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Exterior del convento de las Descalzas Reales. Rodrigo Jiménez

Óxidos y vallisoletanías

SOS Descalzas Reales de Valladolid

«Y este es el asunto. Que a todos nos enerva ver la verja de la Catedral en el Metropolitan de Nueva York o cualquier objeto de nuestro patrimonio perdido en un museo norteamericano»

José F. Peláez

Valladolid

Viernes, 22 de agosto 2025, 07:19

Cuando alertamos del peligro potencial que corría la permanencia del Cristo de la Luz en la capilla del Palacio de Santa Cruz estábamos en lo ... cierto. Dejar cualquier responsabilidad en manos de Ernest Urtasun es como dejar el botón nuclear en manos de un chimpancé perroflauta. O en las de Trump, que viene a ser parecido, pero cambiando la flauta por una corbata larga y roja como el puente de agosto. Gracias a Dios, el S.O.S. surtió efecto y si hubo alguna tentación por parte del Ministerio, esta fue disipada y la joya de Gregorio Fernández volvió a su casa, al lugar que le corresponde y en la que, además de admiración, se le rinde culto. Este es el camino, conviene que quienes toman las decisiones sepan que estamos mirando, que no descansamos y que una cosa es detentar la propiedad legal de un bien y otra ser libres para hacer lo que quieran con el mismo. Y, sobre todo, que una cosa es poder hacer algo y otra tener las agallas para soportar las consecuencias de la indignación social.

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Esa es la labor de la prensa: mirar, fiscalizar y denunciar. Pero, sobre todo, que el poderoso note siempre una presencia incómoda, alguien que le observa, como en aquella canción de Alan Parson's Project, 'Eye In The Sky', que decía, más o menos, «soy ese ojo que hay en el cielo, que te mira y que puede leer tu mente». El día que la prensa desaparezca —a este ritmo de dejadez por parte de una sociedad, que pasa pantallas tiktoks como si fueran benzodiacepinas, no creo que tarde demasiado—, el poder no tendrá contrapesos y hará por fin lo que le dé la gana mientras los ciudadanos, esos que dicen que la prensa somos unos vendidos y unos seres despreciables, se llevan las manos a la cabeza preguntándose cómo ha sido posible. Pues habrá sido posible porque la democracia no es lo normal. Lo normal es el totalitarismo, la ley de la selva, los autoritarismos, las pulsiones dictatoriales, el abuso de poder, la aniquilación del adversario, el uso espurio de las instituciones, el latrocinio, la corrupción, el sometimiento de unos a otros, etc. Esa es la dinámica de nuestra especie. ¿Que no debería ser así? No, no debería ser así. Pero es así. Y por eso al ser humano conviene ponerle límites. Especialmente al humano-político. Solo así la democracia será posible y sostenible, a pesar del pueblo, que, por lo visto, pide un caudillo a gritos. También entonces la prensa deberá decirle al pueblo que se equivoca. Pero ese es otro tema.

Lo importante es que, si entonces miramos al Cristo de la Luz, hoy toca poner los ojos en las Descalzas Reales. Más allá del drama personal que supone para cuatro monjas salir del lugar en el que un día entraron para siempre —más allá de la vida y de la muerte—, Burrieza nos alertaba hace diez días de la consecuencia colectiva que puede suponer el fin del convento. Más allá de su historia, que ya de por sí supone un legado inmenso, el patrimonio artístico que contiene es incalculable. De hecho, no es exagerado decir que las Descalzas es el lugar que mejor ejemplifica las relaciones dinásticas y artísticas entre la monarquía española y el Gran Ducado de Toscana. A día de hoy, las Descalzas poseen el conjunto más amplio y coherente de pintura toscana barroca de toda España. Por no hablar del único 'Greco' que queda en Valladolid. En otros tiempos hubo otros, ya saben, 'Retrato de una dama' —actualmente en el Museo de Arte de Filadelfia— y el 'Apostolado de Almadrones' algunos de cuyos ejemplares están repartidos entre Indianapolis, Los Ángeles y el Kimbell Art Museum de Fort Worth.

Y este es el asunto, creo. Que a todos nos enerva ver la verja de la Catedral en el Metropolitan de Nueva York o cualquier objeto de nuestro patrimonio perdido en un museo norteamericano —¿se puede saber qué narices hace nuestro Greco en Texas?— pero, cuando hay que mirar, no lo hacemos. En el momento clave siempre hay gente mirando oportunamente para otro lado, silbando o incluso haciendo cosas peores, como, por ejemplo, poner el cazo. Y si no miramos los que tenemos que mirar, volverá a pasar lo mismo con las Descalzas. Ahora estamos pendientes, sí, pero después de un tiempo, cuando se nos haya olvidado el tema, corremos el riesgo de que lo abran de nuevo pero convertido en otra cosa —qué sé yo, el centro de interpretación del pincho de ferias— con algunas piezas en restauración, otras en catalogación… y así pasará un tiempo indefinido hasta que un día alguien pregunte y nadie sepa responder. En este sentido, cabe recordar que las Descalzas es Monumento Nacional y Bien de Interés Cultural desde 1974. No soy experto, pero entiendo que cuando un edificio es BIC, la catalogación no se limita al bien inmueble, sino que afecta a todos sus elementos, que, supongo, estarán inventariados recientemente, desde la exposición de pinturas propias del convento que tuvo lugar hace algunos años.

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Pero luego pienso en otros conventos de la ciudad que también fueron BIC y cuyo patrimonio artístico desapareció tras irse la congregación. Burrieza apunta acertadamente a las instituciones patrimoniales —Junta de Castilla y León, la federación de clarisas a la que pertenecía esta comunidad (propietarias del convento) y el propio Arzobispado de Valladolid— como responsables «de buscar una solución para la conservación de este edificio y de su patrimonio en el lugar para el cual fue realizado si no se quiere provocar un desastre y una descontextualización que en el siglo XXI no se podría entender». Yo estoy de acuerdo con él, pero quiero meter al Ayuntamiento en el ajo. Y a la diputación. Nadie puede desentenderse de la solución. Ni siquiera el estado, no sé hasta qué punto el convento podría pasar a formar parte de la red de Patrimonio Nacional como las Descalzas Reales de Madrid, Las Huelgas en Burgos o Santa Clara en Tordesillas. Pone el dedo en la llaga Burrieza cuando dice que el patrimonio debe conservarse en el lugar para el que fue realizado. Ha visto —creo— la trampa: sacar el patrimonio al coleccionista/museo que más puje y convertir las Descalzas en un pelotazo y luego, posiblemente, en una discoteca en cuya puerta, con suerte, una plaquita recordará lo que fue un día. Bueno, o sin plaquitas, que ya se sabe que aquí no nos van. Ya estoy viendo el nombre de la discoteca, entre neones: 'Las Descalzas'. No me digan, si es que ya tiene nombre de peña.

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