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Una persona da la vuelta a la carne en una parrilla en una imagen de archivo. SONIA M. LARIO
Óxidos y vallisoletanías

Las barbacoas y otras manifestaciones del mal

«El verano no es más que una sucesión de incomodidades justificadas por un puñado de atardeceres y un número variable de mojitos»

José F. Peláez

Valladolid

Viernes, 18 de julio 2025, 06:55

Son ya casi siete añitos escribiendo en esta casa, tiempo suficiente como para conocernos y que, a estas alturas, nadie se sorprenda de mi desprecio ... a esta estafa emocional llamada verano. Creo haber dado ya muestras suficientes muestras de mi posición moral ante lo estival. Porque lo mío no es solamente físico, no es una sensación meteorológica y tampoco es algo que se pueda circunscribir a lo emocional. Se trata de una posición moral, de un rechazo integral ante la vida entendida como una aspiración de dominguerismo eterno. Eso es lo que me afecta: pensar que aquello que vemos como 'normal', por ejemplo, la placidez del tráfico rodado sobre la lluvia de un martes de noviembre, con la gente yendo y viniendo «del corazón a sus asuntos», no es lo normal sino la anécdota, la consecuencia directa de que esa misma gente no pueda estar todo el año en bermudas, chupando un helado de no sé qué narices con pistacho y mirando cualquier extensión de agua, qué sé yo, un río, un lago, una piscina, el mar o su bañera como si fuera el mismo Iguazú. Si pudieran vivir así, lo harían. Y eso es lo que me perturba, esa manera de ver la vida a trozos, como el jamón malo, un trozo de carne y al lado uno de tocino, como la bandera de Polonia; se trabaja mucho y luego se convierte uno en una ameba. Pues no, lo interesante es que la grasa esté infiltrada, que todos los días podamos trabajar —cumplir con nosotros mismos, con la sociedad, con nuestra naturaleza—y también disfrutar. Eso dice Javier Caraballo, que opina que las vacaciones son un engaño de clase media burguesa y que él nunca se va de vacaciones porque, en realidad, tampoco se mata a trabajar nunca. Y yo le aplaudo.

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