Magia de una noche de verano
La Platería en llamas ·
Después de compartir con el mundo la frescura local de su Valladolid, Concha Velasco deja de girar y el mundo deja de dar vueltasPuck, el espíritu burlón dotado de locuacidad gracias a Shakespeare, habla de la inconsistencia de los sueños y la pasada noche, del cinco al seis ... de septiembre, juraría que Ara Malikian le regaló a Simancas una rapsodia mientras a su alrededor danzaban desatados los mosquitos del Pisuerga, justo allí donde nuestro río está a punto de aportar todo su cauce a la mitología del Duero.
Malikian fue nuestro Puck travieso durante la magia efímera e inasible que tuvo lugar en la noche de verano del cinco al seis. Llegó para ofrecer su sabroso menú degustación aromatizado con todas las especias imaginables de su Líbano natal. Pero la música de Malikian no solo huele a sésamo y a canela, ni se entretiene en las medias tonalidades orientales llegadas en caravana desde el Ganges. Escuchar el meloso bramido vital de su violín también invoca a los derviches y a las danzarinas cíngaras, resucita las fiestas homéricas y fenicias, turcas y hebreas entre templos jónicos, ermitas, mezquitas y sinagogas; a la exquisitez de los palacios vieneses, a las fogosidades magiares.
Su música es más familiar que popular y más atávica aún que la alegría. Mientras uno escucha sus interpretaciones intensas y desacomplejadas de Bowie o de Björk apenas puede evitar que su memoria se llene con frases musicales pronunciadas por cítaras y lamentos de duduk sin dejar de sentir el aliento de Béla Bartók en la nuca o incluso el poder del bayomo cubano en el rostro, gracias Iván 'Melón' Lewis y su piano.
Lo dicho: un milagro, una vuelta al mundo precisamente durante la noche del cinco al seis de septiembre que de igual modo aprovechó Elcano para besar la arena de Sanlúcar después de circunnavegar el planeta y emplear en la empresa tres años y catorce días, un número pi para una circunferencia perfecta.
Salir del Líbano —como Malikian— con un violín, con los andares de la infancia y las manías del barrio para ofrecérselas al mundo, me recuerda a Vicente Escudero, el bailarín nato que partió de Valladolid dibujando ambrosías en el aire con la inmensa gracia de sus dedos infinitos y se comió también todos los kilómetros que se extienden por el mundo para mostrársela. Un embajador que llevó hasta los entarimados más ilustres el hogareño traqueteo de aquellas linotipias que manejara durante su mocedad vallisoletana; que recreó con la cintura inmóvil, como si fuese una talla de Gregorio Fernández, la aceleración vaporosa y alegre de las locomotoras pasajeras que contemplara entre las Puertas de Tudela y los Vadillos, rumbo al norte. Acaso porque los artistas son exploradores y aventureros, navegantes y argonautas. Todos salen de su hogar como emigrantes cuyos nombres apenas levantan dos palmos del suelo y apenas se conocen a dos manzanas de su casa para regresar inmensos como odiseos, magníficos y gigantes.
Por eso la noche del cinco al seis de septiembre ha sido tan especial y tan mágica en este rincón nuestro. Porque entre los acordes de Malikian fue la elegida por Concha Velasco para ponerle fin a su inigualable periplo artístico y dotar de merecido descanso a una carrera que le ha dado mil vueltas al mundo. Después de prestarle su voz y su mirada, su sonrisa y su coraje a tantas vidas distintas, a tantos espíritus cómicos y dramáticos; después de compartir el sabor de sus manías y los estribillos de la frescura local de su Valladolid, Concha Velasco deja de girar y el mundo deja de dar vueltas. Nuestra artista con mayúsculas convierte en final su punto de partida para culminar ese hermoso viaje a ninguna parte que describió Fernando Fernán Gómez; para lograr una circunferencia tan perfecta como la que solo los grandes aventureros, como ella, son capaces de trazar.
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