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Bienvenidos, señoras y señores, al show de Donald Trump, el programa más emocionante del mundo. En el estudio donde se graba sólo serán admitidos los ... periodistas más sumisos y los lideres colaboracionistas de distintas partes del planeta, dispuestos a hacerle la ola e imponer –si fuera preciso– en contra de sus países, un imperialismo perjudicial y obsoleto. Vendrán de Argentina, de Italia, de Alemania, Bélgica, Austria, Francia o España. Todos adorándole de rodillas y convencidos de que prevalecerá la 'paz trumpiana': el reino del exabrupto y el arancel. Pero, entretanto, habrá gritos, risas, amenazas y malos modos en el plató cada semana. Y se acorralará o expulsará a cualquier disidente –si existe– que ose contravenir las voraces pretensiones y clarividentes planes del gran jefe. Puede que hasta haya una Tercera Guerra Mundial, con espectacular luminosidad y pirotecnia, a pesar de que el Supremo Líder dijo que la evitaría; aunque él no tiene la culpa de que algunos aguafiestas se opongan a sus pacíficos designios u otros aliados le salgan 'ranas' y haya –inevitablemente– que machacarlos.
Porque, a diferencia de los caudillos y dictadores de aquellos fascismos con que tanto se le suele comparar, Trump huye de la solemnidad, de modo que su acción presidencial es siempre divertida, cambiante, inesperada. Al enfado le sucede la broma. Al reproche el halago, y al revés. Así que, con el nuevo orden del caos que el presidente norteamericano ha implantado, no nos vamos a aburrir nunca. ¡Venga el jolgorio! ¡Que no termine la jarana! ¡Viva la contrapolítica del delirio! Sin embargo, en algunas cosas sí que coinciden los fascismos de antaño y los ultranacionalismos de ahora: en el afán de acabar con Europa y sus democracias liberales, por ejemplo. También, claro está, en manejar masivamente la autopropaganda.
Pero la Historia resulta muy pesada y Trump sólo debe de leer prensa financiera o revistas eróticas, pues si no sabría que su atracción, simpatía y envidia hacia líderes autoritarios como Putin ya las sentían los emperadores romanos por los reyes persas a quienes, en más de un caso, pretenderían emular respecto al intento de ejercer un poder omnímodo. Y un aspecto más en que coinciden las fantasías de Trump y Musk con los regímenes abyectos de Hitler o Mussolini sería el de la fascinación por la tecnología y las visiones futuristas propiciadas en virtud de sus avances. Desde esta perspectiva, Musk emerge como mucho más relacionado con los nazis, cuyo saludo –no por casualidad– copia descaradamente, que su compinche. Y es que los nazis, al igual que él, soñaban con una humanidad transhumana o sobrehumana, así como con el dominio del espacio, de Marte, del cielo y de la tierra, de la vida y de la muerte; anhelaban y perseguían la aparición de una raza de superhombres que conquistara el universo; creían ser los mesías que anunciaban una era nueva, la de los mil años del Reich, la del triunfo definitivo de unos semidioses inmortales.
Trump no sueña tanto. Le basta con el poder ya mismo. Y sabe que el poder, como los negocios, se manejan y alcanzan, hoy, desde las redes; desde la manipulación constante de la información. ¡Y el espectáculo debe continuar! Por eso todos los días y todas las noches atiborra de noticias los medios convencionales de comunicación; practica una cosa y la contraria: abomina de los coches eléctricos y se compra un Tesla; dice que va a hacer América grande o la política internacional más segura y se derrumban las bolsas mientras estallan los conflictos; siembra aparentes paces, pero recoge tempestades; cabreos monumentales de sus vecinos; desconfianza de sus antiguos aliados. Y patrocina o bendice que se proyecte de él una imagen frívola, simpática o dicharachera; también de matón, de gánster, de perdonavidas; que sus butades, fanfarronadas y embustes se vuelvan de cotidianos tan normales que dejen de sorprender o atemorizar.
Que resuenen las trompetas. Que se descorran las cortinas. Que siga o acabe la función. El supuesto amo de los negocios, quien se cree el señor de todo lo que acontece y acontecerá, está en escena. ¡El show del fin del mundo va a comenzar!
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