Mirando a Alemania
«Siempre fueron allí muy amantes de la estabilidad, de formar mayorías amplias, de la gobernabilidad y de los acuerdos; y muy enemigos de repetir las elecciones»
Muchas son las consideraciones que cabe hacer tras las elecciones generales que se celebraron hace una semana en Alemania. Los motivos son variados y en ... algunos no hace falta insistir demasiado: la importancia de ese país para el devenir de la Unión Europea, la especial significación de su historia, su peso económico, tecnológico e industrial, entre otras circunstancias, son aspectos bien evidentes. Esta vez, todas las miradas estaban pendientes de lo que podía pasar allí, a la vista de las expectativas y las tendencias que apuntaban los sondeos previos. Y el interés tenía una explicación evidente; tanto por el resultado como por las opciones posteriores.
Todo tenía que ver con el contexto tan especial que concurre en estos momentos en el desarrollo de la política, prácticamente en todos los ámbitos, nacionales e internacionales. El sesgo conservador es ya muy evidente y el auge que van tomando las diversas expresiones de la extrema derecha en tantos lugares lleva ya un tiempo haciendo que cada elección se convierta en un laboratorio lleno de tubos de ensayo. En el caso alemán, incluso con más expectación; no está tan lejos el periodo en que la más intensa radicalización de esa tendencia política dio lugar a lamentables acontecimientos de sobra conocidos, con dramáticas consecuencias que no se pueden olvidar. Y no fue Alemania el único lugar, como bien lo sabemos aquí y en otros sitios.
El resultado no ha estado lejos de las previsiones. Los dos partidos clásicos han corrido desigual suerte: el centro derecha (CDU/CSU) obtuvo 208 escaños con el 28,6% de los votos, aumentando en 4,5 puntos su resultado anterior; los socialdemócratas (SPD), que venían de gobernar, obtuvieron 120 escaños con el 16,4% de los votos, descendiendo en 9,3 puntos, una caída que les coloca en su peor resultado en mucho tiempo; los Verdes también descendieron, La Izquierda mejoró, aunque ambos no muy significativamente, y otros más, entre ellos los liberales, no alcanzaron el temido 5%, mínimo para acceder al Parlamento alemán, y se han quedado fuera de juego. Lo que más destacó fué el crecimiento en un 10,5% de la ultraderecha (la Alternativa para Alemania), que con el 20,8% de los votos ha alcanzado 152 escaños, colocándose en el segundo puesto, por encima del que tradicionalmente era uno de los dos grandes partidos alemanes (el SPD) que se han turnado en la gobernación y que, en algunas ocasiones, han formado gobiernos de coalición con el centro derecha, hoy primera fuerza destacada.
En cuanto se conoció el resultado, las calculadoras se pusieron a pleno rendimiento haciendo cálculos. Y he aquí el hecho relevante: era y es obvio que la suma hacia la derecha (208 más 152) daba mayoría más que suficiente (360 escaños, siendo la mayoría en el Parlamento alemán de 316). Siempre fueron allí muy amantes de la estabilidad, de formar mayorías amplias, de la gobernabilidad y de los acuerdos; y muy enemigos de repetir las elecciones. Pero nadie consideró esa suma como una opción factible. No había transcurrido ni una hora y todos daban por hecho que la opción más factible de gobierno no sería una alianza entre el centro derecha y la ultraderecha, sino una coalición entre el centro derecha y los socialdemócratas, que sumaría 328 escaños, también por encima de la mayoría absoluta, aunque menos. Los propios líderes, con la lógica prevención inicial antes de comenzar la negociación, reconocían que esa sería la salida más asumible, lo que allí llaman la Gran Coalición. Vendrá ahora la discusión, seguramente larga y compleja, de los objetivos, del programa para gobernar, de la distribución de las responsabilidades. Pero las líneas maestras están establecidas de antemano. Dicho de otra forma: el centro derecha, que es el claro ganador, pero sin mayoría suficiente, hace expresa renuncia a acordar un gobierno con la extrema derecha; lo hace porque sabe que la posibilidad alternativa de formar gobierno con los socialdemócratas es cierta, dispuestos estos a ofrecer una solución que evite la entrada en el gobierno de la ultraderecha, o, a falta de gobernabilidad, que evite la repetición de las elecciones.
Lo planteo así porque, como ya podrán imaginar, quiero preguntarme por el análisis comparativo. La pregunta es bien sencilla: si aquí se diera un escenario similar, lo que no es descartable, ¿sería posible una solución equivalente? O dicho de otra forma: si el PP fuera el partido más votado, pero sin mayoría, y pudiendo alcanzar esa mayoría suficiente para gobernar con Vox, ¿renunciaría a hacerlo y, en ese caso, podría contar con la disposición del PSOE para acordar una fórmula que evitara a la vez la alianza del PP con Vox para gobernar y el riesgo de repetir elecciones por falta de gobernabilidad? Porque esta disponibilidad sería el presupuesto indispensable, en un escenario en el que no hubiera otra alternativa, para que este reclamo permanente de que el PP ponga distancia con Vox tuviera sentido real. Lo contrario, o sea «no pactes con Vox, pero tampoco cuentes conmigo», supondría la inestabilidad permanente. Y no se trata de un gobierno de gran coalición a la alemana que por estos lares no parece una opción asumible en nuestra cultura política hoy por hoy. Hay otras formas de abordar ese dilema, como lo vienen demostrando sin estridencias nuestros vecinos de Portugal en lo que llevan de legislatura: allí está gobernando el centro derecha en minoría, sin haber acordado con la extrema derecha emergente la formación de una coalición de gobierno muy mayoritaria, y contando con la abstención de los socialistas en la investidura y con la necesidad de negociar con ellos presupuestos y medidas, como viene ocurriendo.
Llevamos aquí un tiempo ya largo de «no es no» por una parte y por la otra. Cada día el PSOE requiere al PP que se aleje de Vox, sin ninguna mención a la posibilidad de facilitarle la gobernabilidad, si llegara el caso y no tuviera alternativa propia distinta. Tampoco a la inversa, si el PP quisiera de verdad liberar al PSOE de la atadura de unas alianzas que considera inaceptables. Y así estamos, al menos de momento. Trabajando cada uno con denuedo para que, cuando haya urnas de por medio, sea antes o después, la suerte caiga de su lado, aunque sea por un voto de diferencia. Consciente soy de que una cultura de prolongada polarización no se modifica en dos días, pero alguna vez tendremos que empezar a pensar en los escenarios previsibles y en el interés del país. Tal vez haya que preguntar a nuestros amigos alemanes y portugueses cómo se para de verdad a la ultraderecha, y estar preparados por si nos dicen que es con más altura de miras, con menos discursos, con bastante tolerancia y con algo de complicidad.
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