpol marca con un estigma la leyenda del patriotismo ucranio. Los héroes del Azovstal han servido no solo para enfrentarse a las tropas rusas y dar tiempo a que lleguen las armas occidentales, sino también para mantener en alto la moral del ejército. Se ha cerrado en Mariùpol el primer ciclo de una guerra cuya duración nadie se atreve a fijar.
En el tinglado publicitario montado por Moscú, la desnazificación de Ucrania justifica la aniquilación total de ese tristemente célebre Batallón Azov, tan loado como misterioso, y abre mil puertas a los próximos objetivos de invasión diseñados por el ejército ruso. Otra vez la historia busca encuadrar las coordenadas de una amenaza bélica antes de que estalle la tragedia porque, como defendía Mark Twain, «la historia no se repite, pero rima». Ese punto crítico de confusión en el mando llevó al Jefe del Estado Mayor General alemán Helmuth von Moltke en setiembre de 1914 a confesar su «responsabilidad de todos los horrores» de la Primera Guerra Mundial que él había declarado un mes antes. El historiador australiano Christopher Clark analiza en su libro 'Los sonámbulos, verano de 1914: Cómo Europa marchó hacia la guerra' el gran error del ejército alemán al decidir atacar antes de ser atacado.
Los gobiernos europeos experimentaron entonces la vertiginosa espiral que lleva siempre irremisiblemente a la guerra, el engranaje de lo que cada pueblo comienza a exigir al otro los motivos de la agresión, sus intenciones no reconocidas y los sentimientos que experimenta el débil frente a un enemigo potencial. Esto es lo que Occidente está haciendo hoy con respecto a Rusia, y esto es lo que Rusia está haciendo con respecto a Occidente. La OTAN parece estar convencida de que si Rusia ganara su guerra contra Ucrania, su voluntad de dominar no tendría límites. Por el contrario, Rusia se siente insegura porque si Occidente empujara a Ucrania a su campo, sería Occidente quien dejaría de frenar su ambición hegemónica.
A pesar del fulgor bélico creciente, la diplomacia silenciosa se va imponiendo con lentitud en un nuevo cuadro de seguridad mundial. La entrada de Finlandia y Suecia en la OTAN (con el permiso exigido por el presidente turco Erdogan) tiene un significado político más que militar. La amenaza de Putin y su intento de dividir a Occidente se oyen ahora más lejanos que nunca. Esa alianza en la defensa del noreste europeo limítrofe con Rusia tiene sin embargo una notable trascendencia militar por su situación estratégica: Helsinki y Estocolmo aportan a la Alianza Atlántica dos ejércitos modernos y bien organizados.
Según el índice elaborado por Global Firepower, las fuerzas armadas finlandesas ocupan la posición 53 de un total de 142 países; Suecia está en la posición 25 según los datos evaluados en esa base, más de cincuenta criterios que miden las capacidades de defensa en tierra, aire y mar, equipamientos, finanzas y geografía. España, como referencia, está en el puesto 19 de ese ranking militar.
Trece mil soldados empleó el ejército ruso para doblegar a los rebeldes del Batallón Azov durante dos meses de catacumba. La artillería rusa recurrió durante varias semanas a bombardear sin piedad el área de Mariúpol. A finales de abril, comenzaron las evacuaciones de civiles de los refugios subterráneos. La disposición de los combatientes a luchar hasta la muerte fue la respuesta a la propaganda rusa, que niega la sacrosanta identidad de los ucranianos. Ucrania en lucha es hoy un país que necesita héroes, defensores de esa identidad tanto en su territorio como en toda Europa. Vladimir Putin debe estar irritado por la mitología de los sonámbulos «mártires del Azovstal», un buen argumento cinematográfico para después de la guerra.
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